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Buenos amigos

Del número de mayo de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Los niños nos dan un ejemplo de cómo hacer amigos. Pareciera que los niños derriban todas las barreras que tratarían de separar y dividir. Por ejemplo, a un niñito llamado Francisco lo llevaron a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana cuando tenía tres años de edad. Vivía en barrio donde constantemente había peleas, y su hermano mayor le había enseñado cómo defenderse cuando jugaba afuera.

El primer domingo, Francisco se portó muy bien durante la clase, pero cuando llegó momento de ponerse su abrigo para irse a casa, hubo un alboroto y Francisco le dio un puñetazo a otro niñito en la oreja. Felizmente no le causó mayor daño y la mamá del otro niño rápidamente consoló a su hijo. Le recordó que Francisco era nuevo en la Escuela Dominical y que realmente necesitaba un amigo.

El próximo domingo los dos niños se sentaron juntos, y en el momento mismo en que parecía que Francisco le iba a pegar al niño otra vez, el niñito abrazando a Francisco le dijo firmemente: “Francisco, tú eres mi amigo, y los amigos no se pelean”. Así terminó el problema, y esos niños fueron amigos durante los varios años que asistieron a la Escuela Dominical.

En el mundo de los adultos pareciera más difícil hacer amigos, pero es verdad que para tener amigos nosotros tenemos que ser amigos. Cristo Jesús es nuestro ejemplo. Indudablemente él fue el mejor amigo que el mundo jamás ha conocido. Jesús dedicó toda su vida al servicio de Dios y de la humanidad.

En un comentario hecho a sus discípulos respecto a lo que él estaba haciendo, vemos que dijo: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”. Juan 15:13. Jesús abandonó todo sentido mortal de vida para mostrarnos cómo encontrar nuestra vida espiritual en Dios. Reconoció a Dios como su Padre, y vivió en comunión constante con El. Este fue el centro desde donde llevó a cabo su maravillosa obra sanadora y su triunfante resurrección. Demostró a hombres y mujeres cómo amar sin egoísmo y encontrar el bien solamente en Dios. Su amor para con los demás no tuvo límites.

Por las narraciones de los evangelios sabemos que Jesús mantuvo una afectuosa amistad con sus discípulos; también con María, Marta y Lázaro, el hermano de ellas. Estas amistades siempre fueron un apoyo. Jesús ayudó a estos hombres y mujeres a apartarse de un sentido limitado y personal acerca de ellos mismos y a encontrar su verdadero ser en el Cristo, como hijos e hijas de Dios.

El Salvador también extendió su mano de amistad a otros cuando iba entre las multitudes enseñando y sanando. Zaqueo, el recaudador de impuestos, la mujer samaritana a quien conoció en el pozo de Jacob, la mujer cananea a cuya hija sanó — y muchos otros — fueron elevados por sobre el pecado y la enfermedad y obtuvieron una vislumbre de su propia naturaleza espiritual en Cristo, completa y libre.

Jesús sólo estipuló una cosa a aquellos que habían de ser sus amigos: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”. Juan 15:14. Nosotros podemos seguir su camino como cristianos del siglo veinte.

La Ciencia Cristiana enseña, así como lo hizo Cristo Jesús, que Dios es nuestro Padre, y que todas las otras relaciones se derivan de nuestra unidad con Dios como Sus amados hijos. Mary Baker Eddy dice: “Dios es nuestro Padre y nuestra Madre, nuestro Ministro y el gran Médico. El es el único pariente verdadero del hombre en la tierra y en el cielo”. Luego dice: “Hermano, hermana, amados en el Señor, ¿te conoces a ti mismo, y te has amistado con Dios? Si no, te ruego que como Científico Cristiano, no tardes en hacer de El tu primer amigo”.Escritos Misceláneos, pág. 151.

A veces parece difícil hacer amigos, y la soledad apaga nuestra alegría, pero gradualmente encontramos que al aprender a amar a Dios primero, El viene a ser nuestra verdadera fuente de satisfacción.

Durante este período algunas de nuestras antiguas amistades se van perdiendo porque estas amistades pueden haber estado cimentadas limitativamente en placer personal y satisfacción propia, lo que, a menudo, conduce hacia el egoísmo y la tristeza. Pero a medida que continuamos haciendo de Dios nuestro “primer amigo”, excelentes amistades vienen a enriquecer nuestra vida; amistades que se basan en el amor, en la confianza mutua y el respeto.

A medida que nos vemos unos a otros a la luz del Cristo, nos damos cuenta de que tenemos intereses mutuos, y un intercambio constante de ideas nos enriquece y bendice. Estamos siempre dispuestos a prestar ayuda, y podemos contar con afectuoso apoyo cuando lo necesitamos.

Hay un mutuo dar y recibir en tales relaciones que forman la trama y urdimbre del rico tapiz del amor y de las experiencias que se comparten a través de muchos años. Estos amigos son nuestros compañeros, y nos regocijamos mutuamente en el progreso y bienestar del otro. Tal compañerismo es duradero porque su alegría está centrada en Dios.

El edificar el matrimonio sobre mutuos ideales, amor y respeto, y expresar una tierna consideración por las necesidades de cada uno, prepara la atmósfera para que se desarrolle un afectuoso compañerismo en la familia. Entonces padres e hijos, hermanos, tíos y abuelos son todos buenos amigos, en lugar de constituir meras relaciones humanas. El tener consideración por cada miembro de la familia enriquece la vida de cada uno inmensamente. Tales familias tratan de incluir a muchos otros en su afectuoso compartir.

También nos sentimos agradecidos por aquellos amigos que llegan a ser buenos consejeros. Ellos nos enseñan mediante sus valiosas experiencias en la vida. Nos dan ánimo y apoyo indefectibles, Generosamente nos hacen partícipes de su sabiduría y nos aconsejan cuando lo necesitamos. Apreciamos aún más su amistad porque ésta nunca trata de opacar la luz de Dios, sino que, por el contrario, su amistad nos guía hacia El como la fuente de nuestra individualidad y fortaleza. No, jamás podemos carecer de buenos amigos cuando los encontramos en el gran amor que Dios tiene para nosotros.

¿Y qué decir acerca de la familia más amplia hombre? Por cierto que necesita nuestra afectuosa amistad. Haremos bien en abrazar al mundo en nuestras oraciones para protegerlo contra el autoimpuesto sufrimiento. La mejor manera de ser amigos de la familia del mundo es haciéndole sentir nuestro afectuoso interés y compasión. Podemos saber que nuestros hermanos y hermanas en todo el mundo forman parte de la valiosa familia de Dios y que están incluidos en Su amor.

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