Todos hemos leído acerca del valor de hombres y mujeres que se han negado a hacer concesiones en cuanto a su adoración a Dios, aun cuando la conveniencia podría haber dictado un curso de acción más “seguro”. Las Escrituras están llenas de tales relatos. Uno que se destaca tanto para los niños de la Escuela Dominical como para los adultos, es la historia de Sadrac, Mesac y Abed-nego. Ver Dan., cap. 3. Estos tres hebreos estaban a cargo de los negocios en la provincia de Babilonia, en la época del cautiverio de los judíos, cuando Nabucodonosor estaba en el trono.
El rey había levantado una imagen de oro, y esperaba que todos los habitantes de su reino obedecieran su decreto y adoraran a ese ídolo. Quienquiera que desobedeciera sería echado en un horno. Aun ante esa amenaza, esos hombres se negaron a obedecer. Su firme respuesta al rey fue: “Nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará“.
El pensamiento mundano podría burlarse creyendo que esto no era más que una bravata. De hecho, demostró una dimensión más profunda de la completa confianza en Dios para salvar de toda dificultad. Este relato de la Biblia sirve también para ilustrar los resultados de una lealtad tan sincera, porque aun cuando la furia y la ira del rey lo hizo ordenar que el horno fuera calentado siete veces más de su intensidad normal, y los hombres fueron atados y echados dentro del horno, las llamas no los dañaron de ninguna manera.
El rey se asombró al ver a esos hombres, que confiaron tan firmemente en su Dios, caminando ilesos en medio del fuego; y tenían un acompañante con ellos. Exclamó: “Veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses“. Ninguna amenaza humana pudo debilitar la confianza de esos fieles servidores de Dios. Su valor y completa abnegación, podría decirse que les aportó un mejor concepto de que el hombre es hijo de Dios; y este hombre espiritual tiene vida indestructible.
Verdaderamente así fue como Cristo Jesús encaró también el odio del mundo hacia la Verdad. El ciertamente fue un siervo fiel de Dios, pero además sabía que su relación con Dios era la de un Hijo con su Padre. El sabía que su vida era indestructible en Cristo, la Verdad, y que nada podía interferir con la Vida. En el huerto de Getsemaní, donde encaró la gran prueba de su fidelidad para con el Principio, pudo renunciar por completo al sentido humano de su propia voluntad por la voluntad divina de Dios.
La palabra Getsemaní se usa generalmente para referirse a una prensa de aceitunas. Cuando se cosechan las aceitunas, se colocan en una prensa para extraer el aceite. En los tiempos de Jesús se usaba el aceite para alumbrar, para ungir y para ofrendas ritualistas. Por cierto que mediante su manera de actuar frente a la presión de todo el peso de la materialista manera de pensar del mundo, Jesús estaba mostrando a la humanidad la luz de la verdad. Estaba mostrando el camino para salir de la mortalidad y la muerte. El dominio que Jesús tenía sobre la voluntad humana y su indudable obediencia a Dios lo libró de la sentencia de muerte que los enemigos de la Verdad querían imponerle.
Cristo Jesús ha sido correctamente conocido como el Maestro, el gran Maestro, por los cristianos que se esfuerzan por seguir su manera desinteresada de servir a Dios. Los Científicos Cristianos reconocen la total abnegación de su vida llena de amor, la cual nos muestra el camino del Cristo, la Verdad. En sus escritos, la Sra. Eddy a menudo se refiere a Jesús como el “Maestro”. En Ciencia y Salud, el libro de texto de la Ciencia Cristiana, ella escribe sobre la santa lucha de Jesús en Getsemaní: “Cuando el elemento humano en él luchaba con el divino, nuestro gran Maestro dijo: '¡No se haga mi voluntad, sino la Tuya!' — a saber: No sea la carne, sino el Espíritu, lo que esté representado en mí. Eso es la nueva comprensión del Amor espiritual. Da todo por Cristo, o la Verdad”.Ciencia y Salud, pág. 33.
¿Qué nos estaba enseñando Jesús? Que la vida que se vive de acuerdo con Dios, el Espíritu, está santamente protegida, y que es indestructible y eterna. En el Antiguo Testamento, los tres hombres demostraron esto cuando “sometieron sus cuerpos” y encontraron al Cristo, la Verdad, allí mismo en su prueba de fuego, listo para salvarlos y liberarlos de la ira de la voluntad humana. Nosotros podemos también aprender a sacrificar el temor y la voluntad humanos al encarar alguna prueba que quisiera amenazar con separarnos del omnipotente cuidado de Dios. Quizás estemos luchando con una enfermedad y anhelando el alivio y, no obstante, nos sentimos inseguros acerca del poder sanador de Dios. O tal vez estemos resistiendo una fuerte tentación de comprometer nuestra pureza e inocencia con la manera mundana de que “todos lo están haciendo”.
Cuando tenemos esas luchas con nosotros mismos — cuando la voluntad humana y los planes personales quisieran oponerse a lo que nosotros sabemos que es el curso correcto — con frecuencia esto nos exige que sacrifiquemos, en gran manera, la obstinación para mantenernos en el camino ascendente hacia la espiritualidad. El sentido material quisiera persuadirnos, en ciertos momentos, con sus argumentos de que hay un camino más corto y que si comprometiéramos nuestra espiritualidad, hallaríamos un camino más cómodo a través de las bajezas de la existencia humana. Se necesita valor moral en tales momentos, pero nuestro Padre amoroso, a quien de todo corazón estamos dispuestos a servir, nos capacita — nos da la habilidad — para vencer los argumentos de que hay otro poder, u otra voluntad, que podría impedir nuestro progreso espiritual.
Nuestro progreso espiritual está asegurado cuando nos sometemos a la voluntad divina. Entonces hallamos, cada vez más, la paz y la seguridad de una vida vivida de acuerdo con el Principio divino. Vemos, también, que tenemos la habilidad y el poder para demostrar, día a día, en nuestra vida que Dios es supremo.
En Ciencia y Salud leemos esta línea del Padre Nuestro, con su interpretación espiritual:
“Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
Capacítanos para saber que — como en el cielo,
así también en la tierra — Dios es omnipotente, supremo”. Ibid., pág. 17.
Dominio y libertad llenos de gozo es lo que Dios siempre quiere para Sus hijos.