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Dios, yo, y la medusa

Del número de junio de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Es posible que a veces nos sintamos separados de Dios. Las exigencias de nuestro trabajo, de nuestra familia y de otras actividades, pueden parecer más grandes que nuestra capacidad y que ocupen más tiempo del que disponemos. Pensamos en orar a Dios, y lo hacemos; pero puede parecernos que está muy lejos.

¿Acaso no hallamos la respuesta al conocer mejor a Dios y a nosotros mismos? Nuestras dificultades pueden ser una señal de que necesitamos elevarnos aún más en la comprensión espiritual de Dios y el hombre. Tal vez nuestra primera equivocación sea esperar progreso y curación espirituales mientras permanecemos en el mismo peldaño mental de la escalera que conduce al cielo. Lo que debiéramos esperar y exigir más de nuestra experiencia humana es el continuo crecimiento espiritual.

Debido a que yo no estaba resolviendo los desafíos en mi vida, y que Dios me parecía muy distante, volví a leer y a pensar sobre la experiencia de Moisés en el monte Horeb. Ver Ex. 3:1–14. Lo que más me impresionó fue el profundo y claro concepto de que Dios es el poderoso Yo soy que le fue revelado a Moisés.

Recurrí a Ciencia y Salud en busca de mayor esclarecimiento, y hallé una mina de oro en las definiciones de la Sra. Eddy de Yo soy y Yo, o Ego. El primero ella lo define como: “Dios; Mente incorpórea y eterna; Principio divino; el Ego único”. Parte de la definición del último dice: “No hay sino un solo Yo, o Nosotros, un solo Principio divino, o Mente divina, que gobierna toda existencia; el hombre y la mujer, inalterados para siempre en sus caracteres individuales, al igual que los números, que jamás se mezclan entre sí, aunque están gobernados por un mismo Principio”.Ciencia y Salud, pág. 588.

Empecé a comprender que el hombre no podía tener una mente mortal y personal separada de Dios. El Ego divino, Dios, es el Yo soy único, e incluye a cada uno de nosotros dentro de Su ser perfecto. Somos, en nuestra identidad espiritual verdadera, el Ego-hombre. La Sra. Eddy comenta: “El Ego-hombre es el reflejo del Ego-Dios; el Ego-hombre es la imagen y semejanza de la Mente perfecta, el Espíritu, el Principio divino”.Ibid., pág. 281.

¡Qué alivio! Había estado tratando de demostrar las verdades sanadoras de la Ciencia Cristiana partiendo de la perspectiva de una identidad mortal. No es de extrañarse que no estuviera logrando nada, y castigándome mentalmente con pensamientos de ineptitud, inseguridad y temor. El yo mortal con sus limitados y materiales puntos de vista del hombre y del mundo, siempre frustra nuestros mejores esfuerzos por comprender a Dios y la bondad espiritual. Está tan henchido de pecado y orgullo que no puede manifestar obediencia al Cristo, la Verdad, obediencia que trae el toque sanador a nuestros asuntos humanos. Cuando vemos más allá de la personalidad mortal hacia la identidad totalmente espiritual del hombre, empezamos a ser humildes, obedientes y a sentirnos amados por Dios.

Al final de esa semana, este naciente discernimiento espiritual me vino nuevamente con tremenda fuerza y claridad, cuando una medusa (aguaviva) me picó en la cara mientras nadaba sobre el oleaje en la playa. La herida me produjo dolor en la cara, cegándome. Mientras luchaba contra el fuerte oleaje para salir del agua, luchaba también contra la tendencia a aceptar el dolor y el malestar.

De pronto, recordé las verdades espirituales que había estado estudiando. Afirmé que sólo había un Ser omnipresente, “un solo Yo, o Nosotros”, y era Dios, la Mente divina. Las únicas identidades reales de la medusa y la mía, como ideas de Dios, estaban incluidas en ese Nosotros divino, y, por lo tanto, existíamos en perfecta y mutua armonía. En realidad, yo no estaba separado del Amor, Dios, porque ningún elemento de la creación de Dios puede estar jamás separado de El. Mi identidad espiritual, la única identidad que podía yo tener verdaderamente, estaba a una con el infinito Yo soy el que soy. Entonces me vino este mensaje divino al pensamiento: “Yo soy, yo soy Dios, yo soy Todo”.

Sentí que ocurría un cambio, y el dolor desapareció. Sorprendido por este súbito alivio, sentí que el dolor empezaba a volver. Entonces comprendí que acababa de tener una percepción más clara de Dios. Había sentido la presencia sanadora de Su Cristo. Continué y repetí con convicción ese mensaje del gran Yo soy. Era como si estuviera sintiendo la gloria de Dios a mi alrededor. Esta vez el dolor desapareció permanentemente.

La experiencia produjo más que una curación física. Generó un deseo más fuerte de ser bueno. En ese incidente con la medusa, había vislumbrado algo del estado celestial del hombre como el puro y amado hijo de un Padre-Madre omnipotente, Dios.

La sencillez, mansedumbre y amor vienen al abandonar el punto de vista limitado y material de nosotros mismos y comprender nuestra identidad divina y espiritual. No perdemos nada del bien que ya tenemos; en vez, ganamos más de lo que jamás imaginamos. Empezamos a deshacernos del orgullo, del temor y de otras características desagradables, y hallamos la pureza e inocencia divinas que previamente habíamos creído que estaban fuera de nuestro alcance.

Cristo Jesús nos dio el ejemplo más elevado que nadie en la tierra jamás podría dar del Ego-hombre perfecto: el hombre que completamente confía su vida, identidad y propósito al Ego-Dios. Cuando Jesús dijo: “Yo y el Padre uno somos”, Juan 10:30. nos estaba diciendo que el Yo soy impulsaba sus enseñanzas y obras maravillosas para la salvación de la humanidad. Era el amor del Amor lo que lo movía. Su comprensión del único y divino “Yo, o Nosotros”, lo capacitó para ver que el samaritano, el gentil y el judío pertenecían a una familia universal cuyo Padre y Madre es Dios.

Demostramos esta comprensión verdadera de nuestra identidad real en nuestra vida diaria cuando expresamos mayor abnegación, perdón, paciencia y amor. Es más fácil expresar esas y otras cualidades espirituales cuando recordamos que ni nosotros ni nadie tiene un ego o mente separado del Ego-Dios: Alma incorpórea y Mente infinita. Ciertamente ésta es una vigorosa verdad metafísica. No obstante, es una que expresa todo el poder del cielo, y es esta verdad pura y espiritual la que nos sana y bendice nuestra vida.

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