Cuando estaba en cuarto grado, mi amigo Nacho y yo íbamos juntos a todas partes. Andábamos en bicicleta por los caminos de alrededor. Trepábamos a los cerezos al lado de mi casa, y también recogíamos las cerezas que podíamos alcanzar antes de que los pájaros se las comieran. Los sábados construíamos fuertes y barcos en el bosque que había entre las dos casas.
Por lo general a Nacho se le ocurrían buenas ideas. Pero una vez, tuvo una idea que no fue muy buena. Habíamos bajado la colina en bicicleta hacia la tienda de Don Mario. Allí comprábamos de todo: cuadernos, helados, peines y dentífrico. Don Mario era muy amable; su hija Bárbara estaba en nuestra clase en la escuela.
Bueno, Nacho y yo estábamos hojeando las revistas de historietas, cuando me susurró: “¿A qué no te atreves a robar un chocolate?”
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