El mundo parece estar más consciente de la ley que nunca. Cada vez más disputas — públicas y privadas — se están resolviendo por medio de litigios. Al mismo tiempo, existe una preocupación cada vez mayor por el aumento de la criminalidad, por las leyes que atan las manos de los encargados de hacerlas cumplir, y por la falta general de respeto a la ley. Pero, ¿están los ciudadanos más conscientes de la ley, más conscientes de lo que es la verdadera ley, de dónde surge el impulso de gobernar bien, y de lo que podemos hacer para apoyar un “justo juicio” en nuestros tribunales y en nuestras comunidades? Estos son algunos de los temas que nosotros investigamos con
, un Científico Cristiano, juez de un tribunal que abarca seis condados en el estado de Illinois. Los innumerables casos que el juez Russell tiene a su cargo lo ponen en contacto con muchos aspectos de la ley. Una de sus tareas es presidir todos los casos de delincuencia juvenil en el condado donde se encuentra la capital del estado. Y esta trabajo “con los menores de edad en el tribunal”, dice, “es, sin lugar a dudas, el más satisfactorio”.¿Cuál diría usted que es la misión principal de un juez?
Desde mi punto de vista, es escuchar el caso que está en conflicto en el contexto del procedimiento apropiado y reglas de evidencia para tomar determinaciones sobre el hecho basadas en ese procedimiento y aplicar leyes estatutarias a los hechos precedentes, para llegar a una decisión justa e imparcial para las partes implicadas.
¿Juzga el juez a las personas?
En realidad no. Un juez juzga los casos, no a las personas. Y yo diría que un buen juez nunca olvida eso. Por supuesto, las decisiones del juez producen un impacto en las personas, o sea, los litigantes ante la corte. Creo que Cristo Jesús resumió sucintamente la norma a seguir por un buen juez cuando dijo: “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio”. Juan 7:24. Para mí, ése es un llamado para ver a través de las apariencias, para discernir la verdad, y después juzgar de acuerdo con ella. De esa manera, el juicio sostiene la justicia — lo que es justo y recto — y expone lo que está mal de modo que pueda ser corregido.
Por lo que he podido observar, la paciencia, la consideración y el discernimiento son las cualidades que mejor caracterizan a un buen juez. Un juez no debiera dejarse influir por sus propias predilecciones, ni por la personalidad de los litigantes o de sus abogados. Cuando esto sucede, él se vuelve parte del conflicto, en lugar de establecer una tónica que facilite el dictamen de una resolución justa.
¿Qué hace usted para discernir la verdad?
Aquí es donde la oración toma parte. A menudo, en casos difíciles, o en los casos muy reñidos no es fácil determinar de qué lado está la razón, entonces oro firmemente declarando que Dios es Mente, la única fuente de sabiduría e inteligencia; y que el hombre, hecho a imagen de Dios, expresa esa Mente en sabiduría, agudeza y percepción. Me gusta recordar cómo Salomón se caracterizó a sí mismo — como un joven sencillo — cuando humildemente pidió sabiduría a Dios, diciendo (según la versión The New English Bible): “Da a tu siervo, por lo tanto, un corazón con habilidad para escuchar”. 1 Reyes 3:9. La versión Reina Valera dice: “Da, pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo”. La habilidad para escuchar, no sólo las palabras, sino la verdad que hay en ellas (y a veces detrás de ellas) y entre todos los hechos en discusión, es verdadero discernimiento. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, en su discurso de Comunión de 1896, implica que la decisión judicial acertada debería tener una base espiritual: “Los tribunales humanos, si son justos, adoptan su sentido de justicia del Principio divino de ésta, que castiga al culpable y no al inocente”.Escritos Misceláneos, pág. 121. Y el Salmista declaró: “Dios es el juez”. Salmo 75:7.
¿Ora usted cuando el tribunal está en sesión?
Sí. ¡A menudo! Recuerdo una ocasión en particular en que la oración — o el escuchar espiritualmente — evitó un resultado desafortunado; era un caso en que se había maltratado a una niña de doce años. Se había apelado la sentencia y se estaba revisando el caso, considerándose la posibilidad de que la niña volviera a la casa de su padre, quien hacía más de un año que la había hecho víctima des sus malos tratos. Mediante el informe que resultó de la investigación realizada por el organismo oficial encargado de la protección al menor, se había llegado a la conclusión de que la niña podía volver a su hogar donde estaría segura en la casa de su padre. Todas las partes implicadas, así como los abogados, estuvieron de acuerdo. También la niña manifestó su aprobación. Sin embargo, después de haber dado la orden de que volviera con su padre, pero antes de que las partes interesadas salieran del juzgado, tuve la sensación — una intuición espiritual, si así quieren llamarla — de que algo no estaba bien. Me sentí impulsado a hacerle algunas preguntas más a la niña sobre cómo se sentía con respecto a volver al cuidado de su padre. Al no obtener una respuesta totalmente satisfactoria, le pregunté si le gustaría hablar en privado con su abogado. Respondió afirmativamente.
Después de una corta entrevista, su abogado volvió a la sala del tribunal e informó que la niña había declarado que durante una visita reciente a su padre había sido objeto de nuevos malos tratos; inexplicablemente, el informe basado en la investigación había omitido revelar esto. A base de esta nueva información, la orden que devolvía a la niña a su hogar fue revocada, y se le permitió permanecer en su hogar adoptivo donde se sentía feliz y segura.
¡Si habré agradecido el haber escuchado la intuición espiritual ese día! Hubiera sido tan fácil seguir adelante, llamar el caso siguiente e ignorar esa intuición que llevó a una decisión verdaderamente justa para todos los implicados, y protegió a la niña. Creo que esto ilustra que el escuchar atentamente o discernir lo que está más allá de las apariencias, puede asegurar un resultado justo. ¡Qué importante fue esto para la niña!
¿Cómo ora usted en los juicios públicos sin que sea obvio?
La oración puede expresarse sin hablar, sin arrodillarse, sin cerrar los ojos. Entraña la comunicación consciente con una fuente de pensamientos más elevada, más espiritual, que enfoca hacia lo que es verdadero, es decir, el concepto acerca del hombre como realmente es, la imagen de Dios; y todo lo que no sea verdadero a la naturaleza espiritual del hombre va desapareciendo del pensamiento, y, por lo tanto, de la experiencia. Esto puede efectuarse en cualquier momento, en cualquier lugar.
Si bien ciertamente es útil fortalecerse orando de vez en cuando durante el día, pienso que la mejor preparación para mí es orar a fondo antes de comenzar mi día de trabajo. Cuando lo hago, me siento capaz de encarar los desafíos del día con un punto de vista espiritual firme, alerta y compasivo. Sin esta inspiración el día puede parecer cansador, frustrante y sin provecho.
La oración no sólo nos hace menos susceptibles a sentirnos abrumados por sugestiones de que el hombre es algo menos que espiritual, sino que también las invalida y disipa. Así la experiencia humana se perfecciona y se transforma de manera positiva. Estas transformaciones, grandes y pequeñas, prueban que la oración que uno ha realizado es válida, que puede tener un poderoso impacto sobre las circunstancias humanas.
La Sra. Eddy, en su artículo “No juzguéis”, pregunta retóricamente: “¿Cuándo dejará el mundo de juzgar las causas desde un punto de vista personal, conjetural y equivocado de las cosas?” Esc. Misc., pág. 290. ¿Acaso no es de esto que queremos liberarnos — de un punto de vista personal, que, en realidad, no es de ninguna ayuda para la ley ni para ningún otro campo de actividad — y, obtener, en cambio, un punto de vista espiritual del cual puedan surgir soluciones duraderas?
Pero, ¿puede esto hacerse sin diluir el proceso legal con lo que algunos llamarían suposiciones religiosas?
¡Oh sí! El efecto de la oración no es una interpretación personal de la ley. La oración, más bien, ayuda a la correcta aplicación de la ley. Lo hace subordinando el sentido personal — la influencia de la emoción, la personalidad, las apariencias, los prejuicios — y eleva en la consciencia las cualidades derivadas de la Mente divina, Dios. El discernimiento se vuelve más agudo, el pensamiento más lúcido y la verdad más evidente.
Entonces, ¿cómo ve usted a una persona acusada de haber maltratado a un niño, o de cualquier otro delito? ¿Por qué es necesario mantener un concepto espiritual de ese individuo?
La finalidad del tribunal que juzga los casos de delincuencia juvenil, es lograr la rehabilitación y la reunificación de los menores y sus familias. Así que esta finalidad no es sólo proteger al menor, sino también recuperar y reintegrar a la familia en sí. Y es importante reconocer que, metafísicamente, sería ilógico ver la inocencia espiritual del niño y no reconocerla también en el llamado perpetrador. Lo que es espiritualmente válido para uno, tiene que ser válido para el otro y para todos.
Por supuesto que esto no quiere decir que los menores vuelvan a su hogar antes de que los padres hayan demostrado su capacidad para cuidar de sus hijos. Tampoco significa que se ponga en libertad a los delincuentes antes que hayan demostrado cierto grado de comportamiento responsable. Pero viendo que la bondad es innata en el hombre trae a luz la esperanza, lo que de otra manera se presentaría como algo irremediable, y esto a menudo acelera el proceso. Creo que es importante esperar la curación y no contentarse simplemente con paliativos, aceptando la creencia general de que algunas personas son intrínsecamente malas o incorregibles.
Los fiscales con quienes usted trabaja, ¿saben que usted es Científico Cristiano?
Sí, por cierto. No hago un secreto de ello. Por otra parte, no hablo de religión en la sala del tribunal. Eso no estaría bien.
¿Qué tiene de malo una interpretación personal de la ley si usted siente que el resultado es justo?
Eso conduciría a aplicaciones arbitrarias y contradictorias de la ley, que disminuirían el respeto público y la obediencia a ella.
Si cada juez hiciera lo que le agradara, el respeto por los reglamentos de la ley disminuiría y sobrevendría el caos. La ley ya no tendría autoridad para ayudar a conciliar los asuntos de la gente. Claro que las leyes no pueden ser mejores que la calidad de pensamiento de los individuos que las legislan e interpretan, ni, en último término, que la Constitución o el sistema de gobierno bajo el cual son promulgadas.
¿Cómo podemos apoyar la autoridad de la ley en nuestra propia vida?
En parte, mediante una estricta honradez en nuestra obediencia a la ley. Cuando violamos la ley en beneficio propio, aun en pequeñas cosas que parecen no hacer daño, estamos contribuyendo a una actitud que degrada la autoridad de la ley en lugar de apoyarla. En esa forma perdemos más de lo que pensamos que estamos ganando en ese momento. ¡Qué protección nos dan las leyes justas cuando las obedecemos! Nos ayudan a vivir en armonía con los demás y a impedir la clase de trastorno que es inevitable cuando la autoridad de la ley es sometida a la aserción del poder personal. El temor y la desconfianza son frutos de un gobierno basado en el poder personal y no en la ley. La Sra. Eddy hace este comentario: “La humanidad será gobernada por Dios en la misma proporción en que el gobierno de Dios se haga patente; en que se utilice la Regla de Oro, y se mantengan sagrados los derechos del hombre y la libertad de conciencia”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 222. Apoyando la obediencia a la ley en nuestra manera de vivir, es una fuerza para el bien que ayuda a contrarrestar esos elementos en la sociedad que quisieran socavar la ley y la libertad.
Para mí, el fundamento de todas las leyes humanas justas se deriva de los Diez Mandamientos. La Palabra inspirada de la Biblia nos provee la autoridad para que veamos que todo gobierno justo está apoyado por un incentivo espiritual. De hecho, Isaías nos muestra la naturaleza real de lo que, en Estados Unidos, llamamos las tres ramas de gobierno: “Porque Jehová es nuestro juez, Jehová es nuestro legislador, Jehová es nuestro Rey; él mismo nos salvará”. Isa. 33:22.