Hay muchas maneras de orar. Y muchas de nuestras oraciones por cierto que nos ayudan a sentirnos más cerca de Dios, y a ser más receptivos a Su voluntad. La oración puede consolarnos, elevarnos y sanarnos.
La oración puede iluminar nuestro corazón y mente con brillantes vislumbres de la realidad divina, y esto puede realmente cambiarnos. El Cristo viene a la consciencia humana, y somos transformados, renovados, y nunca más veremos la vida de la misma manera que antes. Con tal oración siempre hay alguna redención y un continuo progreso espiritual. Estamos glorificando a Dios, y no complaciéndonos a nosotros mismos. Y con tal oración estamos realmente en comunión con Dios en el significado más elevado y más profundo de comunión.
No obstante, hay una clase de oración que algunas veces parece representar un poco más que una “fuente de los deseos”. Si estamos orando sólo para “pedir cosas” — por objetos materiales o por circunstancias — es meramente como tirar una moneda en un pozo, cerrar los ojos, y enviar a ciegas una súplica de buena suerte.
Eso es todo lo que hay que hacer. Y después, si nuestros deseos se cumplen, magnífico. Si no, bueno, de todas maneras realmente no lo esperábamos. No es de extrañarse que sean pocas las personas que no creen mucho en la oración, o por lo menos que crean que realmente tenga un efecto práctico.
Y uno de los aspectos más tristes de tal limitado punto de vista, en cuanto a la oración, es que debilita el esfuerzo cristiano. No exige ninguna clase de verdadero trabajo, por tanto, no se logra nada. La gente se conforma, a veces, con una esperanza indiferente hasta que finalmente se olvida por completo de orar.
Tal vez haya algo que aprender, o volver a aprender, hoy en día, del mesurado consejo de Sir Thomas More: “Las cosas, Dios mío, por las que oramos, danos la gracia de trabajar para que las obtengamos”.Citado en Carroll E. Simcox, “Petitionary Prayer Reconsidered”, The Christian Century, 4 de marzo de 1987, pág. 212. Por supuesto, sería prudente hacer un serio examen de consciencia antes de orar por alguna cosa. Esa sería una manera más eficaz para asegurar que nuestro trabajo no sea en vano.
En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy escribe: “La experiencia nos enseña que no siempre recibimos las bendiciones que pedimos en la oración. Hay cierta incomprensión acerca del origen de toda bondad y bienaventuranza, y de los medios para alcanzarlas, pues si así no fuera recibiríamos con seguridad lo que pedimos. Las Escrituras dicen: ‘Pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites’. Lo que deseamos y pedimos no es siempre lo que más nos conviene recibir”.Ciencia y Salud, pág. 10.
Más sustancial que orar por una inversión lucrativa de acciones, por ejemplo, sería seguramente una humilde oración para obtener iluminación espiritual. Orar por pureza tendría que ser más significativo que una petición por un nuevo vestuario. Orar por comprender el derecho inherente al hombre a ser libre, nos llevaría más lejos que orar por un automóvil nuevo. Incluso cuando es por las necesidades más básicas que son de inmediato interés, como de dónde vendrá la próxima comida, el orar para comprender la fuente del sustento espiritual ilimitado del hombre, sería la verdadera y esencial oración. Porque sólo a medida que aprendemos algo de lo que realmente somos como la expresión espiritual — la imagen y semejanza — de Dios, la Vida eterna, podemos ser alimentados con la sabiduría, inteligencia y habilidad espirituales que satisfacen nuestras necesidades humanas aquí y ahora. Y esto ciertamente incluiría la provisión de alimentos adecuados. La provisión del Amor divino abarca a la humanidad y satisface adecuadamente las verdaderas necesidades mediante las ideas espirituales que recibimos en la oración.
Lo que la provisión del Amor hace por nosotros, es mostrarnos que nuestra vida está ahora mismo en Dios, a salvo, íntegra, libre. Nuestro ser verdadero no está compuesto de equivocaciones, limitaciones mortales, imperfecciones materiales y flaquezas personales. Dios es el creador perfecto único, y el hombre — nuestra identidad misma — es Su creación perfecta. El hombre es el reflejo espiritual de Dios. Hay poder en esa verdad. Hay curación en ella.
Un ejemplo que un ministro ha usado en sus sermones relata la historia de una niñita que “estaba muy preocupada por el hecho de que su hermano mayor atrapaba conejos, y ella le había suplicado en vano para que dejara de hacerlo. Una noche su madre oyó su oración ‘Dios amado, por favor impide que Tomás atrape conejos. Por favor, no dejes que sean atrapados. No pueden ser atrapados. ¡No serán atrapados! Amén’. Su madre, inquieta y perpleja, preguntó: ‘Amorcito, ¿cómo puedes estar tan segura de que Dios no dejará que los conejos sean atrapados?’ La bendita niña respondió tranquilamente: ‘Porque yo brinqué sobre las trampas y las hice saltar’ ”. Simcox, pág. 212.
Es evidente que esa niñita estaba lista para trabajar por la causa de su oración, apoyar sus palabras con algún esfuerzo. Brincar sobre las trampas para conejos para hacerlas saltar, puede parecer que no es la manera más agraciada, pero tuvo que haber alguna buena voluntad que le dio el valor para hacer lo que ella creía que era justo y que tenía que hacerse.
Por supuesto, una acción humana que tiene un propósito, puede reflejar o no reflejar la respuesta espiritual a la oración, la cual siempre nos lleva a la Verdad divina y, de hecho, puede ser totalmente contraria a nuestros planes. Pero hay una sencilla lección en la anécdota. Si nuestras oraciones son dignas de expresarse, ciertamente son dignas de ponerse en práctica. Y si no estamos dispuestos a hacer la voluntad de Dios, tenemos que reconsiderar el motivo de nuestras oraciones.
Cristo Jesús dio a sus seguidores un gran ministerio para que lo cumplieran mediante sus propias oraciones y su fe. La Epístola de Santiago pone énfasis sobre el punto esencial con esta pregunta que nos hace a todos nosotros: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras?” Sant. 2:14.
Cuando nuestros móviles son puros y nuestra oración está realizando algo de la verdad científica del ser, hay un poder innegable en esa oración, y cambia las vidas. Sana. Nos lleva adelante.
Sin embargo, depende de nosotros que hagamos algo con lo que nuestra oración nos está revelando acerca del propósito divino de Dios y Su realidad espiritual. Eso es, finalmente, donde vemos la total bendición de la oración. Y eso no es hacerse ilusiones.