Hay muchas maneras de orar. Y muchas de nuestras oraciones por cierto que nos ayudan a sentirnos más cerca de Dios, y a ser más receptivos a Su voluntad. La oración puede consolarnos, elevarnos y sanarnos.
La oración puede iluminar nuestro corazón y mente con brillantes vislumbres de la realidad divina, y esto puede realmente cambiarnos. El Cristo viene a la consciencia humana, y somos transformados, renovados, y nunca más veremos la vida de la misma manera que antes. Con tal oración siempre hay alguna redención y un continuo progreso espiritual. Estamos glorificando a Dios, y no complaciéndonos a nosotros mismos. Y con tal oración estamos realmente en comunión con Dios en el significado más elevado y más profundo de comunión.
No obstante, hay una clase de oración que algunas veces parece representar un poco más que una “fuente de los deseos”. Si estamos orando sólo para “pedir cosas” — por objetos materiales o por circunstancias — es meramente como tirar una moneda en un pozo, cerrar los ojos, y enviar a ciegas una súplica de buena suerte.
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