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“Sé que no eres una ladrona”

Del número de mayo de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando estaba en cuarto grado, mi amigo Nacho y yo íbamos juntos a todas partes. Andábamos en bicicleta por los caminos de alrededor. Trepábamos a los cerezos al lado de mi casa, y también recogíamos las cerezas que podíamos alcanzar antes de que los pájaros se las comieran. Los sábados construíamos fuertes y barcos en el bosque que había entre las dos casas.

Por lo general a Nacho se le ocurrían buenas ideas. Pero una vez, tuvo una idea que no fue muy buena. Habíamos bajado la colina en bicicleta hacia la tienda de Don Mario. Allí comprábamos de todo: cuadernos, helados, peines y dentífrico. Don Mario era muy amable; su hija Bárbara estaba en nuestra clase en la escuela.

Bueno, Nacho y yo estábamos hojeando las revistas de historietas, cuando me susurró: “¿A qué no te atreves a robar un chocolate?”

Me sorprendió mucho que Nacho me sugiriese tal cosa. Pero, si había algo que no me gustaba, era no aceptar un desafío. No quería que nadie me llamara debilucha. Pero contesté: “El que desafía lo hace primero”, esperando que Nacho se echara atrás.

No era que tuviese miedo. Simplemente sabía que no era correcto robar, pues es quitarle a alguien lo que le pertenece, y mis padres eran muy estrictos en eso. En casa, ni siquiera me gustaba sacar los chicles que mi mamá tenía en su cómoda.

De pronto, vi a Nacho acercarse al mostrador de los chocolates, ponerse tres en el bolsillo y salir tranquilamente del negocio. Creo que en ese instante hasta las pecas se me pusieron rojas, sólo de pensar en lo que yo creía que tenía que hacer.

Es curioso tener ese sentimiento de que “tengo que hacerlo”. Es como si nos rodeara una nube, y en lugar de tener pensamientos propios sólo prestamos atención a la molesta sensación de que “tengo que hacerlo”.

Por supuesto que no tenemos que hacer aquello que en nuestro interior sabemos que no es correcto. En la Escuela Dominical (de la Ciencia Cristiana) aprendimos cómo Cristo Jesús se libró de las nubes que susurran “tengo que hacerlo”. El fue tentado a hacer cosas tontas. El atractivo de la fama y el poder trataron de engañarlo. Ver Mateo 4:5–10. La gente lo menospreció porque era amigo de hombres y mujeres a quienes no consideraban entre los respetables del lugar. (De hecho, algunos de aquellos a quienes él quería ayudar, y ayudó, eran llamados pecadores. Ver Lucas 7:36–48; 19:1–10.)

Pero Jesús no prestó atención a los que se burlaban de él o trataban de evitar que dijera o hiciera lo que él sabía que era lo correcto. Jesús dijo que lo primero era amar a Dios, puesto que El es nuestro Padre. Dijo que ése era el mandamiento más importante, y que el segundo en importancia era amar a los demás como nos amamos a nosotros mismos. Ver Marcos 12:29–31. Si somos afectuosos y hacemos el bien, amamos a Dios, y eso significa que amamos la Verdad. Y puesto que somos realmente hijos de Dios, decir la verdad es lo natural. Después de todo, cuando decimos la verdad nos sentimos más felices.

Yo sabía todas estas cosas, pero en la tienda del Sr. Mario, de repente, todo se nubló. Me acerqué al mostrador de los chocolates pensando durante todo el tiempo que debía estar soñando y que tal vez alguien me iba a despertar. Escondí un chocolate en la manga y me dirigí hacia la puerta.

Al pasar por la vidriera donde estaban los anteojos para el sol, Don Mario se acercó y me dijo: “Querida, creo que llevas algo que no te pertenece”.

Sentí que el corazón me latía fuertemente. Me estaba ocurriendo lo peor que podría haberme sucedido. Alguien a quien conocía y apreciaba, me estaba llamando ladrona. Me sentí como una ladrona, y ésa era una sensación espantosa y terrible.

Bueno, Don Mario me llevó a un rincón del negocio y me habló con mucha calma, pero con firmeza. Me dijo: “Sé que no eres una ladrona. Estoy seguro de que eres mejor de lo que has demostrado”. Me dijo que lo ocurrido quedaría entre nosotros —él no diría nada a mi padre ni a nadie — si yo le prometía que nunca más tomaría algo que no fuera mío. Me dijo que se lo prometiera, no porque me había visto hacerlo, sino porque era contrario a los Mandamientos, y él sabía que en mi Escuela Dominical honrábamos los Mandamientos.

Con lágrimas en los ojos le dije: “Se lo prometo, Don Mario. No sé por qué lo hice, y nunca más volveré a robar”. Le devolví el chocolate y me fui, pero como me sentía tan disgustada conmigo misma, regresé caminando a casa, llevando a mi lado la bicicleta.

Esto es lo que aprendí de ese incidente, y luego lo hablé con Nacho. Primero, me dolió bastante sentirme avergonzada de mí misma. Segundo, algo bueno puede resultar de los errores que cometemos. Por ejemplo, estaba más alerta para reconocer esa sensación de “tengo que hacerlo”. Comprendí que jamás es mi propio pensamiento, y que no tengo que tenerle miedo ni obedecerla.

Tercero, todos los Mandamientos que estudiamos en la Escuela Dominical (supongo que casi todos los conocen: “No tendrás dioses ajenos delante de mí; Honra a tu padre y a tu madre; No matarás; No hurtarás.. .” Ex. 20:3, 12, 13, 15.) realmente pueden estar tan cerca de uno como los propios pensamientos, indicándonos lo que es correcto. Esto es porque Dios, la Verdad, está siempre con nosotros, y somos Sus hijos e hijas. Y esto quiere decir que somos realmente semejantes a El, honrados y buenos.

Un día en la Escuela Dominical aprendimos una promesa de la Biblia: “Tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda”. Isa. 30:21. Hablamos sobre “oír una palabra”, de modo que yo sabía que eso podía ocurrir, pero no sabía exactamente cómo sería, o cómo actuar si eso sucedía. Quiero decir que tal vez en la tienda de Don Mario, cuando esperaba que alguien me despertara, eso podría ser parecido a una voz diciéndome: “ ‘Este es el camino.. .’ ”

O tal vez, el hecho de que Don Mario me viera robando fue una respuesta a la oración. Quizás eso suene extraño. Pero los pensamientos angelicales — los pensamientos buenos — llegan a nosotros de muchas maneras diferentes. Ha habido ocasiones en que recordar una buena idea de alguno de los himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana, o algo de lo que mi mamá me había dicho, evitó que me viera envuelta en situaciones desagradables.

De una cosa estoy segura: jamás volví a robar. ¿Cómo podía hacerlo, si el solo hecho de sentirme tentada me habría recordado a Don Mario diciéndome: “Sé que no eres una ladrona”?

Solía pensar que los otros chicos de mi Escuela Dominical probablemente nunca habían hecho nada incorrecto. Pensaba que yo debía ser la única que había tratado de robar un chocolate, o pelear con un hermano. De modo que, como pensaba que yo era la única que hacía cosas malas, a veces no quería ir a la Escuela Dominical.

Hasta que una amiga me dijo que era tonto sentirme así, porque casi todos aprendemos las cosas poco a poco. Por ejemplo, se supone que todos saben perfectamente la tabla de multiplicar del 9, pero no todos aciertan a decir “6 x 9=54” todas las veces. En un problema largo, a veces la maestra encuentra que alguien escribió 6 x 9=53. Es mejor que nosotros mismos nos demos cuenta. Lo mejor de todo es cuando corregimos nuestro propio error de una vez por todas, de modo que siempre multipliquemos 6 x 9=54.

Lo principal es que tenemos que tratar de hacer las cosas cada vez mejor, y ayudarnos unos a otros. Tal vez esto sea una de las cosas que indicaba Jesús cuando dijo “que os améis unos a otros”. Juan 15:12.

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