Cuando yo era niño mis padres a menudo pasaban las vacaciones en las montañas. Como nosotros procedíamos de zonas áridas, disfrutábamos de las frescas brisas y de la fragancia de los pinos. Era seguro que en uno de esos días entre ir a jugar al golf en miniatura y visitar la tienda de artesanía indígena, en algún momento mi padre me llevara hasta la cima de una de esas hermosas montañas. Observando las colinas de la cadena de las Montañas Rocosas, me sentaba a su lado y suavemente me decía: "Ahora es el momento de estar quietos".
Parecía que era algo imposible para quien estaba acostumbrado a una actividad intensa. ¡Qué difícil me parecía poder refrenar la energía desbordante dentro de mí! Luchaba para controlar mi ímpetu.
"Ahora escuchemos", me decía. "¿Oyes el susurro del viento?" Nos sentábamos en silencio para escuchar los leves y suaves sonidos que eran constantes, pero que tan a menudo pasaban desapercibidos. Nos sumíamos en una dulce serenidad en que el ajetreo de la vida diaria parecía quedar atrás. Cuando hablábamos, era inevitablemente acerca de Dios. Sentíamos Su cercana presencia de manera tangible. En aquellos momentos de calma aprendí a amar y a valorar la quietud.
Cristo Jesús valoró la tranquilidad de la cumbre de la montaña. Por ejemplo, leemos en Lucas que "él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios". Lucas 6:12. Después de esto efectuó muchas curaciones.
Hacer una pausa para serenarnos es una exigencia que se percibe a través de toda la Biblia. Por ejemplo, cuando los hijos de Israel se vieron atrapados entre el Mar Rojo y el avance del enemigo se produjo gran confusión y desorden. Sin embargo, Moisés les dijo: "No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros". Ex. 14:13. Ellos fueron protegidos y salvados.
Cuando Job estuvo en grandes aprietos, escuchó lo siguiente: "Escucha esto, Job; detente, y considera las maravillas de Dios". Job 37:14. Con el tiempo recobró su bienestar.
En un poderoso Salmo se nos ordena: "Estad quietos, y conoced que yo soy Dios". Salmo 46:10.
Parecería que la quietud fuera un requisito para conocer a Dios, para escuchar la palabra de Dios, para sentir la fortaleza y el poder salvador de Su presencia.
La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: "Para entrar en el corazón de la oración, la puerta de los sentidos errados tiene que estar cerrada. Los labios tienen que enmudecer y el materialismo callar, para que el hombre pueda tener audiencia con el Espíritu, el Principio divino, o sea, el Amor, que destruye todo error".Ciencia y Salud, pág. 15.
¡Pensemos en esto! Dios es Amor. Tener audiencia con Dios es estar atentos a la voz del Amor divino. En medio de un día muy agitado, ¿no sería tranquilizador oír lo que el Amor nos está diciendo? La comunicación del Amor divino es la de consuelo, de guía, de amor. La palabra de Dios puede traer orden y paz a un día caótico.
En realidad, el Amor divino y su linaje espiritual siempre están en perfecto acuerdo. No hay distracción ni obstrucción que interfiera con la relación inseparable entre Dios y el hombre. El hombre, al reflejar la calma eterna del Amor oye la "voz callada y suave" de la Verdad.
Si sentimos que estamos apresurados y presionados, deberíamos darnos cuenta de que estamos demasiado ocupados y que no dedicamos tiempo para calmarnos y escuchar a Dios. El hacer una pausa para encontrar un ambiente mental de quietud en el Amor divino trae estabilidad a nuestra oficina, a nuestro hogar y a nuestra salud. Deberíamos recibir con gozo la voz de nuestro Padre que está hablando suavemente a cada uno de nosotros. "Ahora es el momento de estar quietos".