Estoy muy agradecido por lo que he aprendido, y continúo aprendiendo, por medio del estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana.
En 1961 yo era estudiante universitario, y asistí a un seminario en una prisión federal, situada a miles de kilómetros de mi casa, como subayudante del funcionario encargado de las personas que están en libertad condicional. A mediados de ese verano, fui sometido a una operación de un tumor linfático que cuatro médicos patólogos habían diagnosticado como maligno. Aun cuando en esa época todavía no era estudiante de Ciencia Cristiana, decidí no someterme a más tratamientos médicos y a terminar mi internado. Al regresar a la universidad durante ese otoño para completar mi último año, un médico de la localidad me dijo que había pasado demasiado tiempo para el tratamiento acostumbrado, pero que, cuando el tumor volviera a aparecer, podría ser tratado con radiación. Para aliviar mi temor recurrí a la bebida.
Una joven que estudiaba en la misma universidad, una Científica Cristiana con quien había salido durante mis años de escuela superior, se ofreció a orar científicamente por mí. A pesar de mi desconfianza hacia la Ciencia Cristiana acepté, agradecido por su absoluta confianza. No volví a recibir ningún tratamiento médico. Los tumores pronosticados nunca volvieron a aparecer, y después de varios años de observación médica, me dieron finalmente de alta. El médico que estaba presente en ese momento dijo: “Si hubiéramos aplicado la radiación, no hay dudas de que hubiéramos atribuido a eso la curación”.
En esos años me casé con la Científica Cristiana. No investigué su religión (con excepción de pedirle ayuda), pero mi gratitud por su actitud positiva y falta de temor fueron constantes.
En 1971, murió mi madre después de una corta enfermedad diagnosticada como cáncer. Entonces llegué a la conclusión de que mi agradecimiento por mi curación no era suficiente, que debía investigar la Ciencia Cristiana y descubrir por mí mismo cuáles eran en realidad las verdades sanadoras que mi esposa profesaba. Compré un ejemplar de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, lo que marcó el punto decisivo más importante de mi vida. Como crítico severo pero, a la vez, lleno de esperanzas, puse en las márgenes del libro muchos puntos de interrogación. Dos meses más tarde, sané por completo de la afición al alcohol, afición que había durado diez años.
Lo más importante fue que comprendí que este libro revelaba la verdad. Comprendí con mayor claridad cómo me había sanado de cáncer por medio del estudio y la oración de mi esposa. También logré sanar de la pena que sentía por la muerte de mi madre. Comencé a estudiar la Biblia leyéndola de cabo a rabo con una comprensión acabada de adquirir, y estudié una y otra vez Ciencia y Salud. Más tarde, me afilié a La Iglesia Madre y a una filial.
Mi esposa había perdido varios embarazos. Cuando volvió a suceder esta anormalidad en forma severa, pedimos a una practicista que orara por ella. Después de este trabajo sanador, nacieron un maravilloso niño y más tarde una niña, y nuestro gozo continúa ya que ellos asisten a la Escuela Dominical en donde mi esposa y yo somos maestros. Nos regocijamos con todas las curaciones que nuestra familia ha experimentado con el correr de los años, y, principalmente, por haber encontrado nuestro camino en la Ciencia como hijos de Dios, herederos de Su reino. Estoy sumamente agradecido por nuestro permanente hogar: el estar consciente de que hay una Mente divina todopoderosa y amorosa.
Middleton, Wisconsin, E.U.A.