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La consciencia que sana

Del número de octubre de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En Jesús tenemos un ejemplo único de lo que el Cristo, la Verdad, hace en la vida humana, en el ser humano. Pero para ver algún efecto del Cristo en nuestra vida, se requiere una verdadera disposición para dejar nuestras presunciones y opiniones y recurrir al Cristo para que nos guíe. ¿Sentimos la urgencia de la exigencia? ¿Nos damos cuenta de que es mil veces más importante hacer esto que seguir alguna “trayectoria profesional” o seguir nuestros propios planes e inclinaciones?

Puede que seamos miembros de la iglesia, y hasta que seamos bastante activos, puede que hayamos tomado instrucción en clase, que leamos la Lección Bíblica, pero todo esto puede o no puede significar que estamos dejando todo por Cristo. No obstante, ese punto donde cruzamos la línea en que dejamos atrás un sentido material de las cosas por la verdad espiritual — ese cambio fundamental de consciencia — es precisamente de lo que trata la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens).

Tenemos que trabajar para lograrlo. Tenemos que practicarlo en nuestra vida diaria, corrigiendo y disciplinando el pensamiento cada día. Aprendemos no sólo por haber sido inspirados a las 5:30 de la mañana cuando la casa está tranquila, sino por mantener la inspiración a las 11:30 de la mañana cuando los niños están peleando, o a la 1:30 de la madrugada cuando estamos solos y la casa parece desierta. Aprendemos no sólo de la inspiración del fin de semana, sino al mantenerla hasta el miércoles por la mañana en la oficina. En tales ocasiones a menudo aprendemos acerca de la verdadera fuente de inspiración; la sentimos como una fuente que jamás se seca, y aprendemos también a abandonar el temor, las creencias convencionales y el amor propio como se nos exige. Nos damos cuenta de que podemos seguir al Cristo, la Verdad, y tener así la consciencia espiritual de un mundo diferente, o sea, el mundo de Dios. Esta es la consciencia que sana.

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