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[Original en portugués]

En 1974 yo no sabía nada acerca de la Ciencia Cristiana....

Del número de junio de 1982 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En 1974 yo no sabía nada acerca de la Ciencia Cristiana. Entonces un domingo acerté a sintonizar en una estación de radio en Joinvile el programa de la Ciencia Cristiana: “La Verdad que sana”. Ese mismo domingo, acompañado de mi hijo Marcio, asistí a un culto en la filial local de la Iglesia de Cristo, Científico.

Para esa fecha había yo tomado toda clase de medicinas, pero ninguna me había sanado. Sufría de problemas del estómago y del hígado, que me ocasionaban mucha angustia y malestar. Casi todo lo que comía me hacía daño. En este estado desolador me aferré esperanzado a la Ciencia Cristiana. Ya poseíamos en nuestro hogar una Biblia — aunque, hasta ese momento siempre había estado guardada — y pronto compré un ejemplar de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Con la ayuda de un Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, empecé a estudiar con regularidad las Lecciones Bíblicas.

La Palabra de Dios tuvo para mí nuevo significado a medida que yo adquiría una comprensión espiritual de los escritos de nuestra Guía. En Ciencia y Salud (pág. 381) ella declara: “¡Rechazad la ilusión de que estáis enfermos o que alguna enfermedad se está desarrollando en vuestro organismo, como os resistiríais a ceder a una tentación pecaminosa sobre la base de que a veces el pecado es necesario!” Medité sobre este pasaje con frecuencia. También fue fortalecedor el Salmo 91, el cual nos asegura (vv. 1–3): “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré. Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora”.

A medida que fui percibiendo la realidad del ser — que el hombre no es material sino espiritual, la semejanza misma de Dios — mi salud mejoró. Al fin me veía libre de los dolorosos problemas del estómago y del hígado, y de la angustia que me habían causado. ¡Había sido liberado por el omnipotente poder de Dios!

Desde los dieciséis años de edad tenía yo un quiste en el lado derecho de la frente. Había ido aumentando en tamaño y se había agrandado tanto que quienes me veían decían que tenía que operarme. Ahora, debido a mi estudio de Ciencia Cristiana, cada vez que alguien comentaba sobre mi condición, silenciosamente negaba que pudiera ser real. Yo sabía que Dios no causa aflicción al hombre que Él ha creado, sino que lo mantiene en perfecta salud.

Un día tuve la convicción de que el poder de Dios podía sanarme completamente. Empecé a orar por mí mismo de acuerdo con las enseñanzas de esta Ciencia. No obstante, la condición pareció agravarse y me atemoricé. Entonces me vino el pensamiento: “No temas”. Al hojear el Himnario de la Ciencia Cristiana leí este verso (No. 123):

No temas, contigo Yo siempre estaré,
pues Yo soy tu Dios y valor te daré;
en Mí hallas fuerza, ayuda, sostén,
Mi mano prodiga la dicha y el bien.

En dos semanas, con la ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana, el quiste sanó completamente.

Hoy, considerando la iluminación espiritual que la Ciencia me ha traído, puedo declarar: “Habiendo yo sido ciego, ahora veo” (Juan 9:25). Estoy muy feliz de ser miembro de La Iglesia Madre y de una iglesia filial.


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