Si somos sinceros cristianos, nos esforzamos por seguir a Cristo Jesús elevándonos por encima del mal. Esto implica no sólo la determinación de resistir el pecado en todos sus múltiples disfraces, sino también la curación del dolor y la enfermedad. En otras palabras, la vida de un verdadero cristiano (y por ende la de un Científico Cristiano) no deja de tener su elemento de guerra contra las creencias de la carne.
Esta guerra podría parecer desalentadora y ocasionar frustración a menos que el punto de partida correcto — Dios perfecto y hombre perfecto — no predomine en nuestro pensamiento. Entonces, en lugar de sentir que estamos siempre tratando de alcanzar la meta de la perfección, nos vemos fortalecidos por el reconocimiento que confiere paz, de que el hijo de Dios permanece en esa base perfecta. Nuestra tarea es demostrar este estado ya existente del ser en nuestra vida diaria. Esto no es siempre fácil, pero sabemos que cuando mantenemos ante nosotros la verdad del ser, podemos rehusar ser desviados o desalentados por el error.
La existencia mortal es en verdad sólo un sueño del cual debemos despertar volviéndonos conscientes de lo que la vida verdaderamente es: la manifestación de la Vida única y divina. Como la creación del Principio divino, el hombre está siempre consciente de las hermosas cualidades de nuestro Padre celestial y nunca carece de la capacidad para exhibir esas cualidades. El hombre es irrevocablemente saludable, feliz, inteligente, amado. El Espíritu es la sustancia intacta, indestructible de su ser, así que el hombre está exento para siempre de las imposiciones injustas del materialismo, tales como enfermedad, carencia, agotamiento y frustración.
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