Poco antes de su ascensión, Jesús reunió a sus once discípulos y les dio una última misión, diciéndoles: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones... enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Mateo 28:19, 20.
Por el libro de Hechos sabemos que los discípulos siguieron el mandato de Cristo Jesús y convirtieron a mucha gente. Pero su labor, que, como es natural, la llevaron a cabo primeramente entre los judíos, también encontró oposición y fue puesta en ridículo. Uno de los más reacios adversarios de esta nueva religión era un hombre llamado Saulo. Éste quería purificar el judaísmo de esas enseñanzas, las cuales proclamaban a Jesús el Hijo de Dios, el Mesías prometido. Saulo creía que esta nueva secta, que daba importancia a Jesús, se desviaba nocivamente de la tradición y la ley.
Mientras Saulo iba camino a Damasco para arrestar a algunos de estos primeros cristianos, tuvo una experiencia que cambió toda su vida. “Yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo”. Hechos 9:3. La ignorancia y la oscuridad de pensamiento en lo que se refería a Jesús y sus enseñanzas cedieron, y vio a Jesús bajo una nueva luz. La luz del entendimiento había aparecido con tal fuerza que por un tiempo lo cegó. [Ver (1) en la sección Lectura adicional al final de este artículo.]
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