A menudo la gente considera que el intelecto consiste en la capacidad de razonar o aprender. Visto de esa forma, el intelecto puede contrastar con la sensibilidad o la ternura. Si conceptuamos la inteligencia humana sólo desde el punto de vista de asimilar conocimientos, tal vez podamos hacer un notable despliegue de datos, pero careceríamos de consideración y de sentimientos. J. B. Phillips traduce la admonición de Pablo: “Si hablara con la elocuencia de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no soy más que metal que resuena o platillo hecho añicos. Si tuviera el don de predecir el futuro y tuviera en mi mente no sólo todo el conocimiento humano sino los mismos secretos de Dios, ... pero no tengo amor, no soy nada”. 1 Cor. 13:1, 2.
No basta con tener amplios conocimientos si no tenemos también amor hacia nuestros semejantes, y hacia la vida misma. Seguir la guía de Pablo en este sentido puede ciertamente equilibrar mejor nuestra vida. Pero sus palabras implican un discernimiento más profundo. ¿Es realmente necesario mantener las capacidades de sentir y de comprender en compartimentos separados?
Cuando comenzamos a reconocer que nuestra habilidad de saber está debidamente modelada por el Amor divino, entonces nuestro intelecto expresará un tono más divino, hasta sanador. La Sra. Eddy demuestra gran discernimiento al utilizar dos sinónimos de Dios cuando explica: “Sólo el Amor puede impartir la idea ilimitada de la Mente infinita”.Ciencia y Salud, pág. 510.
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