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Atesorando al niño

Del número de enero de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Los Reyes magos adoraron al niño de Belén trayéndole regalos dignos de la nobleza de la misión y de la espiritualidad del niño; los pastores lo adoraron, alabando públicamente a Dios por la profecía cumplida con el nacimiento del Salvador. María amaba a su niño, prodigándole cuidados maternales y atesorando en su corazón las preciosas promesas de Dios y las profecías acerca de su llamado.

Que el mundo entero no apreciara a este niño no fue obstáculo a la ferviente adoración de quienes sí lo apreciaron. Tampoco pudo su exiguo número impedir que Cristo Jesús creciera “en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” Lucas 2:52. hasta que cumplió su misión de probar a toda la humanidad la verdadera naturaleza de Dios, el Amor, y Su expresión, el hombre.

“En distintas épocas la idea divina toma diferentes formas, según las necesidades de la humanidad”, escribe la Sra. Eddy. “En esta época toma, más inteligentemente que nunca, la forma de la curación cristiana. Éste es el niño que hemos de atesorar”.Escritos Misceláneos, pág. 370.

¡Piensen! Hoy en día es posible la curación mental moral y física que Jesús practicó y enseñó a sus seguidores. La curación que recurre a medios materiales se basa en la verdad espiritual de que el Espíritu, Dios, es el único creador y, por tanto, el hombre es Su idea espiritual. Miles de tales curaciones se han efectuado, y cada una prueba que aun la comprensión parcial de esta verdad contradice y contrarresta los diagnósticos y teorías materiales, y restaura la salud.

¿Cómo podemos atesorar esta curación cristiana? Al meditar sobre este interrogante, la respuesta que obtuve mediante un mayor entendimiento de Dios y del hombre fue hermosamente ilustrada por el ejemplo de un petirrojo que construyó su nido afuera de la puerta de entrada a nuestra casa.

Con gran paciencia y persistencia esta madre preparó un nido para sus hijuelos, un hogar muy fuerte en su exterior, pero muy suave en su interior. Respecto a mi propia forma de atesorar el método sanador demostrado por Jesús, a menudo me pregunto: “¿Obro yo con tanta diligencia como este petirrojo al preparar mi pensamiento por la mañana, revistiéndolo interiormente con las fuertes, pero apacibles, cualidades de esperanza, alegría, pureza, reconocimiento, fe y humildad para acoger la verdad sanadora de Dios? ¿O están allí arraigadas las espinosas creencias materialistas, que se resisten aparentemente a que yo obtenga la inspiración celestial?” Si es así, tengo que hacer una limpieza mental más a fondo. “La manera de extraer el error de la mente mortal es verter en ella la verdad mediante inundaciones de Amor” Ciencia y Salud, pág. 201. nos instruye la Sra. Eddy en Ciencia y Salud. Pensemos, también, en el Salmo 103. Es indudable que allí hay lo que yo llamaría una rica provisión de la verdad, lista para derramarse mediante inundaciones de Amor. Nos da la certeza del poder de Dios para perdonar todas nuestras iniquidades, sanar todas nuestras enfermedades, salvarnos de la destrucción, coronarnos con bondad y solícita misericordia, alimentarnos con las buenas cosas v obrar con justicia y juicio frente a todos los oprimidos. Cuando inundan nuestra consciencia, tales promesas entran a raudales y elevan nuestro pensamiento sobre el miasma de las limitaciones, condiciones y consecuencias que se impone la materia. Estas promesas nos capacitan para adquirir una vislumbre de la supremacía de Dios y del dominio divinamente otorgado al hombre sobre el mal. Las creencias materiales son todas mentiras, por mucho que se las aclame. No pueden continuar ocultas en el pensamiento que es purificado y fortalecido por las inundaciones del Amor.

¡Qué instintiva y sabia fue la protección que gobernó el maternal y solícito cuidado que el petirrojo prodigó a sus cuatro pequeños después de su arribo! Nunca cesó de alimentarlos. Con diligencia cobijó y alimentó a sus hijuelos al tiempo que mantenía siempre una guardia vigilante. ¿Amamos, de la misma manera, la curación cristiana y la nutrimos con la inspiración espiritual, adquirida mediante el cotidiano y diligente estudio de la Biblia y de Ciencia y Salud? ¿O esperamos que el niño se desarrolle pese a nuestro descuido? Es necesario e importante atesorar individualmente la curación cristiana. El pensamiento herodiano (el odio del mal hacia la verdad, la cual destruye el reino del mal), por medio de sus tenaces pretensiones de inteligencia y sustancialidad en la materia, niega constatemente la posibilidad de la curación por medios distintos de los materiales. Sin embargo, el mal no puede oponerse al desarrollo de la curación cristiana cuando comprendemos que la materia carece de sustancia, inteligencia o poder verdaderos.

¿Estamos tan alerta como el petirrojo? ¿Estamos tan alerta como para excluir toda complacencia, apatía o vacilación, todo lo que se opone al conocimiento que Dios tiene de Su propia totalidad? ¿O damos cabida a estos intrusos (que insidiosamente sugieren que son nuestro propio pensamiento) y nos rendimos impotentes ante ellos? La ley de Dios nos capacita para resistir tenazmente todo lo que es desemejante a Él. Nuestra labor de atesorar incluye el ejercicio de esta autoridad en la medida en que comprendemos Su naturaleza. Este entendimiento aumenta con cada esfuerzo consagrado por comprender y hacer el bien en la medida de nuestras posibilidades.

Para el petirrojo madre el vuelo era natural y necesario, hasta irresistible, no sólo probable o posible. Cuando sus polluelos se desarrollaron lo suficiente, supo que podrían volar, y aunque uno de ellos se mostró más lento en aprender que los demás, eventualmente todos levantaron vuelo. Análogamente, tenemos que confiar sin reservas en la irresistibilidad de la omnipotencia del Espíritu para curar. La Sra. Eddy lo explica así: “La Ciencia revela la posibilidad de lograr todo lo bueno, e impone a los mortales la tarea de descubrir lo que Dios ya ha hecho; pero la desconfianza en nuestra habilidad de obtener el bien deseado y producir resultados mejores y más elevados, a menudo estorba la prueba de nuestras alas y asegura el fracaso desde el comienzo”.Ibid., pág. 260. La ley de Dios sustenta toda tentativa para demostrar el poder de Su Cristo, la Verdad.

Mantener presente en nuestro pensamiento las pruebas de la curación cristiana (no sólo las que hemos obtenido nosotros mismos, sino todas aquellas de las que estamos enterados) puede sernos muy útil cuando la demora, el desaliento o la desesperación quisieran cortarnos las alas e impedir nuestra obra de curación. Lo primero que hizo David cuando el rey Saúl dudó de su habilidad para luchar contra Goliat fue relatar las pruebas que había tenido del cuidado de Dios. Estas pruebas le dieron la certeza del auxilio del Amor en todas las circunstancias. Ver 1 Samuel 17:32–37. La Biblia abunda en relatos de curaciones en las que no se empleó otro remedio que una comprensión de Dios. Las últimas cien páginas de Ciencia y Salud contienen curaciones obtenidas sólo mediante la lectura de este libro. Cada número de The Christian Science Journal, del Christian Science Sentinel y los Heraldos contiene testimonios recientes de curaciones realizadas por medio de una confianza radical en el Espíritu. Cada testimonio prueba la disponibilidad y eficacia del perdurable amor que Dios tiene por todos nosotros. Su omnipotencia y omnipresencia son siempre adecuadas, y en ellas confiamos. Escuchar firmemente Su voz y esforzarnos por seguir esta orientación en la medida de nuestra capacidad nos harán discernir y demostrar la presencia de Su reino con curaciones cada vez mayores.

El mandamiento de atesorar al niño de la curación cristiana no puede ser una tarea muy difícil, pues Dios asegura lo que ordena. Suyos son el poder y la capacidad, el entendimiento y el niño.

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