Las fuerzas del Espíritu divino, Dios, que producen armonía, se ponen de manifiesto en esas cualidades que dan acción al pensamiento tales como la sabiduría y la inteligencia, la pureza y la perfección, la santidad y el gozo, y éstas constituyen el hombre a la imagen de Dios. Las fuerzas espirituales actúan infaliblemente. Son leyes de Dios que expresan Su todopoderosa voluntad de bien. Están activas no sólo en algunas partes sino en todas partes, gobernándolo todo y protegiendo en la experiencia humana todo aquello que proviene de Dios. La Sra. Eddy escribe: “El Espíritu es la vida, sustancia y continuidad de todas las cosas. Andamos sobre fuerzas. Retiradlas, y la creación tiene que desplomarse. El conocimiento humano las llama fuerzas de la materia; pero la Ciencia divina declara que pertenecen por entero a la Mente divina, que son inherentes a esta Mente, restituyéndolas así a su justo lugar y clasificación”.Ciencia y Salud, pág. 124.
Nunca ha habido un momento en que algo aparte del Espíritu fuera real, nunca un momento en que haya existido una creación que incurriera en imperfección, o un hombre que pudiera morir. El hombre, la expresión inmortal de la Vida sin comienzo ni fin, nunca podría caer de la perfección o estar separado del bien. Él no tiene otra consciencia que la del bien, ninguna otra Mente o Vida sino Dios.
El Espíritu es la única Vida real del hombre, la única sustancia real de su ser, el Principio divino que asegura su continuidad eterna. El hombre es la completa representación del Espíritu inagotable. Conceptos limitativos, condiciones resultantes de la creencia de que hay vida en la materia o acción de fuerzas materiales, no afectan al hombre. Las irritaciones, enfermedades, restricciones e insuficiencias tienen que ver con lo mortal, y mediante la Ciencia ponemos a un lado progresivamente el punto de vista mortal acerca de la existencia. Nos identificamos más consecuentemente como el hombre de Dios, más bien que como un mortal finito. El resultado es regeneración, curación.
“Andamos sobre fuerzas”. Las eternas fuerzas de la Mente, de Dios, constituyen, preservan y gobiernan el universo, incluso el hombre. Personajes bíblicos como los tres hebreos, Sadrac, Mesac y Abed-nego, ilustraron esto más allá de toda duda.
Estos tres jóvenes salieron del horno de fuego ardiendo, nos dice la Biblia, vivos e intactos, “ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de fuego tenían”. Dan. 3:27. La fe de ellos en Dios y la absoluta lealtad que Le tenían anulaban toda supuesta ley de la materia que pretendiera tener poder para destruir la idea de Dios, el hombre, o hasta siquiera para perturbar la armonía de su ser. Hoy en día la Ciencia Cristiana nos capacita para demostrar ese mismo poder de Dios.
El Espíritu es Todo-en-todo. En la omnipresencia divina no existen fuerzas enemigas. En realidad no hay mente mortal que pueda pretender actuar a través de fuerzas destructivas físicas o mentales. Dios es la única Mente, infinita y omniactiva. El inteligente poder espiritual de esta Mente sostiene las únicas fuerzas que actúan en el universo de Dios, y produce solamente orden y paz. Esto es ciertamente lo que Cristo Jesús demostró cuando ordenó al vendaval y a las olas: “Calla, enmudece”. Marcos 4:39. Las fuerzas mentales negativas no tienen más alternativa que ceder a la presencia del Cristo, la verdadera idea de Dios.
El Cristo trae a luz la eterna filiación del hombre con Dios. La Biblia revela esta verdad: “Amados, ahora somos hijos de Dios”. 1 Juan 3:2. Las fuerzas del Principio divino siempre activo están presentes para sostener nuestra salud, mantener nuestra perfección, preservar nuestra vida, asegurar nuestra eterna continuidad como ideas de Dios. Puesto que el hombre refleja a Dios, la inteligencia divina, nuestra perpetuidad, nuestra coexistencia eterna con Dios, permanece intacta. Nuestra verdadera identidad es la idea inmortal de Dios. Dios ama tiernamente todo lo que ha creado y lo preserva en su perfección.
El hombre no puede experimentar algo que no suceda en la Mente infinita. Por tanto no debemos permitir que nos mesmerice la sugestión de que somos mortales, vencidos por la enfermedad y el desaliento, dependiendo de la materia para nuestra vida y nuestro bienestar. Esta sugestión no es una expresión de la Verdad, sino una ilusión de los sentidos materiales, que la Verdad reprende y destruye. El hombre nunca está desamparado. Siempre sabe lo que Dios le hace saber.
En realidad Dios es nuestra única Mente, y somos lo que Dios nos creó para que seamos y sabe que somos: Sus amados hijos e hijas. Lo que Dios sabe determina nuestra existencia entera. Somos por siempre causados, gobernados y condicionados sólo por Dios. Nuestra identidad individual, ordenada por Dios, jamás ha estado encarnada en la materia. Las erróneamente llamadas fuerzas materiales de pensamiento nunca produjeron al hombre, ni tampoco tienen ningún dominio sobre él. Hemos “nacido del Espíritu”, Juan 3:8. somos mantenidos y gobernados por las fuerzas espirituales de Dios. La impotencia de las llamadas leyes o fuerzas materiales puede comprobarse. Nuestra vida y nuestro ser están en Dios y son de Dios, y expresan el amor, la sustancia, la inteligencia, la salud y la perfección del Ser Supremo.
Si se tira un pedazo de corcho al agua o se usa como boya en una caña de pescar, éste no se hunde. Hay fuerzas que actúan para mantener el corcho o la boya siempre sobre la superficie. “Andamos sobre fuerzas”. Las fuerzas sanadoras, regeneradoras, del Cristo, la Verdad, nos sostienen; nunca fallan, nunca nos decepcionan. Aseguran que siempre podemos reclamar nuestro ser real y movernos en armonía con Dios, reflejando la rapidez del Amor divino y el poder de la Vida eterna.
Cuando Pedro y Juan entraron en el templo por la puerta que se llama la Hermosa y sanaron al hombre cojo, se nos dice: “Al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios”. Hechos 3:7,8. He aquí una prueba contundente del poder sanador del Cristo, una prueba categórica de las fuerzas espirituales en acción. Dado que el hombre actúa y se mueve en armonía con Dios, todos podemos caminar con paso ligero y confiado. ¡Alabemos a Dios por Su bondad y amor eternamente sostenedor! La Sra. Eddy escribe: “La Mente, gozosa en su fortaleza, mora en el reino de la Mente. Las ideas infinitas de la Mente corren y se recrean. En humildad escalan las alturas de la santidad”.Ciencia y Salud, pág. 514.
Éste es un pensamiento inspirador para cada día. Al saber que somos reflejo de la Mente, podemos estar “gozosos en fortaleza”. En la Ciencia, la fortaleza y la energía divinas siempre están acompañadas del gozo. En realidad, como ideas infinitas de la Mente, “corremos y nos recreamos”, y ésta es nuestra actividad verdadera. Todas las fuerzas del Amor divino están presentes para sostenernos. En el gobierno del Amor siempre hay movimiento gozoso en armonía con Dios. El Amor es supremo; nada está jamás fuera o más allá del control de las fuerzas del Amor, que producen armonía.
