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A fines de un verano comencé a tener problemas en la espalda.

Del número de enero de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


A fines de un verano comencé a tener problemas en la espalda. Durante los meses siguientes el dolor se hizo cada vez más severo. Entonces, una mañana de octubre, encontré que casi no podía levantarme de la silla. Con mucha dificultad llegué hasta el teléfono y llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana. Su respuesta fue afectuosa y tranquilizadora. Además, a pesar de la descripción que le hice de mi estado físico, el practicista me alentó y hasta indicó que me era posible ir a trabajar ese mismo día. Siendo un estudiante de la Ciencia, comprendí que el practicista estaba tratando de abrir mis ojos al hecho de que, en realidad, nada malo me había sucedido jamás como el hombre creado a la imagen de Dios. Sin embargo, como cuando llamé al practicista no me podía poner en pie, no veía cómo sería posible realizar mi trabajo como profesor universitario.

No obstante, después de orar por mí mismo por un corto tiempo decidí hacer el esfuerzo de manejar hasta el trabajo. Y al llegar allí me di cuenta de que podía caminar y permanecer de pie con suficiente comodidad como para dictar las clases del día. Con la ayuda de las oraciones del practicista pude continuar con mis tareas diarias, aunque los dolores y momentos de incapacidad continuaron intermitentemente por muchos meses. Durante este período el practicista dirigió mi atención a muchos pasajes en los escritos de la Sra. Eddy. Una referencia me fue especialmente útil (Retrospección e Introspección, pág. 61): “La Ciencia Cristiana revela la verdad de que si el sufrimiento existe, es sólo en la mente mortal, porque la materia no tiene sensación y no puede sufrir.

“Si excluís de la mente mortal toda sensación de enfermedad y sufrimiento, no podréis hallarla en el cuerpo”.

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