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A salvo en medio de truenos y relámpagos

Del número de junio de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


No había muchas tormentas eléctricas donde crecí en el sur de California. De manera que me sorprendió un poco, cuando tenía unos cuatro años de edad, ver venir negras nubes y oír el ominoso estruendo de los truenos. Mi mamá me llamó para que entrara en la casa que estaba a poca distancia. Corrí hacia ella por sobre montoncillos de tierra y los surcos del campo recién arado.

Después de tropezar muchas veces, y estando más o menos a la mitad del camino hacia mi casa, cayó un rayo sobre la tierra a unos tres metros frente a mí. Me tiró al suelo. Es asombroso que no me lastimé ni me asusté. Simplemente me levanté y corrí el trecho que me faltaba para llegar a casa y estar con mi mamá, y entramos en la casa.

Como acostumbraba, mi mamá me tomó de la mano y me llevó a la mecedora que estaba en la sala. Me senté en su regazo, y ella cantó nuestro himno favorito. Está en el Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 154. El primer verso dice:

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