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Apreciando a los miembros de la iglesia

Del número de marzo de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Afiliarse a una iglesia es, en cierto sentido, como unirse en matrimonio con una familia. Amamos a la familia, deseamos ser parte de ella, pero pueden surgir problemas para mantener lo profundo de nuestro amor durante años de trato íntimo. De manera similar, cuando nos afiliamos a una iglesia, es posible que al comienzo nos impresione la espiritualidad, el amor y el valor moral de algunos miembros. Tal vez tienen cualidades que nos gustaría expresar con mayor plenitud, de manera que nos unimos a ellos esperando cristiana fraternidad. Pero a medida que pasan los años, tal vez sea necesario vencer la propensión a la crítica; es posible que haya un problema físico que no ha sanado o que una persona que pensábamos que era muy virtuosa tenga problemas de carácter.

Si hemos de amar a los demás en el espíritu del ejemplo de Jesús, es necesario tener un punto de vista cristianamente científico acerca del hombre. El metafísico eficaz reconoce y ama profundamente al hombre verdadero y espiritual, la idea perfecta de Dios, la cual no tiene defectos. Pero no se forja ilusiones en cuanto a los seres humanos, pues todos tienen todavía que demostrar plenamente el ideal divino.

No deberíamos desanimarnos si alguien que anhela ser un cristiano honesto es alejado ocasionalmente de su demostración de la bondad de Dios. Si uno se está esforzando realmente por crecer en gracia cristiana, los puntos débiles serán superados finalmente. Tenemos que ser tan pacientes con los demás como lo somos con nosotros mismos. Es posible que para una persona el problema sea un carácter irascible; para otra, un deseo sensual; y para una tercera, la manifestación de una ambición desenfrenada y sin principios por salir adelante en el mundo. Con frecuencia estas cualidades negativas son formas de la creencia impersonal universal que pretende afectarnos a todos en distintos grados. Tanto los nuevos seguidores de Cristo Jesús como los que hace tiempo que lo son, tienen que enfrentar sus problemas a medida que se esfuerzan por superar la creencia de vida en los sentidos materiales. Comprender esto es el primer paso para vencer la crítica hacia los demás. Y esto nos enseña a ser compasivos.

La tendencia a condenar y criticar a las personas es un resultado de la creencia en un supuesto contrario a Dios, llamado mente mortal. No existe en realidad una mente mortal que interprete mal al hombre y establezca la crítica. Dios es la única Mente que existe, y Él es Amor divino, el Principio perfecto, que no incluye odio ni crítica o sentido personal. La apariencia de una mente mortal gobernando a la humanidad es sencillamente una falsa creencia no corregida de que hay algo contrario a Dios que puede existir y gobernar. En realidad, somos el hijo de Dios, Su semejanza; y sólo la Mente divina, Dios, es la Mente verdadera del hombre.

La naturaleza entera de la mente mortal es criticar y juzgar destructivamente, difamar, incluso destruir. No obstante, podemos desasociarnos de la acción aparente de la mente mortal. Lo que debemos hacer es saber y probar lo que realmente somos como hijos de Dios, la Mente divina. Entonces podemos ver a los demás como Dios los hizo y obedecer las palabras de Cristo Jesús: “No juzguéis, para que no seáis juzgados”. Mateo 7:1.

Como hijos de Dios no expresamos nada opuesto a las tiernas misericordias de Dios Mismo. Repetidas veces la Biblia pone énfasis en la misericordia de Dios, Su amor constante. Con frecuencia necesitamos en gran manera el amor redentor de Dios, y jamás nos es rehusado; sentimos la presencia de Su amor cuando sinceramente nos arrepentimos y abandonamos nuestros pecados. En la Biblia Dios nos promete: “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados”. Isaías 43:25. En absoluta verdad, el hombre de Dios es impecable porque él es el reflejo de la total bondad de Dios. Dios, el Amor divino, no sabe nada acerca de las faltas y fracasos humanos. Dios es Todo, Él es el Principio divino de bondad, y Él mantiene nuestra verdadera identidad. Pero para el sentido humano la misericordia de Dios significa que todos los mortales tienen la continua oportunidad de apartarse de sus errores y descubrir y probar que la identidad verdadera es impecable. Ya que el amor de Dios nos es dado con tanta liberalidad ¿no debiera nuestro amor ser igualmente misericordioso para con los demás?

Necesitamos ver que una táctica clave del enemigo de la iglesia — la mente mortal — es intentar rebajarnos al nivel de la crítica destructiva. Cuando esta oscuridad ofusca nuestra visión de la identidad verdadera, se arraiga el desaliento. El desaliento diría: “Oh, ¿para qué? Éste quisiera hacer que el trabajo en la iglesia fuera deprimente, hacernos creer que la iglesia está fracasando en su misión para con la humanidad, y así causar un descontento general y un malestar de espíritu entre los miembros. Pero hay un remedio sanador para este mal divisivo: el espíritu del verdadero amor cristiano de los unos para con los otros.

Todos los que tienen aun la más mínima comprensión del mensaje de Jesús pueden ayudar a elevar a los demás. Puede ser una sonrisa, una buena obra, un mensaje sanador de la verdad o alguna otra demostración del amor desinteresado. Todos somos capaces de hacerlo. Por cierto que un miembro de la iglesia expresa alguna comprensión del Cristo, la Verdad, o no hubiera logrado afiliarse a la iglesia de ninguna manera. Cualquiera que sea el aspecto de bien que reconozcamos en otra persona es una señal de su verdadera identidad que sale a la luz y una vislumbre de todo lo que es capaz de hacer. Esta evidencia de identidad espiritual es lo que hemos de apreciar. Se nos puede recordar nuestra obligación de ver más allá de los defectos obvios cuando leemos lo que la Sra. Eddy escribió de aquellos que criticaban la Ciencia Cristiana: “Los críticos debieran considerar que el llamado hombre mortal no es la realidad del hombre. Entonces verían las señales de la venida del Cristo”.Ciencia y Salud, pág. 347. ¿Estamos vigilando y reconociendo las señales de la venida del Cristo en cada uno? ¿O estamos criticando a los demás por los errores que todos nosotros quisiéramos vencer?

El objeto total del amor cristiano en las iglesias es expresar el amor del Cristo, el poder de Dios que es lo único que puede llegar a aquellos que tienen necesidad de curación. Algunas veces puede ser que tengamos la tendencia a criticar a los compañeros miembros de la iglesia cuyas declaraciones acerca de la Ciencia Cristiana parezcan inexactas o inmaturas. La Sra. Eddy era muy firme en su deseo de que la Ciencia Cristiana fuera declarada y practicada con exactitud. No obstante, era paciente con quienes estaban aprendiendo. Con amor genuino escribe: “Si los Científicos Cristianos se equivocan de vez en cuando al interpretar la Verdad revelada, entre dos males el menor sería no dejar que no se hable y no se enseñe la Palabra”.Escritos Misceláneos, pág. 302. Si podemos expresar ese mismo amor para con un compañero miembro de la iglesia, tal amor le puede abrir la puerta para lograr un concepto más elevado del Principio divino tanto en pensamiento como en conducta.

¿Y qué hacer si vemos que un miembro no está viviendo la vida de un verdadero cristiano? Si hemos de ayudar realmente cuando ocurren estos incidentes, entonces tenemos que aprender a no escandalizarnos. Un periódico publicó una declaración que, según recuerdo, decía: “Para la mayoría de la gente la virtud es sólo una cuestión de tentación insuficiente”. A menos que nosotros mismos hayamos tenido la tentación de la enfermedad, la tentación del pecado o del egoísmo — y hayamos ganado la batalla de demostrar nuestra espiritualidad o pureza mental — no tenemos el derecho de criticar las luchas de los demás. Y si hemos pasado a través de una batalla mental oscura y hemos salido victoriosos con la luz del amor de Dios a nuestro rededor, no tendremos deseos de criticar a los demás. Nuestra propia curación debería hacernos estar aún más deseosos de agradecer cada pequeña expresión de bien de parte de los demás. Esa expresión de bien es evidencia de la verdadera identidad de ellos. Y podemos orar para que el Amor divino dé a nuestro prójimo la gracia de ver más allá de los defectos que nosotros mismos todavía necesitamos vencer.

La única crítica que podemos permitirnos es el discernimiento del mal que necesita corregirse. Pero incluso esta crítica legítima no hace del mal una realidad, una persona, una mente o un acontecimiento. Dios siendo Todo, el mal es literalmente nada. Podemos ayudar a que su nada sea vista al negarnos a criticar acerca del mal, a especular privadamente acerca de él. La presencia de Dios está en realidad allí mismo donde el error o el mal parece acontecer. Cuando percibimos al hombre como la evidencia misma de la presencia de Dios, esto es el amor que moral y físicamente fortalece a quien necesita curación. Esta atmósfera de amor es lo que la gente debiera sentir siempre que entren en una iglesia de la Ciencia Cristiana. Entonces el camino está despejado para que el mensaje de curación del Cristo llegue a ellos.

La Ciencia Cristiana verdadera es el amor de Dios revelado a la humanidad. Es la acción del Cristo, el poder del amor divino demostrado, que penetra la manera de pensar humana individual y colectivamente. La gente no ve la Ciencia Cristiana con sus sentidos materiales; la sienten con el sentido espiritual. Son atraídos al mensaje de la Verdad por la actividad del Amor divino que los Científicos Cristianos sienten individualmente en lo más profundo de su corazón. Jesús dijo a sus discípulos que su mensaje sería reconocido si sus seguidores se amaban los unos a los otros. Dijo: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”. Juan 13:35.

Desde el más sencillo gesto de amor hasta la profunda verdad demostrada, todos los grados de amor tienen su lugar en la demostración de la verdad, en ilustrar lo que la Ciencia Cristiana es y lo que hace por la humanidad. El apreciar a cada uno, cuando esto se basa sobre el discernimiento espiritual, es el opuesto cristiano de la crítica destructiva. Esta cualidad sanadora del pensamiento, dentro y fuera de la iglesia, demuestra la Ciencia Cristiana verdadera. Cuando el aprecio científico de los miembros de la iglesia hacia cada uno, adquiere forma práctica, presentan a la humanidad la atracción irresistible del cristianismo genuino.

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