Hace algunos años, mientras iba de compras, aprendí una lección sobre los Diez Mandamientos que, finalmente, me curó de los efectos de una lesión en la espalda.
Aunque no me di cuenta en ese momento, mi lección comenzó cuando no pude encontrar un espacio para estacionar el auto. Mientras buscaba un lugar, noté que delante de un local vacío que antes había sido un garage, había un espacio, justo frente al banco adonde yo tenía que ir. Pero un cartel en el frente del local decía: “NO ESTACIONAR; LOS AUTOS ESTACIONADOS SERAN REMOLCADOS”.
El cartel parecía viejo, de modo que di por sentado que sólo había sido válido mientras el garage había funcionado. Mi razonamiento para estacionar allí se basó en la Regla de Oro: “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. Como para mí estaría bien que alguien usara por un minuto mi lugar para estacionar, yo estacioné y me fui al banco. Volví al minuto, pero recordé que debía hacer otra diligencia. Nuevamente razoné egoístamente y me dije que, como a mí no me molestaría que alguien estacionara por cinco minutos más, al dueño del garage tampoco le molestaría. Así que fui a terminar mis compras. Sin darme cuenta, me había llevado más tiempo de lo que esperaba hasta que me acordé dónde había estacionado. De pronto, comprendí que no había sido ni considerada ni amable con el dueño del garage, tampoco había obedecido la ley. Salí apresuradamente de la tienda y vi que mi auto no estaba.
Primero llamé a mi esposo y luego a la policía, donde me informaron que después de esperar treinta minutos a que yo regresara, el dueño del garage los había llamado para que remolcaran el auto y él pudiera entrar en su garage.
Durante este tiempo, sentí que debía leer los Diez Mandamientos. Pero en lugar de seguir esa intuición decidí volver a leer la Lección-Sermón semanal del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Igual que cuando tomé la decisión de estacionar frente al garage, volví a hacer lo que yo pensaba que estaba bien en vez de pedir, con toda humildad a Dios, la Mente divina, que me guiara.
Nuevamente me vino al pensamiento “REFLEXIONA SOBRE LOS DIEZ MANDAMIENTOS”, esta vez me sentí impulsada a obedecer. Hasta el momento de pasar por esta experiencia, nunca había realmente orado utilizando los Diez Mandamientos. En realidad no los había amado; sólo los había aprendido, y había tratado de practicar la letra sin darle mucha importancia al espíritu.
A medida que leía, descubrí que había desobedecido el espíritu, aunque no la letra, de cada mandamiento. Ver Ex. 20:1–17. El Primer Mandamiento dice: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Pero yo había permitido que mi conveniencia y mi deseo fueran dioses de considerable importancia. Comprendí que el deseo egoísta de ocupar un lugar de estacionamiento ajeno era codiciar, desobedeciendo así el último de los Diez Mandamientos. Y, no sólo había codiciado, había robado un lugar para estacionar a pesar del mandamiento: “No hurtarás”.
Sólo cuando por fin consentí en escuchar, entonces comencé a entender más a Dios, el Principio divino que es la base de los Diez Mandamientos. Tuve que acallar la autocondenación por haber desobedecido y el temor al castigo por haber actuado mal. Afirmé que el hombre perfecto de Dios — que constituye mi ser espiritual verdadero — obedece a Dios, la Verdad, y a Su ley revelada a Moisés hace siglos.
Recordé que Cristo Jesús, al enseñar a los discípulos a orar, dijo: “Cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. Mateo 6:6.
Al entrar en ese aposento de la oración sincera, deseé de todo corazón reformarme y alcanzar una mayor comprensión espiritual. Lamenté no haber obedecido lo que parecían reglas sencillas. Pero al mismo tiempo estaba agradecida por un entendimiento más profundo de Dios, Principio, Amor, entendimiento que obtenemos al obedecer esas reglas de la vida. Sabía que, en realidad, había progresado espiritualmente. Como lo declara Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “La ley moral, que tiene el derecho de absolver o condenar, siempre exige restitución antes que los mortales puedan subir ‘más arriba’. La violación de la ley trae consigo la pena para obligarnos a ese progreso”.Ciencia y Salud, pág. 11.
Siempre consideraré como bien gastados los treinta y cinco dólares que pagué por sacar mi auto del depósito. Cada paso de esta experiencia me enseñó a obedecer el espíritu de los Mandamientos, además de la letra.
Aprendí que no hay nada que descubrir más importante que los Diez Mandamientos, se deben vivir cada momento y no simplemente leerse. Son tan verdaderos para que los obedezcamos hoy, como lo fueron para los israelitas el día en que Moisés los recibió de Dios.
Ciencia y Salud explica: “Tenemos que recibir al Principio divino en el entendimiento y vivirlo en la vida diaria; pues, si no lo hacemos, nos será tan imposible demostrar la Ciencia como enseñar geometría e ilustrarla llamando línea recta a una curva, o esfera a una línea recta”.Ibid., pág. 283.
Pero como lo mencioné antes, el dar profunda consideración a los Diez Mandamientos también trajo un gran cambio físico. Años antes de comenzar a estudiar Ciencia Cristiana me había lesionado la espalda en dos ocasiones al deslizarme de un tobogán. Estos accidentes, además de una severa caída en unos escalones cubiertos de hielo, me causaron una fractura del cóccix y fisuras en cinco o seis vértebras. Mediante una operación quirúrgica extrajeron el cóccix para aliviar un poco el dolor. Dos equipos de médicos me dijeron que mientras viviera tendría que soportar el dolor y el malestar que aún me aquejaban, y que no podían hacer nada más por mí. En estas condiciones, dormir boca abajo me era imposible. Aun cuando me esforzaba por hacerlo, esa posición era tan dolorosa que apenas podía levantarme. ¿Se imaginan mi sorpresa una mañana, varios días después del incidente en la playa de estacionamiento, cuando desperté después de haber dormido boca abajo, sin ningún dolor? No había podido hacer esto desde hacía veinticinco años o más, y, por un momento, no podía creerlo. Pero realmente me sentía muy bien, y no tenía ningún dolor. Entonces, me di cuenta de que ese entendimiento más profundo de los Diez Mandamientos y mi sincero deseo de obedecerlos me habían sanado.
Me sentí tan feliz que apenas podía contenerme para no gritar de alegría. Había comprendido algo de la ley de Dios, es decir, Sus mandamientos, y cómo demostrarlos mediante la Ciencia del Cristo. Esta curación ha sido completa y permanente en todo sentido desde que tuvo lugar hace más de ocho años.
Comprobé, por medio de esta experiencia, la verdad declarada en este pasaje de Ciencia y Salud: “La Ciencia Cristiana despierta al pecador, rescata al incrédulo y levanta del lecho de dolor al enfermo desvalido. A los mudos les habla las palabras de la Verdad, y ellos responden con regocijo. Hace que el sordo oiga, que el cojo ande y que el ciego vea”.Ibid., pág. 342.
Ciertamente esta promesa está a disposición de todos los que acepten el amor y la guía de Dios, por medio de Su Cristo. Y los Diez Mandamientos son el fundamento moral para que esa promesa se cumpla. Dan evidencia de la obediencia de Moisés cuando escuchó la voz de Dios, el Cristo. Ese mismo Cristo, la Verdad, está aquí hoy para guiarnos tanto a ustedes como a mí.