“La palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12).
Mi hermana pudo sentir el efecto sanador de la ley de Vida eterna mediante la lectura de El Heraldo de la Ciencia Cristiana cuando estaba padeciendo de una grave enfermedad que hacía años le afligía. Durante esos años estuvo bajo tratamiento médico, encontrar alivio o curación permanentes.
Repentinamente se le presentó una hemorragia y fue llevada de prisa a una clínica de emergencia. Allí, los médicos diagnosticaron, luego de haber hecho un examen interno del estómago, que éste estaba lleno de úlceras perforadas. Según ellos, no podía ser operada; por consiguiente, la cirugía no podía hacer nada por ella.
Fue en ese momento que, por teléfono, me enteré del estado de mi hermana. Antes de salir de mi casa, tomé un Heraldo para llevárselo. Tomé el primero que encontré. Luego me vino el pensamiento de que debería buscar un Heraldo que tuviera un artículo o testimonio pertinente a su enfermedad específica. Pero me vino otro pensamiento. ¿Por qué buscar otro? Cada Heraldo señala la Verdad divina que responde a la necesidad humana.
Fui a ver a mi hermana y la encontré muy abatida y sin esperanza. Saqué el Heraldo y se lo di. Cuando se lo estaba entregando, vi que, en la tapa, el título de uno de los artículos era “Cirugía mental”. Procuré animarla diciéndole: “Los médicos te han desahuciado, pero Dios es tu médico. El es tu cirujano”. Ella aceptó el Heraldo con reservas y lo puso a su lado, en la cama. Su hija, quien escuchó mis palabras, le dijo que leyera el Heraldo, agregando: “Quizás contenga algo que tú necesitas”. Cuando su nuera también la alentó para que lo leyera, entonces tomó el Heraldo en sus manos de buena gana.
Después de eso me retiré a mi casa, pidiéndole una vez más que lo leyera y que confiara en Dios, asegurándole que, como Su hija, en realidad, ya estaba sana y que siempre lo había estado. Le dije que Dios no falla. Eso le dio mucha seguridad y confianza en el poder sanador del Cristo.
Al día siguiente no tuve noticias de ella; pero, como estaría en la sala de exámenes muchas horas, pensé en ir a verla al día siguiente. Por la mañana ella me llamó para decirme que estaba en su casa, completamente sana. Fui volando a su casa para verla. Ella salió a mi encuentro y dijo: “Mira, ya estoy sana”.
Me contó que el Heraldo que yo había escogido contenía una historia muy apropiada para ella (ver Lucas 8:43–48). Se refiere a la mujer que vino a Cristo Jesús a través de la multitud de gente procurando tocar el borde del manto del Maestro. La mujer tenía la certeza de que al hacer esto se sanaría de la hemorragia que tenía desde hacía doce años y que los médicos no habían conseguido sanar.
Ella lo leyó y sintió que era ella a quien se dirigían las palabras de Jesús: “Hija, tu fe te ha salvado; vé en paz”.
Por la mañana, cuando la habían llevado para hacerle los exámenes, ella estaba muy calmada y confiada de que estaba sana y que no se le encontraría ninguna enfermedad. Y así fue. Le hicieron muchos exámenes, pero todos salieron negativos. Los médicos no pudieron encontrar lo que habían visto el día anterior.
En las semanas que siguieron, la familia estaba con dudas y llevaron a mi hermana a otros médicos para que la examinaran. No podían aceptar el hecho de que todo había cambiado de la noche a la mañana. Pero la respuesta era siempre la misma: “No tiene nada”. Cuando le preguntaron a un médico sobre la salud de mi hermana, dijo a la familia: “He hecho todos los exámenes posibles”, y la felicitó a ella diciendo: “Usted está más sana que yo. Yo quisiera tener la salud que usted tiene”.
Desde entonces, mi hermana ha llevado una vida normal. Cuatro meses después de su curación fue conmigo en un viaje por avión a Brasil para visitar miembros de la familia que viven ahí. Pudo soportar el cambio de comida y de temperatura sin ninguna dificultad, y se sintió perfectamente bien.
Dios, nuestro Padre-Madre, es Amor infinito, imparcial y universal; El cuida de todos Sus hijos muy amados y queridos. Mary Baker Eddy lo expresa muy bien con estas palabras en su libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras (pág. 518): “Dios da la idea menor de Sí mismo como un eslabón para la mayor y, en cambio, la más alta siempre protege a la más baja. Los ricos en espíritu ayudan a los pobres en una gran hermandad, teniendo todos el mismo Principio, o Padre; y bendito es ese hombre que ve la necesidad de su hermano y la satisface, procurando su propio bien beneficiando a otro”.
Lima, Perú
Los hechos son exactamente como mi hermana los ha relatado. Tengo mucho gusto en confirmar la hermosa curación que tuve. Estoy muy agradecida por la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens).