Mi primer trabajo después de graduarme en la universidad fue el de archivador. Archivaba, a mano, cientos de pedidos de libros que llegaban a la oficina todos los días. El salario neto apenas alcanzaba para una cucharada de porotos. Esta es una analogía más adecuada de lo que se imaginan, pues, durante los primeros meses, por lo menos dos noches a la semana comía porotos con cerdo.
Tomé ese trabajo porque realmente quería trabajar para una organización que no era lucrativa, en cuya causa creía. Lo que obtuve de este primer trabajo fue mucho más que un cheque insignificante. Aprendí algunas lecciones valiosas que, con franqueza, todavía hoy trato de comprender mejor y aplicarlas a mi actual trabajo.
Creo que lo primero a lo que tuve que adaptarme fue a la relación que existía entre “el trabajo y yo”. ¿Cuál era mayor? ¿Cuál de ellos tenía influencia sobre el otro?
Bajo gran parte de lo que el mundo llama éxito, se halla la premisa popular de que el trabajo hace al hombre o a la mujer (y posiblemente acaba con ellos). Pero, si esto realmente es así, ¿qué significa la verdad bíblica de que Dios ya ha hecho a cada uno de nosotros, varón y hembra, a Su propia imagen y semejanza?
¿No sería más exacto decir que el individuo hace al trabajo? Después de todo, todos nosotros podemos contribuir a nuestro trabajo — pero jamás de la otra manera — con las cualidades provenientes de Dios que debemos expresar para desempeñar bien nuestro trabajo. El escritorio al que nos sentamos, el equipo que usamos, los papeles que archivamos (o los campos que aramos, los tractores que manejamos, las casas que limpiamos), ninguno de ellos nos proporciona la honradez, sabiduría, abnegación y alegría que necesitamos para nuestro trabajo.
En realidad, el lugar donde moramos (ya sea el lugar de trabajo durante el día o nuestro hogar durante la noche) está determinado primordialmente por nuestro pensamiento y las cualidades que expresamos. Un trabajo permanece vacante hasta que una persona lo ocupa. La descripción del empleo que anuncia el departamento de personal no es más que una hoja inerte de papel. Alguien tiene que aportar al cargo descrito en el papel una vida llena de pensamientos y acciones correctos antes de que se pueda hacer bien el trabajo.
Dios nos ha hecho a cada uno de nosotros superiores a cualquier trabajo que tengamos. Cuando apliquemos los talentos otorgados por Dios a la tarea que tengamos a mano, encontraremos la satisfacción que no sólo proviene de un trabajo bien hecho, sino de saber que Dios siempre nos ama, no porque seamos mortales capaces y trabajadores a quienes El favorece, sino porque realmente somos Su linaje espiritual, a quien El ama y conoce por siempre. El nos conoce por nuestros nombres que están “escritos en los cielos”, Ver Lucas 10:20. y no por el nombre del cargo que ocupamos o el nivel de salario con que estamos clasificados en la tierra.
De modo que cuando llega el momento de cambiar de empleo (tanto voluntaria como involuntariamente) — o cuando nos jubilamos — el amor que Dios tiene por nosotros y nuestro mérito espiritual por ser Su creación permanecen intactos. Llevaremos con nosotros lo que hemos tenido desde el comienzo: una relación inseparable con nuestro Padre-Madre Dios como amados hijos e hijas.
Ojalá pudiera decir que jamás permití que el trabajo me deprimiera, pero no fue así. (Y, dicho sea de paso, ésta es la forma exacta en que la tentación quisiera entrar en nuestra vida: Literalmente permitimos que nuestro trabajo nos deprima, desaliente, fatigue, al consentir a la impresión de que un trabajo tiene dominio sobre nosotros, en vez de lo opuesto.) Pero puedo decir sinceramente que no permití que el trabajo continuara deprimiéndome.
Una y otra vez me recordaba a mí mismo lo que la Biblia enseña en el primer capítulo del Génesis: que Dios da al hombre dominio sobre la tierra, y no a la tierra dominio sobre el hombre. El concepto de que el hombre creado por Dios se somete a la misma tierra que labra, sudando en angustiosa labor todos sus días, destinado a recoger sólo el producto final de la muerte, es un cuadro deprimente, es parte del mito adámico que quisiera hacernos esclavos de un trabajo terrenal, prisioneros del reloj, sujetos al pago de un salario, víctimas de máquinas defectuosas, en lugar de ser vencedores en cada situación.
El relato alegórico de Adán en el segundo capítulo del Génesis, si es aceptado como la verdadera descripción del estado del hombre, constituiría una regla ética esclavizante en lugar de una regla ética laboral. No describe lo que Dios tiene destinado para nosotros, sino lo que es desemejante a Dios y, por lo tanto, no es verdadero en nuestra vida. Ilustra las consecuencias del error de pensar que somos criaturas mortales, formadas del polvo material, en vez de percibir que somos creaciones de Dios, el Espíritu divino, hechos a Su imagen inmortal y semejanza incorpórea. No es Adán (hombre de naturaleza material y errónea), sino Cristo Jesús — el Modelo de la humanidad que nos muestra que nuestra naturaleza espiritual y verdadera es el reflejo de Dios — quien nos provee el único modelo seguro para una actividad correcta.
Todos tenemos el derecho divino para afirmar en nuestra vida y en nuestro trabajo lo que Pablo dijo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Filip. 4:13. En la medida en que expresamos las cualidades semejantes al Cristo en nuestro trabajo y hacia nuestros compañeros de trabajo — cualidades como mansedumbre, inteligencia, amor, paciencia, integridad — somos, en efecto, trabajadores en la viña de Dios, trabajadores en los negocios de nuestro Padre.
Jesús dijo a sus seguidores: “La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies”. Lucas 10:2.
Es demasiado fácil pensar que las palabras de Jesús se refieren simplemente a la necesidad de aumentar el número de personas que deseen hacer la voluntad de Dios, ¿no es así? ¿Y acaso no hemos todos orado en una u otra oportunidad de manera similar (¡quizás hasta nos hayamos quejado!) para obtener más ayuda — en efecto, más empleados — en nuestro campo de trabajo?
Pero un pasaje de la Sra. Eddy, quien incansable y llena de inspiración descubrió y fundó la Ciencia Cristiana y es la Guía de este movimiento, muestra que las palabras de Jesús pueden tener una aplicación más amplia. En una carta a uno de sus seguidores, ella escribe: “El campo ondea su blanco pabellón, los segadores son fuertes, las ricas gavillas están maduras, el granero está listo: rogad, pues, al Dios de la mies que envíe más de estos obreros de excelente calidad, y cosechen las provisiones para un mundo”.Escritos Misceláneos, pág. 313.
¿Hay alguno de nosotros que no podría — y que no debería — llegar a ser verdaderamente un obrero de “excelente calidad”? Claramente la necesidad de obreros para la cosecha del Padre — de quienes hacen Su voluntad, expresan Su naturaleza — no es sólo de un número mayor de empleados, sino también de mayor calidad.
Al expresar cualidades espirituales en sus actividades diarias, aun los empleados más veteranos pueden ser tan capaces de aprender fácilmente y de ser innovadores, como el que comienza en su empleo. La demanda que encara el mercado mundial no es sólo de nuevos empleados, sino que los actuales se adapten en esta precipitada era tecnológica del 1980 (y en la de 1990 que se aproxima) a nuevas formas de trabajar y pensar. Igualmente importante es que la automatización impersonal con que hoy se hacen las cosas exige, aún más, que los trabajadores efectúen el trabajo repetitivo con un espíritu renovado y con exactitud, que hagan nuevo lo que ha llegado a ser “antiguo” o mecánico en sus tareas.
Obtuve una vislumbre de esto mientras continuaba archivando todos los días esos pedidos de libros. Percibí que necesitaba obtener un espíritu de renovación en mi tarea para continuar haciendo bien el mismo trabajo. Pero antes de encontrar una renovación en mi trabajo, tenía que traer un sentido de originalidad a mi labor. De acuerdo con la promesa de Jesús a todos los que están “trabajados y cargados”, yo tenía que hallar primeramente “descanso para mi alma” (y, por supuesto, renovación, gozo y espontaneidad) en Cristo, en el mismo espíritu de Verdad y Amor que Jesús tan perfectamente ejemplificó. Y para hacer esto, tenía que encontrar esta inspiración divina, o el Cristo, en el único lugar posible: en mi propia consciencia individual. Como Pablo lo expresó: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria”. Col. 1:27.
A pesar de la naturaleza rutinaria de mi trabajo, sabía que cada actividad humana — incluso archivar — tiene como fundamento un denominador común: el pensamiento. Para intercalar entre las palabras a menudo citadas aunque siempre oportunas de Shakespeare: “No hay nada bueno ni malo [nuevo o antiguo, fácil o difícil, interesante o aburrido], sino que el pensamiento lo hace así”.Hamlet, Acto II, escena 2.
Continué orando, y a los pocos meses pasó algo interesante. Un nuevo empleado fue contratado para archivar los pedidos de libros, y me dieron la responsabilidad de instalar y examinar los archivos de producción y comercialización del departamento. Aprendí algo importante de esta experiencia: No hubo un cambio en mi trabajo hasta que hubo primero un cambio en mi pensamiento, hasta que obtuve dominio, por lo menos en cierto grado, sobre las exigencias mentales de la labor que había estado desempeñando hasta ese momento.
Cuando ponemos en práctica los motivos correctos en nuestro trabajo, no hay ninguna labor honesta que sea inferior o superior a nuestras aptitudes. Dios nos ha hecho mucho más capaces de lo que una descripción de empleo pueda determinar, ya sea nuestro trabajo el de presidente de una corporación multinacional o el de encargado de la limpieza en uno de los edificios de oficinas de la corporación. El empleo no puede darnos — así como la falta de empleo no puede quitarnos — el dominio y prestigio que Dios otorga eternamente a cada uno de nosotros como Su reflejo espiritual e inmortal. Al usar nuestra herencia divina, podremos encontrar trabajo y desempeñarlo bien — antes como después de lo que se llama jubilación — sabiendo en todo momento que no hay trabajo más grande que el que expresa diariamente al espíritu del Cristo al hacer el trabajo.