Las ovejas oyen el golpeteo de la vara del pastor
en las rocas
y están tranquilas
pese a la oscuridad, pues saben que están cuidadas muy de cerca.
Los lobos también lo oyen,
y no se aproximan.
Sólo en medio de la calma podemos escuchar la vara,
cuando nos mantenemos muy cerca del Pastor.
En ese ambiente despojado de toda inquietud,
no hay un blanco móvil al que ojos en acecho puedan disparar.
Peregrino, tan cansado de viajar y de luchas que desgastan,
tus pies deshechos por las piedras y tus esperanzas incumplidas,
únete al redil.
Pon atención a Su vara y aquieta tu corazón.
Pon humildad de silencio sagrado en tus labios.
Siente ese gozo, profundo, sereno y estable
(esa dulce calidez de saber que no estás solo).
Entonces, con la quietud, la certeza de estar a salvo permanecerá,
hasta que el amanecer te halle sin temor, reanimado, renovado,
sintiendo la rebosante misericordia del abrazo del Pastor,
conmovido por haber hallado semejante amor,
y sabiendo que, por fin, has hallado un hogar.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!