Hace algunos años, mientras iba de compras, aprendí una lección sobre los Diez Mandamientos que, finalmente, me curó de los efectos de una lesión en la espalda.
Aunque no me di cuenta en ese momento, mi lección comenzó cuando no pude encontrar un espacio para estacionar el auto. Mientras buscaba un lugar, noté que delante de un local vacío que antes había sido un garage, había un espacio, justo frente al banco adonde yo tenía que ir. Pero un cartel en el frente del local decía: “NO ESTACIONAR; LOS AUTOS ESTACIONADOS SERAN REMOLCADOS”.
El cartel parecía viejo, de modo que di por sentado que sólo había sido válido mientras el garage había funcionado. Mi razonamiento para estacionar allí se basó en la Regla de Oro: “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. Como para mí estaría bien que alguien usara por un minuto mi lugar para estacionar, yo estacioné y me fui al banco. Volví al minuto, pero recordé que debía hacer otra diligencia. Nuevamente razoné egoístamente y me dije que, como a mí no me molestaría que alguien estacionara por cinco minutos más, al dueño del garage tampoco le molestaría. Así que fui a terminar mis compras. Sin darme cuenta, me había llevado más tiempo de lo que esperaba hasta que me acordé dónde había estacionado. De pronto, comprendí que no había sido ni considerada ni amable con el dueño del garage, tampoco había obedecido la ley. Salí apresuradamente de la tienda y vi que mi auto no estaba.
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