En ocasiones he escuchado a personas decir que no se sienten satisfechas de sí mismas. (Quizás la mayoría de nosotros nos hayamos sentido así de vez en cuando.) Hay quienes se consideran indignos o que no valen nada. Otros se sienten insignificantes, sin importancia. Pareciera que las personas no siempre pueden expresar amor libremente por su prójimo más cercano o por ellas mismas. Y, sin embargo, mucho de lo que Cristo Jesús trasmitió a sus discípulos fue básicamente respecto al poder liberador del amor. Por ello, ciertamente debe de haber lecciones importantes en las enseñanzas del Maestro para ponerlas en práctica en nuestra vida hoy mismo.
Un elemento esencial de las enseñanzas de Jesús sobre el amor puede resumirse mejor en la respuesta que dio a un abogado hebreo quien lo puso a prueba al preguntarle: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?” La respuesta de Jesús fue directa, inequívoca, firmemente cimentada en las Escrituras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento”.
Y luego Jesús expresó una segunda exigencia esencial tomada de las Escrituras — una exigencia por la cual sus seguidores siempre podrían medir su éxito como cristianos fieles. Volviendo a referirse al mandamiento original que ya había citado, Jesús dijo: “Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Mateo 22:36–39.
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