Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Desde mi niñez estuve activa en una iglesia de otra religión.

Del número de marzo de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Desde mi niñez estuve activa en una iglesia de otra religión. Una maravillosa maestra de la Escuela Dominical me había enseñado a amar la Biblia, y los siguientes versículos entonces tenían para mí especial significado: “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20), y “Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío” (Salmo 19:14).

Sin embargo, un incidente infeliz durante mis estudios secundarios me dejó anhelante de saber cómo vencer obstáculos, no sólo resignarme a vivir con ellos, y encendió el deseo de progresar espiritualmente. Convencida de que deberían ocurrir curaciones por medio de la oración como sucedía cuando Cristo Jesús estaba en la tierra, medité sobre sus palabras respecto al prometido Consolador. Entonces empecé a investigar con seriedad otras religiones. Con el tiempo estudié la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), y resultó ser la respuesta perfecta.

Mi familia más cercana se oponía a la Ciencia, pero mi deseo de servir a Dios era tan fuerte que continué estudiando la Biblia y Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. También leí las publicaciones de la Ciencia Cristiana, me hice miembro de La Iglesia Madre y de una iglesia filial, y utilicé bien las verdades espirituales que para mí estaban cobrando vida.

Esta enseñanza fue de valor inestimable para educar a mis cuatro hijos varones. Cuando eran muy chicos, al mayor se le desarrolló una enfermedad contagiosa. Yo todavía era muy nueva en la Ciencia y expresé temor de que los otros niños se contagiaran. Sin embargo, me acerqué a Dios en oración, haciendo esfuerzos por darme cuenta del amor que Él siente por cada uno de Sus hijos. Había aprendido que Él es enteramente bueno y que no causa enfermedades. También me ayudó el estudio de las citas sobre contagio que se encuentran en Ciencia y Salud. Pronto desapareció el temor, y nuestro hijo sanó. A uno de los otros niños le dio la enfermedad en una forma muy leve, pero sanó rápidamente; los otros dos nunca manifestaron síntomas de la enfermedad.

Durante sus años escolares nuestros hijos disfrutaron de los deportes, y a nosotros nos alegraba que ellos participaran en esas actividades. Pero cuando jugaban balompié, yo oraba con regularidad para comprender su seguridad irrevocable como ideas de Dios. Recibiendo consuelo del siguiente versículo de los Salmos (56:3): “En el día que temo, yo en ti confío”, llegué a depositar sólida confianza en la protección de Dios. Estoy agradecida de que los niños jugaron balompié casi sin problemas. Más tarde, los tres mayores cumplieron con su servicio militar mientras yo servía como Primera Lectora en nuestra iglesia filial. El estudio y oración sinceros que se requieren para apoyar eficazmente el puesto de Lector trajeron consigo una percepción más profunda del cuidado omnipresente de Dios. Estoy segura de que esto contribuyó a que ellos regresaran al hogar sin daño alguno después de cumplir con sus deberes en la guerra.

En una ocasión sufrí una seria dificultad en los ojos; cualquier lectura, aun la de la letra más grande, me causaba terribles dolores de cabeza. La curación de esta dificultad ocurrió gradualmente a medida que yo estudiaba fielmente la Lección Bíblica en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana y leía las publicaciones periódicas. Reflexionando sobre los relatos de las curaciones de ciegos efectuadas por Jesús, reconocí rápidamente que el mismo poder del Cristo está presente hoy. En el Glosario de Ciencia y Salud la Sra. Eddy define “ojos” como “percepción espiritual, — no material, sino mental” (pág. 586). Esta definición constituyó para mí el punto de partida para darme cuenta más vivamente de la relación inseparable del hombre con Dios, la Mente que todo lo ve. Una mayor comprensión de Su amor y omnipotencia me elevó al conocimiento de la vista verdadera, la cual es por siempre espiritual y perfecta. En poco tiempo la dificultad de la vista desapareció y pude dejar de usar los anteojos que había estado usando.

Esta curación fue tan completa que jamás he vuelto a sufrir otro dolor de cabeza. La nerviosidad y una condición asmática también sanaron al mismo tiempo. ¡Estoy muy agradecida por las continuas pruebas del cuidado de Dios! Hace ya casi veinte años que no necesito anteojos, y leo mucho todos los días.

En estos últimos años, como octogenaria, la dificultad más seria a la que he tenido que enfrentarme es al tal llamado envejecimiento. Continúo sabiendo que mi verdadero ser es espiritual, y, por lo tanto, sin edad, y que la Ciencia del cristianismo es la realidad divina. Puedo vivir sola, atender mi casa, y continúo tomando parte en el trabajo de la iglesia. Mi único propósito es glorificar diariamente a Dios con mi gozosa gratitud por la largueza de bendiciones que la Ciencia Cristiana ha traído a mi vida.


Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / marzo de 1982

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.