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Nuestra parte en la curación

Del número de enero de 1983 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Ciencia Cristiana trae curación segura. No hay duda de ello. Dios es quien sana, y Su obra es precisa y absoluta.

¿Pero qué parte tiene el paciente en esta actividad? Un cuidadoso estudio de la obra de curación efectuada por Cristo Jesús, la cual es nuestro modelo, indica que hay ciertas cualidades de pensamiento presentes al efectuarse una curación. “¿Quieres ser sano?” Juan 5:6. ¿Estamos dispuestos a abandonar ideas preconcebidas en cuanto a la sustancialidad de la materia, nuestra dependencia en ella, o la creencia de que el hombre es un miserable pecador, que ha sido condenado?

Éstos son sólo unos pocos de los conceptos equivocados que quisieran retardar u obstaculizar el que se recupere la salud. Al reconocerlos y corregirlos, aceleramos la acción regenerativa.

Muchos de aquellos a quienes Jesús restauró la salud reconocieron por adelantado el poder divino que él expresaba. “¡Ten misericordia de nosotros, Hijo de David!” suplicaron dos ciegos. Jesús respondió: “¿Creéis que puedo hacer esto?” Continúa el relato: “Ellos dijeron: Sí, Señor”. Mateo 9:27, 28. Entonces él los sanó. En otra ocasión, gente de Genesaret “rogaban que les dejase tocar solamente el borde de su manto; y todos los que lo tocaron, quedaron sanos”. Mateo 14:36.

Tal reconocimiento del poder de Dios antes de la curación es sumamente importante. Y era el poder de Dios, el que actuaba en la consciencia de Jesús durante su vida terrenal, y no un poder personal que tuviera su origen en Jesús y que le perteneciera. Él mismo dijo: “Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras”. Juan 14:10. La misma fuerza divina puede ponerse en operación en nuestra vida hoy en día.

Para vencer la enfermedad mediante el tratamiento espiritual, tenemos que estar dispuestos a desechar nociones preconcebidas, conceptos que estén basados en la materia, y recurrir de todo corazón a Dios, el Espíritu, reconociendo que Él es la fuente de todo bien. Aprendemos que nuestra verdadera relación con Dios es como reflejo. Nos identificamos como espirituales, nos apartamos de un concepto limitado y material acerca del yo, y reconocemos que nuestra verdadera identidad está basada en Dios, que jamás es física.

“El estar dispuesto a llegar a ser como un niño pequeño y dejar lo viejo por lo nuevo, dispone el pensamiento para recibir la idea avanzada”, nos asegura la Sra. Eddy. “Alegría de abandonar las falsas señales del camino y regocijo al verlas desaparecer es la disposición que ayuda a acelerar la armonía final”.Ciencia y Salud, págs. 323–324. Si hemos de sanar, es necesario tal esfuerzo de nuestra parte. Podemos estar dispuestos a volvernos a Dios, el Amor divino, de todo corazón; renunciar al concepto de realidad en la materia y a la creencia en la dificultad que encaramos. Y poner nuestra vida en armonía con la ley de Dios.

El practicista de la Ciencia Cristiana nos ayuda a hacer esto, pero nosotros mismos tenemos que estar dispuestos a cesar de dar realidad en forma alguna a la discordia. Incluso cuando se tiene la ayuda de un practicista, la experiencia sanadora ocurre siempre entre el paciente y Dios. La Sra. Eddy nos advierte: “Si no anhelamos en lo secreto y no luchamos abiertamente por lograr todo lo que pedimos, nuestras oraciones son ‘vanas repeticiones’, tales como las que usan los gentiles. Si nuestras peticiones son sinceras, nos esforzamos por lograr lo que pedimos; y nuestro Padre, que ve en lo secreto, nos recompensará en público”.Ibid., pág. 13. Un humilde reconocimiento de la totalidad de Dios y nuestra inclusión en ella, es verdadera oración.

Quizás afirmamos que el Amor divino es todopoderoso, pero luego esperamos que el Amor divino se rebaje al nivel de la creencia falsa. Puede que estemos serenos en medio del problema. Pero si usted y yo hemos de encontrarnos en una esquina designada de la calle, ¿no deberíamos encaminarnos cada uno hacia el lugar de encuentro? La palabra misma “encuentro” indica el acto de unirse, exigiendo acción de parte de ambas personas. Esta acción dual es obvia cuando la necesidad humana es satisfecha por el Amor divino, que está siempre activamente presente.

En el Evangelio según San Lucas leemos cómo el hijo pródigo “volviendo en sí.. . y levantándose, vino a su padre”. Cuando el hijo se dio cuenta del enredo en que se encontraba — de la equivocación que había cometido — no se limitó a quedarse sentado esperando que su padre viniera a rescatarlo. Dio pasos definitivos para corregir su situación. El hijo recordó su verdadera identidad, quién era su padre, cuál era su patrimonio. La historia continúa: “Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó”. Lucas 15:17, 20.

Así es con cada uno de nosotros. Cuando reclamamos nuestro verdadero patrimonio como el amado hijo de Dios, el Espíritu, vemos que eso incluye el dominio que Dios nos ha dado sobre circunstancias materiales adversas. En otras palabras, cuando recobramos el sentido, la consciencia de nuestro ser verdadero, estamos recurriendo al Amor divino. Y así como el padre del hijo pródigo no esperó hasta que su hijo llegara al umbral de la puerta de la familia sino que corrió a darle encuentro, así el Amor divino siempre se apresura a ir a nuestro encuentro, y nuestra necesidad humana es satisfecha. Hemos vuelto a la casa de nuestro Padre, a la verdadera comprensión de nuestra ininterrumpida unidad con Él. La Sra. Eddy, nos asegura: “Estad conscientes por un solo momento de que la Vida y la inteligencia son puramente espirituales — que no están en la materia ni proceden de ella — y el cuerpo no proferirá entonces ninguna queja. Si estáis sufriendo a causa de una creencia en la enfermedad, os encontraréis bien repentinamente”.Ciencia y Salud, pág. 14.

Esto, por supuesto, requiere disciplina de pensamiento de nuestra parte, un reconocimiento de la presencia y omnipotencia eternas de Dios que por siempre actúan para beneficio de Su perfecta imagen espiritual, el hombre verdadero, nuestra identidad verdadera. Y vemos que cuando hacemos esto, cuando hacemos nuestra parte, el ajuste requerido en nuestros asuntos humanos tiene lugar.

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