Hace algún tiempo me lastimé la rodilla. Inmediatamente llamé por teléfono a una practicista de la Ciencia Cristiana pidiéndole ayuda. Ella me dio algunas maravillosas declaraciones de verdad que me sostuvieron, y me hizo notar la necesidad de retar la creencia religiosa general de que el hombre está separado de Dios y tratando de volver a Él. Sentí gran mejoría, y pude continuar el tratamiento por mi cuenta.
Luego, sin embargo, cuando la condición reapareció, mi marido (que no es Científico Cristiano) anunció que me había hecho una cita para consultar a un médico esa tarde. Fui, y el diagnóstico del médico fue horrendo. Debido a la severidad del caso, dijo que debería operarme inmediatamente y recomendó que viera a un cirujano ortopédico sin tardanza. Procedió a escribir una carta (al cirujano) diciendo que los ligamentos estaban rasgados y los nervios dañados, y que había indicios de agua en la rodilla. El médico entonces me advirtió que si no me operaba, lo iba a lamentar amargamente. Me sentí muy temerosa y atrapada.
Esa noche oré para saber qué hacer; me vino la idea de comunicarme con mi maestro de la Ciencia Cristiana, que fue lo primero que hice a la mañana siguiente. Después de contarle mi historia de pesar, me tranquilizó con este hermoso pasaje de Isaías, que habla así de Dios (45:23): “Por mí mismo hice juramento, de mi boca salió palabra en justicia, y no será revocada: Que a mí se doblará toda rodilla, y jurará toda lengua”. Dijo que trabajaríamos juntos para inclinarnos ante la autoridad de Dios y no ante la de la profesión médica.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!