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A salvo en medio de truenos y relámpagos

Del número de junio de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


No había muchas tormentas eléctricas donde crecí en el sur de California. De manera que me sorprendió un poco, cuando tenía unos cuatro años de edad, ver venir negras nubes y oír el ominoso estruendo de los truenos. Mi mamá me llamó para que entrara en la casa que estaba a poca distancia. Corrí hacia ella por sobre montoncillos de tierra y los surcos del campo recién arado.

Después de tropezar muchas veces, y estando más o menos a la mitad del camino hacia mi casa, cayó un rayo sobre la tierra a unos tres metros frente a mí. Me tiró al suelo. Es asombroso que no me lastimé ni me asusté. Simplemente me levanté y corrí el trecho que me faltaba para llegar a casa y estar con mi mamá, y entramos en la casa.

Como acostumbraba, mi mamá me tomó de la mano y me llevó a la mecedora que estaba en la sala. Me senté en su regazo, y ella cantó nuestro himno favorito. Está en el Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 154. El primer verso dice:

En Ti, Espíritu piadoso,
oh Dios, yo, Tu hijo, vida hallé;
y en Tu esplendo de luz glorioso,
de todo mal me despojé.

Retrospectivamente puedo ver cómo todas las veces que he oído ese himno —¡y han sido muchas!— me ha dado alguna verdad en la cual confiar. Cuando estuve frente a la circunstancia en que necesité comprender la presencia y bondad de Dios, ya tenía lo que necesitaba.

Posteriormente, he visto con interés que, en la Biblia, la presencia de Dios se indica con frecuencia por medio de nubes, truenos y relámpagos. Cuando a Moisés le fueron dados los Diez Mandamientos, y Dios le reveló Su presencia, hubo truenos y relámpagos. En los Salmos hay una referencia a esto: “Tú eres el Dios que hace maravillas; hiciste notorio en los pueblos tu poder... Las nubes echaron inundaciones de aguas; tronaron los cielos, y discurrieron tus rayos. La voz de tu trueno estaba en el torbellino; tus relámpagos alumbraron el mundo; se estremeció y tembló la tierra”. Salmo 77:14, 17, 18.

En la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) aprendemos a ver más allá de lo que los sentidos físicos nos dicen acerca de la naturaleza de la vida y a ver algo de la verdad del ser espiritual del hombre. Aceptamos Espíritu como un nombre bíblico para Dios. Somos consolados por la comprensión que se obtiene de la Biblia de que somos hijos de Dios, hechos a Su imagen y semejanza, y que, por lo tanto, somos en realidad espirituales.

El aceptar que el Espíritu y todas las cosas espirituales son la realidad, no es pasar por alto las circunstancias que aparecen a nuestro alrededor. Es, más bien, tener los medios para corregir dificultades y condiciones adversas sobre la base de que Dios, el bien, es todo, y reconocer la irrealidad de la discordia y la materialidad.

La tormenta eléctrica no tiene por qué ser una amenaza o un medio de destrucción. Regocijándonos en que poder de Dios es omnipresente, y sabiendo que la bondad y amor de Dios son la realidad, podemos enfrentar las tormentas con calma y sin temor. Tendrán que apaciguarse, o bien demostrarse que son inofensivas.

En su libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribe esto: “El bien nunca causa el mal, ni crea nada que pueda causar el mal”. Y también dice: “La electricidad destructiva no es el producto del bien infinito. Todo lo que contradiga la naturaleza verdadera del Esse divino, no tiene fundamento, aunque la fe humana lo vista con ropajes angelicales”.Ciencia y Salud, pág. 93.

El comprender que Dios es omnipotente y totalmente bueno, es privar al mal, o fuerzas destructivas, de poder y realidad en nuestra manera de pensar y en nuestra vida. No podemos aceptar completamente que Dios, el bien, es el Legislador y, al mismo tiempo, creer que Su ley puede perjudicar o hacer daño. La Biblia nos asegura: “Jehová es nuestro juez, Jehová es nuestro legislador, Jehová es nuestro Rey; él mismo nos salvará”. Isa. 33:22.

Con esto concuerda otro pasaje en Ciencia y Salud: “El legislador cuyo rayo paraliza o postra de muerte a un niño en oración no es el ideal divino del Amor omnipresente. Dios es el bien natural y es representado sólo por la idea de la bondad; mientras que el mal debiera ser considerado contranatural, porque es contrario a la naturaleza del Espíritu, Dios”.Ciencia y Salud, pág.

Pero, entonces, ¿cómo hemos de mantener un sentido de seguridad y calma ante las tormentas, ya sean tormentas eléctricas o las tormentas de la vida en general? En nuestras oraciones podemos reconocer que Dios, el bien, es el único creador. Podemos reconocer que el bien espiritual es la realidad. Entonces empezamos a ver más allá de las evidencias amenazantes y alarmantes de los sentidos físicos y a aceptar humildemente las promesas del sentido espiritual de que el bien es omnipresente.

Cristo Jesús es nuestro ejemplo. El claramente demostró la suprema bondad de Dios en sus obras sanadoras. Jesús trajo paz a vidas perturbadas e incluso calmó una violenta tormenta en el mar.

Hoy en día, la Ciencia Cristiana nos ayuda a discernir que este bien espiritual, que Jesús vivió y enseñó, es un hecho siempre presente. La Ciencia Cristiana enseña a conocer la diferencia que hay entre las sugerencias ficticias de los sentidos materiales y la evidencia de los sentidos espirituales de que el bien eterno existe. Se puede ver que las fuerzas destructivas son una falsificación de las fuerzas benéficas de Dios, la Mente divina. Y podemos empezar a demostrar que las falsificaciones no tienen valor ni poder. Podemos dominar las creencias y temores de la mente carnal sobre la base del hecho científico de que no hay sino un solo Dios, por lo tanto, una Mente. Esta es la esencia del Primer Mandamiento: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Ex. 20:3.

A medida que comprendemos y adoramos a un solo Dios, a una sola Mente, quien es bueno, obtenemos la autoridad sanadora para demostrar, paso a paso, que el mal no tiene realidad ni existencia. Todo lo que el mal, o el error, puede hacer, es sugerir que hay un opuesto a Dios, el bien. Pero nada puede hacer jamás real a ese opuesto. Y podemos negarnos a creer en la realidad de la destrucción. Ciencia y Salud clasifica a las fuerzas destructivas como falsificaciones, no como la moneda verdadera del reino. Dice: “No hay vana furia de la mente mortal — expresada en terremotos, vientos, olas, relámpagos, fuego y ferocidad bestial — y esa llamada mente se destruye a sí misma. Las manifestaciones del mal, que contrahacen la justicia divina, se llaman en las Escrituras ‘la ira de Jehová’. En realidad, demuestran la autodestrucción del error o materia e indican lo contrario de la materia, la fuerza y permanencia del Espíritu. La Ciencia Cristiana revela la Verdad y la supremacía de ésta, la armonía universal, la totalidad de Dios, el bien, y la nada del mal”.Ciencia y Salud, pág. 293.

Hasta la fecha me siento en paz durante las tormentas, y ahora vivo en una región donde hay muchas de ellas. Puedo ver el poder y la fuerza. Me regocijo con las lluvias refrescantes que tan frecuentemente traen. Y jamás dejo, mediante la oración, de rechazar la creencia de que son destructivas. Dejo que el sentido espiritual discierna la totalidad y bondad del Espíritu.

Todos podemos cantar en nuestro corazón:

En Ti, Espíritu piadoso,
oh Dios, yo, Tu hijo, vida hallé;
y en Tu esplendor de luz glorioso,
de todo mal me despojé.

Podemos vernos protegidos por el cuidado de Dios, y estar a salvo en medio de los truenos y relámpagos.

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