El amor de Dios me guió a la Ciencia Cristiana. En momentos en que me sentía casi vencida por mis propios problemas, mi esposo cayó enfermo en cama con artritis. Una noche, me hallaba tan deprimida que salí de casa para ir a una heladería cercana pensando que allí tal vez podría encontrar alguien con quien charlar.
Cuando iba, miré hacia una calle lateral y vi un bungalow totalmente iluminado. Quise saber qué estaba sucediendo y decidí detenerme para averiguarlo. Al ver entrar gente, entré yo también. Descubrí que había entrado en una Iglesia de Cristo, Científico, y que se trataba de una reunión de testimonios de los miércoles. El Lector anunció que se invitaba a los congregantes a llevarse gratuitamente literatura de la Ciencia Cristiana al salir de iglesia, de manera que me llevé un ejemplar de The Christian Science Journal. Me sentí tan inspirada que hubiera querido seguir cantando los preciosos himnos que había escuchado en el culto. Me dije: “¡Hay algo especial en esta iglesia! Vine aquí tan deprimida y ahora me siento tan inspirada”.
Regresé a casa y leí todo el Journal: los artículos, los editoriales y los testimonios de curaciones. Un libro titulado Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy se mencionaba muchas veces en esta revista, y me enteré que podía pedirlo prestado en una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana. Guardé el libro por el tiempo asignado, luego lo renové por dos semanas más y después compré mi propio ejemplar. Mi esposo se mostró algo escéptico sobre mi nuevo interés. Pensaba que ya teníamos suficientes problemas con que lidiar en nuestra vida. Pero gracias a mi lectura de este extraordinario libro, mi esposo se curó de la artritis y volvió a su trabajo. Después de esto pude leer y estudiar más, pero todavía yo continuaba con mis problemas físicos.
Antes de empezar a leer Ciencia y Salud había estado internada en hospitales con mucha frecuencia, tomaba toda clase de medicamentos y pensaba que no podía vivir sin ellos. Me operaron varias veces por condiciones femeninas, y si bien estaba bajo constante atención médica, empeoraba. También se hizo necesario consultar a un especialista del estómago, ya que aunque comiera poco, la comida me causaba indigestión. Y para colmo de males, cirujía dental reveló en el maxilar superior un hueso que se estaba desintegrando. El dolor en ese lado de la cara era intenso.
Un día cuando estaba leyendo Ciencia y Salud me vino el pensamiento: “Has estado repitiendo y repitiendo las recetas médicas y no has mejorado. ¿Por qué no tiras todos los medicamentos?” Argumenté conmigo misma que podía prescindir de dos de ellos, pero que por cierto tendría que seguir tomando el remedio para el hígado porque el médico me había dicho que mi sangre era demasiado débil. Pero como si me lo dijera una voz, comprendí que tan ciertamente como los panes y los peces satisficieron las necesidades de la gente que estaba en un lugar desierto, así mis necesidades se verían satisfechas (ver Lucas 9:12–17). Reconocí que creía en esta promesa espiritual, y tiré todos los medicamentos. Fue entonces cuando se empezaron a manifestar curaciones. Al poco tiempo cesó el dolor en la cara. Y las demás dolencias desaparecieron con la misma naturalidad, a medida que mi comprensión de la bondad de Dios aumentaba.
Mi familia y yo éramos devotos concurrentes a una iglesia de otra religión cristiana, pero empecé a asistir a las reuniones testimoniales vespertinas de los miércoles de la iglesia de la Ciencia Cristiana de mi barrio. Pronto sentí que tenía que dejar de dividirme entre dos religiones, así que decidí desde entonces asistir a la iglesia de la Ciencia Cristiana. Después me hice miembro de la iglesia filial y, el próximo año, de La Iglesia Madre. Al poco tiempo tomé instrucción en clase de esta Ciencia.
Si bien toda nuestra familia, por ambas partes, era muy firme en su religión, pude leerle Ciencia y Salud a una sobrina y a un sobrino nieto cuando estuvieron gravemente enfermos, y en ambos casos se produjo la curación. A pesar de que mi mamá se oponía a que yo estudiara la Ciencia Cristiana, ella sanó de angina de pecho cuando le leía Ciencia y Salud. Esta condición la había mantenido en cama desde hacía mucho tiempo. En media hora se levantó y se vistió. Vivió diez años más, hasta los 87 años.
También yo sané de artritis. Esta curación fue el resultado de la persistencia. Recuerdo muchas noches cuando me levantaba de la cama a mitad de la noche y leía Ciencia y Salud o la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Esta enfermedad fue completamente destruida. “Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que sana todas tus dolencias” (Salmo 103:2, 3).
Danville, California, E.U.A.