Quisiera expresar mi más profunda gratitud por la Ciencia Cristiana. Me crié en una familia de dedicados Científicos Cristianos. Sin embargo, cuando era estudiante de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, nunca aprecié completamente esta enseñanza maravillosa.
Después de casarme con un hombre que profesaba una fe diferente de la mía, descontinué el estudio de la Ciencia Cristiana. Luego nos mudamos a otro estado. No había una iglesia filial de la Ciencia Cristiana en el pueblecito donde vivíamos, así que mi esposo y yo nos unimos a una iglesia de otra religión. Después de unos años, empecé a sentirme inquieta, aunque en aquel tiempo todo iba bien: tenía tres bellos hijos; un esposo bueno y gentil; y un trabajo maravilloso y que me llenaba de satisfacción. Asistíamos a la iglesia regularmente, sin embargo, había un vacío definitivo en mi vida.
Periódicamente sacaba mis libros (la Biblia y Ciencia y Salud por la Sra. Eddy) de la tablilla del estante y leía y estudiaba un poco, pero me sentía que no tenía suficiente fe para seguir las enseñanzas de la Ciencia Cristiana. Había sido testigo de numerosas curaciones, y yo misma había experimentado curaciones mediante el trabajo devoto de mis padres o mi abuela, quien era practicista de la Ciencia Cristiana. Pero, aún así, me preguntaba si yo tendría el valor de recurrir a la Ciencia Cristiana para la curación, si a uno de mis hijos le hubiera sucedido algo verdaderamente malo. Tales dudas persistieron en mi pensamiento por varios años.
Entonces ocurrió: ¡aquello que tanto había temido! Cuando mi hija tenía como doce años de edad, comenzó a sufrir de severos dolores de cabeza con pérdida de peso y otros síntomas. En esa época, yo la tenía bajo el cuidado de un médico, quien después de varias semanas de tratamiento la recluyó en un hospital para exámenes adicionales. Durante los siguientes días, su salud se deterioró rápidamente; perdió más peso, perdió totalmente la vista de un ojo, y rápidamente estaba perdiendo la del otro ojo. Mi temor aumentó. El médico nos dijo que la pérdida de la vista era permanente, pero que iba a trasladar a mi hija a otro pueblo, que tenía mejores facilidades médicas, en un esfuerzo por encontrar la causa antes que la condición se extendiese por todo el cuerpo.
En ese momento llamé a mis padres, quienes comprendieron que yo necesitaba ayuda inmediata. A petición mía, se comunicaron con una practicista de la Ciencia Cristiana, quien aceptó a orar por mí. Mientras tanto, hubo más exámenes médicos, y se hicieron arreglos para trasladar a nuestra hija a un hospital más grande. Para entonces, ella estaba apenas consciente de lo que la rodeaba. Yo quería suspender la atención médica y confiar solamente en la Ciencia Cristiana, pero mi esposo no estaba de acuerdo, así es que la practicista continuó orando por mí.
Durante este tiempo, me aferré a un versículo de Hebreos (4:12): “La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”.
Cuando mi hija llegó al hospital más grande, ya estaba totalmente ciega. Numerosos especialistas la examinaron, y cada diagnóstico era peor que el anterior. Sin embargo, mi temor estaba disminuyendo. Me comunicaba frecuentemente con la practicista, y ya estaba verdaderamente comenzando a aceptar las muchas verdades espirituales que ella compartía conmigo. Mientras yo firmemente reclamaba estas verdades, sabiendo, sin lugar a dudas, que esa niña era la expresión perfecta de Dios cuyas facultades eran espirituales e inagotables, la niña empezó a recobrar la vista (algo que los médicos nos habían asegurado que era imposible) y su salud. A medida que ella mostraba señales de recuperación, los médicos suspendieron sus planes para una cirugía exploratoria, y venían solamente a observar su progreso, totalmente asombrados. En diez días, la dieron de alta del hospital y regresamos a nuestro hogar.
Cuando llevamos a nuestra hija de nuevo al oftalmólogo que la había examinado previamente, él dijo que jamás pensó verla viva de nuevo, y, por supuesto, no esperaba verla con la vista restaurada. La examinó y encontró que su vista era 40/20. Añadió que los lentes no la ayudarían, que sencillamente tendría que aprender a vivir con el problema.
Más tarde, mencioné esto a la practicista, quien cariñosamente me recordó que Dios siempre nos lleva hasta el final. Varias semanas después, regresamos al oftalmólogo con nuestra hija, y, para su asombro, halló que su vista era 20/20. Todo esto ocurrió en un período de seis semanas; la pérdida de seis semanas de escuela no afectó en general sus calificaciones escolares durante ese año. Esto ocurrió hace más de veinte años, y el problema no se ha repetido.
Someto este testimonio con la esperanza de que pueda ayudar a otros de la misma manera que a mí me han ayudado los numerosos testimonios de curación que he oído y leído.
Pine Bluff, Arkansas, E.U.A.
Yo soy la hija que se menciona en el testimonio anterior, y deseo declarar que los hechos relatados son correctos. Quisiera añadir que estoy muy agradecida a Dios por mi vida. Ahora tengo dos lindas hijas, y todos gozamos de perfecta salud. A través de los años, junto con mi madre, he visto muchas curaciones por medio de la Ciencia Cristiana. Siempre estaré agradecida porque ella volvió a la Ciencia.
North Little Rock, Arkansas, E.U.A.