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“¿En qué consiste ser Científico Cristiano?”

Del número de mayo de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Eso es lo que me preguntó alguien recientemente. Es una pregunta que probablemente tiene tantas respuestas como hay Científicos Cristianos. La primera vez que conocí a Científico Cristiano, esta religión y su gente me parecieron como algo más allá de lo que podía imaginarme. Confiar en la oración para la curación parecía tan distante como la gente de los tiempos de la Biblia. El concepto de la curación espiritual no era algo que se ajustaba a mi perspectiva o expectativa. No obstante, era gente que realmente creía en que podía empezar a comprender la ley espiritual y así obtener curación. La idea de que podía conocerse a Dios y experimentar tangiblemente Su bondad en la curación de la enfermedad y el pecado era tan poderosa como, a primera vista, parecía absurda.

Yo había asociado tales experiencias con personajes bíblicos de hace mucho tiempo como Moisés, Elías y, por supuesto, Cristo Jesús. Pero mi propia fe en ese momento estaba mejor representada por otra declaración. Había leído un versículo de la Biblia donde Jesús dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Mateo 5:48.

Consideré que el hombre tenía tanta probabilidad de ser “perfecto” como yo de correr un kilómetro y medio en tres minutos. El versículo de la Biblia me distanció de Dios, y me pregunté cómo era posible que Jesús hubiera exigido tal mandato. Compartía la misma percepción general de que hombres y mujeres están limitados por un ciclo sin fin de que nunca son lo suficientemente buenos, y que esa convicción perturbadora era una barrera entre el hombre y Dios que posiblemente podía atravesarse sólo por la piedad y misericordia de una Deidad benevolente.

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