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A lo largo de mi vida he aprendido que las enseñanzas de la Ciencia Cristiana...

Del número de octubre de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


A lo largo de mi vida he aprendido que las enseñanzas de la Ciencia Cristiana son el medio más seguro de enfrentar los desafíos que a diario se nos presentan. El cuidado sanador y protector de Dios fue particularmente evidente para mí durante los años en que trabajé en el Extremo Oriente.

Mi trabajo como funcionario de una institución internacional de desarrollo, requería que me trasladase regularmente a distritos remotos de los países en vía de desarrollo de la región. Aunque estaba en zonas aisladas — a veces en islas lejanas — me sentía continuamente fortalecido por la certeza que la Biblia infunde de la presencia eterna del Amor divino. Los siguientes versículos tuvieron un significado especial: “Si las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra” (Salmo 139:9, 10).

En una región del sur de Asia, durante el violento período que precedió a una elección nacional, una turba de gente comenzó a arrojar piedras al lento tren en que yo viajaba. Confié en el poder protector de Dios y no sentí temor. En circunstancias turbulentas a menudo he encontrado un seguro refugio en la siguiente promesa: “No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día.. . Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos” (Salmo 91: 5, 11). De pronto, el ataque cesó sin que los pasajeros sufrieran lesión alguna.

Cuando estaba trabajando en una pequeña isla al sur del Pacífico, contraje una fiebre. Oré por mí mismo, y me fue posible cumplir con mis obligaciones, pero con cierto malestar. Deseaba tener la ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana, pero no había ninguno en el país y tampoco había teléfono accesible para llamar a alguno de otro lugar. Continué orando solo. Unos días después, viajé por la noche al territorio continental más cercano. Allí pedí y recibí ayuda de un practicista mediante la oración. Pronto se produjo la curación. Recuerdo que la dificultad desapareció cuando viajaba en un jeep que saltaba continuamente al subir por una montaña volcánica cuando regresaba a reanudar mis tareas.

Además, estoy agradecido por participar activamente en una iglesia filial local, lo cual me ha brindado magníficas oportunidades para crecer en mi entendimiento espiritual. Mi permanencia en esa región distante del mundo fue enriquecida por la bendición contenida en este pasaje en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy (pág. 254): “Peregrino en la tierra, tu morada es el cielo; extranjero, eres el huésped de Dios”.


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