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El intelecto modelado por el Amor

Del número de marzo de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


A menudo la gente considera que el intelecto consiste en la capacidad de razonar o aprender. Visto de esa forma, el intelecto puede contrastar con la sensibilidad o la ternura. Si conceptuamos la inteligencia humana sólo desde el punto de vista de asimilar conocimientos, tal vez podamos hacer un notable despliegue de datos, pero careceríamos de consideración y de sentimientos. J. B. Phillips traduce la admonición de Pablo: “Si hablara con la elocuencia de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no soy más que metal que resuena o platillo hecho añicos. Si tuviera el don de predecir el futuro y tuviera en mi mente no sólo todo el conocimiento humano sino los mismos secretos de Dios, ... pero no tengo amor, no soy nada”. 1 Cor. 13:1, 2.

No basta con tener amplios conocimientos si no tenemos también amor hacia nuestros semejantes, y hacia la vida misma. Seguir la guía de Pablo en este sentido puede ciertamente equilibrar mejor nuestra vida. Pero sus palabras implican un discernimiento más profundo. ¿Es realmente necesario mantener las capacidades de sentir y de comprender en compartimentos separados?

Cuando comenzamos a reconocer que nuestra habilidad de saber está debidamente modelada por el Amor divino, entonces nuestro intelecto expresará un tono más divino, hasta sanador. La Sra. Eddy demuestra gran discernimiento al utilizar dos sinónimos de Dios cuando explica: “Sólo el Amor puede impartir la idea ilimitada de la Mente infinita”.Ciencia y Salud, pág. 510.

A veces los estudiantes suponen que la inteligencia se define por la cantidad de conocimientos que se tienen, por todo lo que se ha leído y por la habilidad para exponerlo todo ordenadamente en la conversación. Pero al dejar que el Amor modele lo que permitimos que entre en nuestra consciencia, expresaremos mejor lo profundo de la inteligencia que emana de la Mente.

¿Ha habido alguna vez un hombre de mayor intelecto, en la acepción más espiritual de la palabra, que Cristo Jesús? Cuando tenía sólo doce años de edad ya intercambiaba ideas con los escribas y los rabinos. “Y todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas”. Lucas 2:47. Años más tarde la sabiduría y la percepción de Jesús, su conocimiento de las Escrituras, su comprensión práctica de los problemas de la gente, de sus anhelos y aspiraciones, causó admiración a sus críticos.

La razón de este éxito fue que el intelecto de Cristo Jesús estaba modelado perfecta y completamente por el Amor divino. Él sabía todo lo que era necesario saber. En realidad, su conocimiento era extraordinario. Pero la naturaleza y calidad de su sabiduría incluían la ternura y la compasión del Cristo que lo capacitó para sanar. Su expresión de la Mente estaba forjada por su demostración del Amor.

El suyo es un ejemplo que todos podemos emular mejor, aun en las cosas pequeñas de la vida. Nadie tiene que sentir que carece de la capacidad para expresar un intelecto firme y fuerte. Todos tenemos esa capacidad porque todos tenemos la habilidad de amar, de manifestar el Amor infinito. Si nos sentimos inferiores frente a quienes aparentan saber mucho más que nosotros, o incómodos con ellos, quizás la necesidad no sea igualar la cultura que ellos tienen, sino dejar que nuestra expresión del Amor nos guíe para aumentar y enriquecer lo que ya sabemos.

Si nuestros estudios académicos se concretan primordialmente a la tarea de acumular datos, tal vez lo que necesitamos es cambiar nuestros esfuerzos. Dejemos que el Amor modele nuestra capacidad para captar conceptos e ideas. ¿Cuán a menudo, por ejemplo, al prepararnos metafísicamente para dar un examen oramos para expresar más cabalmente a la Mente, para tener un sentido más amplio de la inteligencia ilimitada? ¿Siempre? Está bien. Tal oración puede traer mucha curación a la creencia mortal que sostiene que la inteligencia está centrada en el cerebro. Pero la oración debe llevarse más allá, hacia una comprensión más clara de que el Amor modela la consciencia, hasta llegar al conocimiento final de que el Amor es la sustancia misma de la consciencia divina.

El considerar sólo la Mente y no tomar en cuenta el hecho de que Amor es sinónimo de Mente, puede indicar que estamos orando únicamente para tener las respuestas correctas. Pero supongamos que logramos responder a todas las preguntas. Nuevamente, esto está bien. Sin embargo, el hecho que tanto impresionó a la gente respecto a Jesús fue su poder sanador inherente a su capacidad para dar respuestas. Entonces, ciertamente podemos orar para expresar la Mente; pero podemos dar por lo menos la misma importancia a orar, para que el Amor modele nuestra expresión de la Mente.

Si nuestro concepto del intelecto está edificado sobre una base que tiene un aire de arrogancia o sofistería, nos sentiremos cada vez más deseosos de obtener conocimientos humanos, y cada vez nos sentiremos menos eficaces espiritualmente. La inteligencia proviene de Dios; y Su naturaleza entera bendice nuestra habilidad de saber y entender poniendo sentimiento en ello. Si bien el conocimiento humano puede ser muy útil por el momento, aún más valioso es el entendimiento que proviene de Dios a través de la revelación divina. Si el intelecto está dotado de inspiración espiritual, y bendecido con la revelación del Amor divino, nos será útil. Si descansa meramente en una capacidad mortal de acumular conceptos materiales, es falso. “La revelación tiene que vencer la sofistería del intelecto y espiritualizar la consciencia con la declaración y la demostración de la Verdad y el Amor”,No y Sí, pág. 11. escribe nuestra Guía, la Sra. Eddy.

Un análisis de nuestro mundo, de sus necesidades, problemas y esperanzas hecho sobre una base amplia, con discernimiento e inteligencia, ciertamente que es legítimo. Pero sólo en la medida en que nuestros conceptos, incluso nuestro intelecto, sean modelados por el Amor, podremos utilizar este análisis para hacer algo espiritualmente eficaz.

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