Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Liberándonos de la limitación

Del número de marzo de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Puesto que Dios es Mente, la Mente es divina. Y puesto que Dios es infinito, no hay más que una Mente.

La suposición de que la sustancia y la acción pueden ser finitas lleva a la formulación inconsciente de una sustancia falsa llamada materia y de una fuente de acción tergiversada denominada energía, ambas de las cuales parecen ser convincentemente reales. Todo el panorama de un universo físico, organismos materiales y cerebros respondiendo a sensaciones es resultado de este desafortunado error garrafal.

Según lo aclara la Ciencia Cristiana, estas nociones están albergadas en una mentalidad falsa, no en la Mente real, Dios. Sólo tienen la convicción ilusoria de un sueño, en el cual los acontecimientos materiales parecen muy reales, aunque no son verdaderos. Cuando el pensamiento se escapa del sueño finito, con sus confines y límites, y se esfuerza por alcanzar lo infinito, entonces las supuestas leyes de la materia, la fisiología y la sicología empiezan a perder su especiosa autoridad, y ceden a la ley del bien, Dios, que es absoluta y suprema.

Esta percepción más profunda se acerca a la realidad, que es divina; es el alborear de la Ciencia auténtica, fundada sólidamente en la veracidad del Espíritu. Esta iluminación espiritual aparece como la curación de todo tipo de enfermedades y aflicciones, de pecado y de circunstancias desgraciadas, aun cuando leyes de la física, que se suponen sean inexorables, tengan que ser derrocadas al demostrarse la supremacía de la ley espiritual.

La curación acompaña hasta el grado de comprensión más pequeño que tengamos de nuestra unidad explícita con la única Mente, Dios. A medida que el Principio divino opera una transformación de la consciencia, el cuerpo físico, que es la exteriorización de nuestro concepto actual de individualidad, asume o reasume la acción y estructura normales, y se aproxima así a la norma de la perfección. Este resultado pone de manifiesto la misericordia de Dios.

El pensamiento debe continuar adelantando en el nivel espiritual para que la noción de corporalidad pueda ceder a la propia idea de Dios, que constituye el hombre genuino. Se da uno cuenta de que todo lo que ha sucedido y todo lo que pueda suceder es que el Principio divino continúa manifestando su perfección espiritual.

Las leyes más rígidas del pensamiento mortal no pueden dejar de dar lugar a la supremacía de lo divino. La gente por lo general considera que la muerte es definitiva e irrevocable; sin embargo, Cristo Jesús miró más allá de lo finito y dijo: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar”. Juan 10:17, 18. Y eso fue exactamente lo que hizo. Al reunirse otra vez con sus discípulos después de su crucifixión y entierro, probó que la aparente inexorabilidad de la muerte cede a la comprensión de la Vida interminable. Su demostración individual de existencia ilimitada anuló el proceso de muerte y desintegración. Su presencia fue perceptible para sus discípulos, quienes, hasta cierto punto, habían despertado al reconocimiento de las posibilidades infinitas que se encuentran más allá de la creencia en límites, pero que todavía no estaban preparados para seguirlo en su ascensión fuera de la materialidad.

La capacidad para demostrar que la vida no tiene fin, que existe más allá de los sentidos, no es prerrogativa exclusiva del Maestro; es ley universal, nos pertenece a todos. Después de aludir al hecho de que no hay muerte, la Sra. Eddy nos advierte: “Tenemos que empezar, sin embargo, con las demostraciones más simples de dominio, y mientras más pronto empecemos, mejor”.Ciencia y Salud, pág. 429.

El dolor, el temor, la enfermedad, la carencia, la lujuria, el deterioro, todos ellos nos hablan de cosas finitas. Dado que Dios, la Mente única, no conoce límites, estas fases de la mortalidad no pueden ser formadas ni abrigadas en la Mente divina, la única Mente. Por consecuencia, no tienen punto de apoyo en la consciencia real; no provocan un reconocimiento genuino. No son más que invenciones de un sentido de acción mental fradulento que dice actuar en una sustancia ficticia llamada materia. Sin tener origen, medios para actuar ni medio de comunicación, las fases de la mortalidad tienen que disolverse cuando el Cristo, la Verdad, las desenmascara. Nunca hay que aceptarlas como verdaderas; la consciencia real no es susceptible a ellas. A la luz de la Ciencia divina se ve que son completamente nulas: sin existencia, influencia ni efecto.

La tendencia humana a pensar que el mal es real puede atribuir una dificultad a malas circunstancias físicas o mentales, a defectos hereditarios, o a accidentes. La Ciencia Cristiana demuestra la irrealidad de estas supuestas causas. Anula sus efectos eliminándolas de nuestro pensamiento y de ese modo las excluye de la experiencia.

Por ejemplo, sufrir del corazón: Más que una afección de un órgano carnal, esto es un concepto mental equivocado, arraigado tal vez en la suposición de que el organismo y su fortaleza y función están limitados. Es probable que un análisis más minucioso encuentre que estas suposiciones provienen del temor, el odio, la venganza, la envidia, o de un concepto falso de responsabilidad. Pero Dios, el Principio real de la existencia, es ilimitado; de ahí que la idea de Dios, el hombre, no está supeditada a ninguna clase de límites. Hasta el grado en que se entiende esta verdad, el corazón humano es más fuerte y más saludable.

La idea verdadera detrás de toda función humana legítima es la acción sin impedimentos del Principio divino, la Mente, el Amor. ¿Puede el Amor cesar su acción? ¿Puede el Amor dejar de ser Amor? ¿Puede el Amor hallar difícil ser amoroso? El Amor divino nunca carece de fortaleza, unidad ni propósito. Como el Amor — el Principio que crea, forma, gobierna y mantiene al hombre — el hombre siempre está activo, en obediencia al mandato de la Vida, Dios, el Alma. Y este punto de vista más elevado restablece la acción normal, o sea, trae la curación.

Al hacer frente a la sugestión de un tumor, podemos estar seguros de que no se trata de un crecimiento de sustancia real, sino solamente de una creencia material. La creencia no tiene poder para imponerse sobre el reflejo claro, preciso, de la Mente infinita, la inteligencia, que es lo único que constituye el hombre. ¿Puede existir algo en la Mente que no sea el bien ilimitado, el ser perfecto, establecido y sostenido por el Amor inagotable? Nada puede agregarse o ser agregado a lo que ya está completo, a lo que refleja la totalidad de Dios; ni tampoco hay en esta totalidad un cuerpo finito, limitado, separado de la Mente, susceptible a crecimientos anormales.

Si la creencia médica sugiere que el contacto con sustancias materiales nocivas o la radiación ha causado el problema físico, podemos saber que no hay tal influencia en el Espíritu. Tampoco han entrado jamás en el ser pensamientos de irritación, de resentimiento, de frustración, o rebelión que puedan causar algo maligno. Cuando la consciencia asume su espiritualidad innata, la anormalidad es erradicada del pensamiento y no puede aparecer en el cuerpo.

La consciencia verdadera, entonces, no es humana, con trabas puestas por limitaciones; es divina. La Sra. Eddy aclara el punto: “El infinito no puede salir de ningún límite ni volver a éste, ni permanecer dentro de él por un solo instante. Debemos ampliar los horizontes del pensamiento antes de evaluar los resultados de un Principio infinito, — los efectos del Amor infinito, el alcance de la Vida infinita, el poder de la Verdad infinita”.La Curación Cristiana, pág. 4. Cuando nos regocijamos en la infinitud sin límites que caracteriza al Dios infinito, nos elevamos gradualmente a nuestro estado normal de perfección.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / marzo de 1982

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.