En cierta ocasión Cristo Jesús sanó a un hombre que no podía ver ni hablar. Estaban presentes muchos testigos, listos para proclamar a Jesús el Mesías prometido. Pero cuando los fariseos supieron lo que Jesús había logrado hacer y se enteraron de la sensación de asombro y reverencia que esto había ocasionado, lo acusaron de que obraba en conformidad con el diablo.
Por supuesto que Jesús refutó este malintencionado intento para desacreditar la misión que Dios le había encomendado. La Biblia indica que el Maestro discernió inmediatamente lo que parecía estar en el pensamiento de los fariseos y contrarrestó la acusación de ellos con perspicacia y precisión espirituales irrefutables. Dijo: “Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá. Y si Satanás echa fuera a Satanás, contra sí mismo está dividido; ¿cómo, pues, permanecerá su reino?” Mateo 12:25, 26. Era obvio que no podía permanecer. Pero Jesús sabía y demostró que el Cristo, la Verdad, reinaría para siempre.
Durante todo el transcurso de la historia humana, el mundo ha proporcionado muchos ejemplos que confirman el argumento básico de Jesús en cuanto a una “casa dividida”. Dondequiera que aceptemos la falta de dedicación y fidelidad en lugar del propósito divino que el hombre manifiesta como la expresión de Dios — en lugar de la inquebrantable unidad del hombre con el Padre — es probable que encontremos disensión y la posibilidad de calamidades en la vida humana. ¿A dónde recurrir en busca de curación?
El Maestro señaló el camino claramente cuando, después de refutar la posibilidad de que pudiera producirse jamás curación espiritual alguna mediante la ayuda de Satanás, hizo esta notable declaración: “Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios”. V. 28 (según Versión Moderna). Es aquí donde la curación de querellas y divisiones, odio y codicia, ceguedad y mudez, está siempre al alcance, mediante el poder del Espíritu.
En el Glosario de Ciencia y Salud la Sra. Eddy define “Reino de los Cielos”: “El reino de la armonía en la Ciencia divina; el dominio de la Mente infalible, eterna y omnipotente; la atmósfera del Espíritu, donde el Alma es suprema”.Ciencia y Salud, pág. 590. Donde reina la armonía, donde se reconoce que la Mente divina es la única causa y creador gobernante, se cierra la puerta a las mentiras destructivas de desunión, de vida separada de Dios, de una mente aparte del Principio.
Mucho de lo que la Biblia y la Ciencia Cristiana enseñan, nos hace ver la necesidad de tener un solo objetivo y una sola visión. Aprendemos sobre la necesidad de abandonar puntos de vista ambiguos, o dualistas, sobre Dios y el hombre. No podemos dividir con éxito nuestros afectos e intereses entre Dios y las riquezas, el Espíritu y la materia. El doble ánimo, la raíz de la desunión, resulta en descontento y oscuridad mental, hasta en enfermedad, sufrimiento y finalmente en muerte. No obstante, Jesús sostuvo que “si... tu ojo fuere sencillo, todo tu cuerpo estará lleno de luz”. Mateo 6:22.
Mantener un único objetivo y deseo de conocer y hacer la voluntad de Dios, puede necesariamente incluir el abandono de algunas de nuestras más valiosas “posesiones”, tales como los intereses humanos egocéntricos, la obstinación, el orgullo y egoísmo, la justificación propia, y así por el estilo. El apóstol Pablo se daba cuenta de la lucha y el sacrificio que con frecuencia son necesarios para lograr la redención, o el requerido cambio de consciencia que nos prepara para abandonar el punto de vista mortal acerca de la vida y la realidad. Pero Pablo también percibió que “las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas”. 2 Cor. 10:4.
Mucho de lo que algunas veces estamos reacios a abandonar en los limitados y vacilantes modos materialistas de pensar y vivir, puede realmente parecer como “fortalezas” cuando empezamos a reconocer por primera vez la necesidad de redención. Pero la omnipotencia y omnipresencia del Amor divino están de nuestro lado. Las “fortalezas” tienen, por tanto, que derrumbarse.
A medida que progresamos en nuestra comprensión de la singular e inviolable relación que existe entre Dios y el hombre, creador y creación, causa universal y universo, llegamos a ver más claramente que la división no es realmente nada más que una sugestión de que puede haber separación del bien divino, Dios. La curación, por tanto, empieza en nuestra propia consciencia. La paz y armonía que resultan de amar la ley de Dios, la ley de bien incesante, tienen que ser primeramente establecidas en nuestra existencia. Aquello que ofrecemos al mundo en su búsqueda de paz y armonía será de valor permanente sólo si parte desde la base de esas demostraciones individuales de unión con Dios.
¿Está el reino de Dios a mano en este momento en nuestra experiencia? ¿Nos estamos sometiendo prontamente al reino y regla del Principio divino? ¿Estamos viviendo, pensando y amando desde la roca del Espíritu, de la Mente y el Alma? Al conducir nuestros asuntos diarios, ¿estamos alegremente dispuestos a obedecer la voluntad de Dios y no a la llamada fuerza de la voluntad mortal? En nuestras relaciones con la familia, amigos o socios, ¿nos esforzamos por ver progresivamente más de eso que Dios ve y por saber sólo lo que la Mente sabe?
Estas preguntas resumen algunas de las tareas a mano. Y cada pregunta presenta una elección. No obstante, ¿no es clara la elección en cada caso? Contribuiremos al sentido puro de unidad espiritual que el mundo tan desesperadamente necesita, únicamente mediante vidas consagradas al servicio de Dios e inspiradas por la revelación del Consolador que Él ha dado a la humanidad.
A medida que nos esforcemos por mantener una sola visión y un solo objetivo, encontraremos satisfacción perdurable y hallaremos que la paz está firmemente establecida. Permaneciendo fieles a los dos grandes mandamientos — teniendo un solo Dios y amándonos los unos a los otros incondicionalmente — sentiremos el toque del Cristo que sana las heridas y divisiones en nuestro hogar y en nuestra sociedad. Podemos empezar a demostrar este día que el reino de Dios ha venido, intacto e indiviso.