Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Confesión: descubrir el pecado para destruirlo

Del número de octubre de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La confesión de los pecados es una parte importante del culto en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, Moisés, el legislador, dice a sus seguidores: “El hombre o la mujer que cometiere alguno de todos los pecados con que los hombres prevarican contra Jehová y delinquen, aquella persona confesará el pecado que cometió, y compensará enteramente el daño.. . ”  Núm. 5:6, 7. Las leyes dadas a Moisés por Dios, la piedra angular de las cuales fueron los Diez Mandamientos, no permitían desviación. Estas leyes establecieron las obligaciones que los hijos de Israel debían a su Dios y a su prójimo. Cuando estas reglas eran obedecidas traían gozo, paz, prosperidad y salud a los individuos y a la nación como un todo. Cuando eran desobedecidas, el sufrimiento individual y nacional era el resultado hasta que el pecado era reconocido como pecado y reprimido. Siglos más tarde, la sabiduría de Proverbios aseguró a los israelitas: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”. Prov. 28:13.

Con el advenimiento de Jesús de Nazaret, la necesidad de la humanidad de descubrir el pecado y abandonarlo, no disminuyó. Cristo Jesús fue el Modelo de la verdadera naturaleza inmortal e impecable del hombre. Sus enseñanzas y ejemplo demostraron más claramente que nunca, que el pecado es un error mortal y no un poder. Pero la obra de Jesús jamás exoneró a sus seguidores de sus responsabilidades individuales de reconocer que el pecado es un error y de apartarse de él. Como indica el Evangelio según San Marcos, los discípulos de Jesús “predicaban que los hombres se arrepintiesen”. Marcos 6:12. Después de la ascensión se siguió poniendo énfasis en la importancia de la confesión. Uno de los últimos libros de la Biblia que se escribió, dice: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él [Dios] es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. 1 Juan 1:8, 9.

¿Consideran las enseñanzas de la Ciencia Cristiana que el afrontar el pecado está ahora en desuso? ¡De ninguna manera! La importancia de la confesión, como el reconocimiento y arrepentimiento del pecado, jamás cambiará para los cristianos. En su primera disertación en La Iglesia Madre, la Sra. Eddy dijo: “Examinaos y ved qué y cuánto pretende de vosotros el pecado; y hasta qué punto admitís como válida esta pretensión o la satisfacéis. El conocimiento del mal que da lugar al arrepentimiento es la etapa más prometedora de la mentalidad mortal. Aun la equivocación más leve tiene que ser reconocida como una equivocación a fin de corregirla; ¡cuánto más debiéramos entonces reconocer nuestros pecados y arrepentirnos de ellos, antes de que puedan ser reducidos a su nada original!”Escritos Misceláneos, pág. 109.

No hay elemento pecaminoso en la perfección divina, y Dios expresa esta perfección mediante Su creación espiritual, el hombre. Pero, ¿acaso no vemos diariamente amplia evidencia del pecado en el mundo? Este pecado es la creación ilusoria de la mente mortal, de esa crasa ignorancia acerca de Dios, la cual Jesús destruyó con todo lo que dijo e hizo. El creer que el hombre es capaz de pecar, equivaldría a creer que nuestro Hacedor peca, puesto que Dios es nuestro Padre y el hombre expresa Su naturaleza. Pero Dios no conoce pecado ni lo crea. Y cualquier creencia de que el hombre, la expresión de Dios, es pecador, es la ilusión mortal del pecado la cual se propaga a sí misma. Puesto que las pretensiones del pecado — de que es necesario, deseable e inevitable, y así por el estilo — son totalmente falsas, tenemos la habilidad otorgada por Dios para reconocerlas como tales y dejar de ver cualquier bien en el mal.

No obstante, podremos lograr esto sólo a medida que aceptemos la plena responsabilidad de nuestros propios actos y nos gobernemos de acuerdo con la ley de Dios. Siempre que se desenmascara el pecado en la consciencia humana y vemos, aun en cierto grado, que toda sustancia y atracción verdaderas pertenecen al Espíritu y no a la materia, es evidencia del Cristo en nosotros. Lejos de vincular el pecado a nosotros o de intensificarlo, el Cristo, la idea espiritual del hombre verdadero, nos salva del pecado al descubrirlo y destruirlo, y al llenar nuestra vida con creciente libertad y poder espirituales para sanar. El reconocer el pecado como pecado, es el primer paso en este despertar espiritual. Una vez que hayamos percibido la ilusión del error, tendremos autoridad divina para dejar de ser influidos por él.

Las religiones del mundo, que son muchas, tienen diferentes interpretaciones en cuanto a la confesión. En la Ciencia Cristiana, “el conocimiento del mal que da lugar al arrepentimiento” comúnmente se expresa en íntimo examen de conciencia. Podría, en ciertas ocasiones, compartirse con la familia, amigos u otros Científicos Cristianos, pero siempre es voluntario, jamás obligatorio, y debe haber un propósito sagrado para hacerlo. Si la confesión se comparte, la ética de la Ciencia Cristiana exige que tal comunicación se mantenga en la confidencia más estricta.

Además, el Científico Cristiano que escucha las preocupaciones más profundas de otra persona, está también moralmente obligado a no vincular el pecado o el error a la persona que lo está confesando, sino verlo como una mentira acerca de la naturaleza verdadera e impecable del hombre. Esta impersonalización del mal, de ninguna manera libera al pecado de su autocastigo necesario. El pecado siempre tiene que verse como una creencia falsa y no como una realidad, a fin de destruirlo.

Hay varias clases de confesión, algunas que se practican muy comúnmente, que no destruyen la creencia en el pecado, y, por lo tanto, no juegan un papel en la verdadera curación del pecado. El admitir meramente que hemos pecado, sin ningún remordimiento verdadero o simplemente para evitar el castigo, no satisface la norma divina para la curación. Quien ha actuado mal debe estar convencido de que lo que hizo estaba mal o seguirá sufriendo bajo la ilusión de que el mal es real. “El desahogarnos del problema” pasándole la carga a otro, puede calmar el sentido de culpa o el remordimiento por el momento, pero, ¿realmente le hace algo al pecado que ocasionó esa culpa? El vivir en el pasado, examinando constantemente viejos errores, también debiera evitarse. Shakespeare advierte en Otelo: “El lamentarse de un daño que ha pasado y desaparecido, es la manera segura de causar nuevo daño”.Otelo, Acto I, escena. 3. La amarga condenación y el aborrecimiento de sí mismo, tampoco tienen una misión sanadora. Cierran la puerta al Cristo, la idea espiritual del hombre, el cual hace posible la enmienda. Dos de los errores más devastadores que azotan a la humanidad son las creencias en el pecado original y en la culpa colectiva, errores que quisieran encadenarnos al pecado a pesar de nuestros mejores esfuerzos. Esos dos puntos de vista acerca del hombre, niegan por completo la individualidad y espiritualidad del hombre como fueron reveladas por Cristo Jesús, y, de hecho, magnifican al pecado. Entonces, ¿cómo pueden ser una ayuda posible en la curación?

En realidad, la confesión es un comienzo más que un fin en sí mismo, y no le ofrece un lecho de rosas a la persona que está pasando por ella. En Ciencia y Salud, el libro de texto de la Ciencia Cristiana, la Sra. Eddy explica: “El remordimiento por haber obrado mal no es sino un paso hacia la enmienda, y el más fácil de todos. El próximo y gran paso que exige la sabiduría es la prueba de nuestra sinceridad — a saber, la reforma. Con ese fin se nos pone bajo el peso de las circunstancias. La tentación nos incita a repetir la falta, y el pesar viene como resultado de lo que hemos hecho. Así será siempre, hasta que aprendamos que no hay descuento en la ley de la justicia, y que tenemos que pagar hasta ‘el último cuadrante’ ”.Ciencia y Salud, pág. 5.

Las tribulaciones que entraña la probación son mucho más productivas y provechosas que la falsa paz del pecado que puede resultar en un sufrimiento todavía más severo. Las tribulaciones nos dan nuevas oportunidades de hacer el bien y liberarnos de nuestras equivocaciones, como lo hizo el hijo pródigo en la parábola de Jesús. El sufrimiento y el arrepentimiento del hijo pródigo, aceptados por el amor y perdón absolutos de su padre, le enseñaron que realmente él jamás había perdido los privilegios de su linaje. A medida que aprovechemos cada oportunidad que nos ofrece la reforma para negar el pecado y demostrar la gracia de Dios, también hallaremos nuestro linaje constante con Dios. La destrucción del pecado, evidenciada en la probación y el crecimiento espiritual, lleva en sí completo perdón y cesación del sufrimiento.

Vemos, entonces, que la confesión, vista correctamente como la revelación del pecado para destruirlo, es un importante primer paso en la curación. Representa una declaración de independencia, un reconocimiento y rechazo del error, y una admisión de que algo puede y tiene que hacerse para corregirlo. El despertar espiritual que entraña el descubrimiento del pecado, revela nuestra perfecta identidad en el Cristo, que ni teme el pecado ni se entrega a él. El pecado no es, ni jamás ha sido, la condición genuina de nuestro ser. Por eso ver el pecado por lo que es y abandonarlo tiene una misión indispensable en la curación.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / octubre de 1988

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.