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Estoy muy agradecido por lo que he aprendido, y continúo aprendiendo,...

Del número de mayo de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Estoy muy agradecido por lo que he aprendido, y continúo aprendiendo, por medio del estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana.

En 1961 yo era estudiante universitario, y asistí a un seminario en una prisión federal, situada a miles de kilómetros de mi casa, como subayudante del funcionario encargado de las personas que están en libertad condicional. A mediados de ese verano, fui sometido a una operación de un tumor linfático que cuatro médicos patólogos habían diagnosticado como maligno. Aun cuando en esa época todavía no era estudiante de Ciencia Cristiana, decidí no someterme a más tratamientos médicos y a terminar mi internado. Al regresar a la universidad durante ese otoño para completar mi último año, un médico de la localidad me dijo que había pasado demasiado tiempo para el tratamiento acostumbrado, pero que, cuando el tumor volviera a aparecer, podría ser tratado con radiación. Para aliviar mi temor recurrí a la bebida.

Una joven que estudiaba en la misma universidad, una Científica Cristiana con quien había salido durante mis años de escuela superior, se ofreció a orar científicamente por mí. A pesar de mi desconfianza hacia la Ciencia Cristiana acepté, agradecido por su absoluta confianza. No volví a recibir ningún tratamiento médico. Los tumores pronosticados nunca volvieron a aparecer, y después de varios años de observación médica, me dieron finalmente de alta. El médico que estaba presente en ese momento dijo: “Si hubiéramos aplicado la radiación, no hay dudas de que hubiéramos atribuido a eso la curación”.

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