Muchos años atrás, después de haberme graduado de un curso vocacional de tres años en la escuela secundaria, volví a la escuela para obtener calificaciones adicionales a fin de poder entrar en una universidad local. Había pasado un año haciendo esto y comprendía que necesitaba otro año de trabajo antes de obtener los requisitos necesarios para ser admitida en la universidad. De todas formas, al finalizar las vacaciones de verano, me enteré de que el colegio había interrumpido este programa. Por lo tanto, parecía que se había desvanecido toda posibilidad de cursar las materias necesarias sin años de trabajo extra.
Esta desilusión me anonadó tanto que mi madre me recomendó ver a un practicista de la Ciencia Cristiana. Yo sabía muy poco de la Ciencia, pero tenía una fe inocente de que Dios podía hacer cosas maravillosas. La visita fue muy edificante. El practicista habló sobre el gran amor que Dios siente por todos Sus hijos y me recomendó que estudiara y memorizara un pasaje de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 1): “El deseo es oración; y nada se puede perder por confiar nuestros deseos a Dios, para que puedan ser modelados y elevados antes de que tomen forma en palabras y en acciones”.
Aprendí de memoria esa declaración y pensé en ella a menudo. Hice todo esfuerzo por no trazar ningún plan especial y confiar completamente en la dirección de Dios. Conseguí un trabajo y me mantuve ocupada. Seis semanas después una ex-profesora de la secundaria me escribió diciéndome que, por su propia iniciativa, había llevado todos mis antecedentes a la universidad y le informaron que yo había completado suficientes asignaturas como para solicitar matricularme si lo hacía inmediatamente. Lo hice, y cuando hube completado los cursos en la universidad enseñé artes domésticas en colegios públicos.
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