Naamán puso a un lado
el orgullo arrogante
patriótico y obstinado
que reclamaba derecho sobre su nombre
y se volvió otra vez
como antes era
(antes que mundo fuera,
antes que la pretensión llegara).
No es de extrañar entonces
que precisamente cuando
su acto de zambullirse
simbolizó este hecho,
¡su carne brilló pura
como la de un niño!
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