Los Reyes magos adoraron al niño de Belén trayéndole regalos dignos de la nobleza de la misión y de la espiritualidad del niño; los pastores lo adoraron, alabando públicamente a Dios por la profecía cumplida con el nacimiento del Salvador. María amaba a su niño, prodigándole cuidados maternales y atesorando en su corazón las preciosas promesas de Dios y las profecías acerca de su llamado.
Que el mundo entero no apreciara a este niño no fue obstáculo a la ferviente adoración de quienes sí lo apreciaron. Tampoco pudo su exiguo número impedir que Cristo Jesús creciera “en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” Lucas 2:52. hasta que cumplió su misión de probar a toda la humanidad la verdadera naturaleza de Dios, el Amor, y Su expresión, el hombre.
“En distintas épocas la idea divina toma diferentes formas, según las necesidades de la humanidad”, escribe la Sra. Eddy. “En esta época toma, más inteligentemente que nunca, la forma de la curación cristiana. Éste es el niño que hemos de atesorar”.Escritos Misceláneos, pág. 370.
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