¡Cuánto necesita el mundo la oración! El mundo con sus complejidades y frustraciones clama por el fuerte brazo de la oración. Se piensa en la oración de varias y diferentes maneras. Para algunos, quizás sea un poco más que un suceso ocasional cuando se le hace una petición a un Dios lejano que está allá arriba en los cielos. Dios allá arriba y la humanidad aquí abajo tratando de captar Su atención, tal concepto sugiere una separación entre Dios y el hombre. Sin embargo, Cristo Jesús demostró claramente la unidad del hombre con Dios, la Mente divina. El vivió esta unidad espiritual con Dios, y sanaba por medio de ella. Siguiéndolo y aprendiendo a comulgar fielmente con Dios en nuestro diario caminar, comenzamos a encontrar que, ciertamente, esta unidad es tan nuestra hoy, como lo fue de él.
¡Qué registros nos ha dejado la Biblia de la maravillosa e inquebrantable unidad de Cristo Jesús con su Padre! El Maestro dijo: “El que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada”. Juan 8:29.
Y hoy, la Ciencia de Cristo que Jesús vivió y practicó en las colinas de Galilea está a disposición de todos mediante las enseñanzas de la Ciencia Cristiana. Este cristianismo práctico, sanador, está tan vivo y es tan vital ahora como lo fue hace dos mil años.
“Orad sin cesar”, 1 Tesal. 5:17. exhortó Pablo a los primeros cristianos en Tesalónica. ¿Qué podría significar eso sino estar continuamente conscientes de la presencia de Dios? Podemos dejar que la consciencia de esta presencia bautice con amor cada escena en nuestro panorama del diario vivir y a cada individuo que abriguemos en nuestro pensamiento. La oración es como una explosión de luz, como cuando sale el sol sobre la montaña en una mañana sombría.
Jesús dijo: “El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros”. Lucas 17:20, 21. Pensemos que el reino de Dios, todo el bien verdadero que esperamos, toda la abundancia espiritual que hemos soñado, toda la salud o la santidad del amor, está aquí entre nosotros, porque somos, — en la realidad espiritual — la emanación del único Dios, que es el bien infinito.
La apariencia del mal, con sus numerosos disfraces y conceptos equivocados, no puede cambiar la unidad de Dios y el hombre, así como tampoco toda la oscuridad del mundo puede apagar ni siquiera la luz de una pequeña vela. Cuando admitimos la realidad espiritual en nuestro corazón, ésta dulcifica todas nuestras relaciones y nos induce a ver la necesidad de nuestro hermano y a que ayudemos a satisfacerla. Al aceptar el llamado de la espiritualidad nos sentimos impelidos a realizar buenas obras. Cambia nuestro estilo de vida. La avaricia, el orgullo y la comodidad material comienzan a desaparecer, y el amor se afirma y empieza a predominar. Ciencia y Salud por la Sra. Eddy declara: “Lo que más necesitamos es la oración del deseo ferviente de crecer en gracia, oración que se expresa en paciencia, humildad, amor y buenas obras”.Ciencia y Salud, pág. 4.
Muy a menudo, cuando iniciamos nuestras oraciones, comenzamos con un torrente de palabras, diciéndole a Dios justo lo que queremos que El haga por nosotros, los planes exactos que esperamos que El cumpla: como un incremento en nuestra cuenta bancaria, mayor felicidad en nuestra relación con los demás. Este torrente de palabras ahoga la calma que necesitamos para escuchar cuando Dios nos comunica Su voluntad, el dominio espiritual y grandeza del hombre, y cuánto El nos atesora como Su reflejo. Escuchar espiritualmente requiere una clase especial de calma que rechaza con mansedumbre el sentido material de nosotros mismos y de los demás.
Cuando oremos con verdadera consagración y comprensión espiritual, tendremos oraciones que detengan o prevengan guerras en nuestros corazones y en nuestras vidas, establezcan una paz progresiva, y ayuden a guiar al mundo fuera de las tinieblas y hacia la liberación de la enfermedad y del pecado.
¿Está alguno entre vosotros afligido?
Haga oración.. .
Y la oración de fe salvará al enfermo,
y el Señor lo levantará;
y si hubiere cometido pecados,
le serán perdonados.
Santiago 5:13, 15