Mi primer trabajo después de graduarme en la universidad fue el de archivador. Archivaba, a mano, cientos de pedidos de libros que llegaban a la oficina todos los días. El salario neto apenas alcanzaba para una cucharada de porotos. Esta es una analogía más adecuada de lo que se imaginan, pues, durante los primeros meses, por lo menos dos noches a la semana comía porotos con cerdo.
Tomé ese trabajo porque realmente quería trabajar para una organización que no era lucrativa, en cuya causa creía. Lo que obtuve de este primer trabajo fue mucho más que un cheque insignificante. Aprendí algunas lecciones valiosas que, con franqueza, todavía hoy trato de comprender mejor y aplicarlas a mi actual trabajo.
Creo que lo primero a lo que tuve que adaptarme fue a la relación que existía entre “el trabajo y yo”. ¿Cuál era mayor? ¿Cuál de ellos tenía influencia sobre el otro?
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