Hay una caminata especial por las montañas que siempre me gusta hacer. En esa región elevada el aire es fresco, los cerros están verdes, y el panorama es espectacular. Al ir ascendiendo, una señal de que estoy entrando en la región montañosa son los altos pinos a lo largo del terreno. Esos pinos, con su singular simetría y grandiosidad, me indican que estoy llegando a mi destino, que voy en la dirección correcta.
En cierto sentido, las curaciones en la Ciencia Cristiana son como esos pinos. Ellas también nos anuncian que estamos avanzando hacia regiones elevadas, que estamos en el camino correcto y que otros bienes nos esperan. Las curaciones se manifiestan en nuestra experiencia a medida que adquirimos un punto de vista más elevado y más espiritualmente iluminado de la existencia. Esas curaciones se efectúan a medida que nos elevamos por encima de la niebla y oscuridad del materialismo, por encima del engaño de que somos mortales imperfectos que incluimos tanto el bien como el mal, y que nos vemos como la creación de Dios, espiritual y perfecta.
Podríamos decir que el crecimiento espiritual es el camino que nos conduce hacia esa consciencia más elevada y más santa que sana. Al comprender que la vida es espiritual y no material, obtenemos un mejor punto de vista de la perfecta creación de Dios, en la cual no hay escasez, dolor, soledad o pesar. Aprendemos a demostrar, paso a paso, que las discordias materiales son irreales. “Ni el mal ni la enfermedad ni la muerte pueden ser espirituales, y la creencia material en ellos desaparece en la proporción de nuestro desarrollo espiritual”,Ciencia y Salud, pág. 368. explica Ciencia y Salud por la Sra. Eddy.
El crecimiento espiritual contribuye a la curación porque nos trae puntos de vista más claros, más elevados y más inspirados acerca de Dios perfecto, hombre perfecto y la nada del mal. Entraña el despertar espiritual y constituye el nuevo nacimiento en Cristo, la verdadera idea de Dios. Razonando persistentemente, partiendo de la premisa de que Dios ha hecho todo y lo ha creado bueno, y viviendo en consecuencia con esa premisa nos capacita para comprender mejor la irrealidad del mal. Hallamos en esta nueva perspectiva redención, regeneración, y nos ocupamos cada vez más en las cosas del Espíritu. Mediante cada paso de progreso mejoramos gradual e individualmente, nos impresiona cada vez menos el testimonio de la discordia y nos convencemos cada vez más de la constante armonía espiritual.
La curación que viene con esa renovación, aumenta nuestra fe en el bien y disminuye la creencia en el mal. La enfermedad no es un hecho, sino una fábula. Es el testimonio exteriorizado de un temor particular de que la materia, el mal, tiene poder. El mesmerismo de la enfermedad desaparece a medida que aceptamos la verdad de que no hay vida, sustancia ni inteligencia en la materia. Al reemplazar ese falso concepto con la consciencia de que nuestra vida es eterna y armoniosa en el Espíritu, destruimos el engaño de la enfermedad, y se manifiesta la restauración corpórea. Paso a paso demostramos que la salud realmente es una condición de la Mente divina y no de la materia, y es constante en el hombre.
Por lo tanto, no es verdad que somos mortales con un ego y vida separados de Dios. Dios y el hombre son uno en el ser, pero distintos como causa y efecto, Principio e idea. Al reconocer que no hay otra fuente sino Dios, al no aceptar otro creador sino la única Mente divina, podemos percibir mejor nuestro propio ser, perfecto en Cristo, y percibir la verdadera naturaleza divina de todos.
Cerramos la distancia que parece separarnos de Dios (y de uno con otro en hermandad) a medida que nos esmeramos en identificar a todos correctamente y procuramos expresar más las cualidades derivadas de Dios, tales como paciencia, perdón, bondad, gratitud e integridad, para glorificar a Dios y bendecir a nuestro prójimo. Espiritualizamos nuestra consciencia al reconocer persistentemente la indisoluble relación del hombre con su Padre-Madre celestial y mediante obras que testimonien la omnipresente bondad de Dios. Ciencia y Salud nos alienta con estas palabras: “Liberémonos de la creencia de que el hombre está separado de Dios, y obedezcamos solamente al Principio divino, la Vida y el Amor. He aquí el gran punto de partida para todo desarrollo espiritual verdadero”.Ibid., pág. 91.
Podemos verificar nuestro progreso espiritual preguntándonos: “¿Tengo menos temor hoy que ayer? ¿Me estoy preocupando menos y confiando más en Dios? ¿Estoy aceptando con firmeza que realmente soy hijo de Dios y no el linaje de la carne? ¿Soy más compasivo? ¿Amo más a mi prójimo? Todo esto puede parecer excesivo. Pero si podemos responder afirmativamente siquiera a una de esas preguntas es señal de que estamos progresando.
Cristo Jesús demostró que el camino de la curación y salvación es el abandono de lo mortal por lo inmortal. Dijo: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo”. Juan 12:32. La espiritualidad del Maestro era lo que efectuaba la curación.
Si bien las multitudes vinieron a Jesús en procura de curaciones físicas, muchos rechazaron el crecimiento espiritual que él exigía. Se opusieron a desertar su confianza en la materia y su punto de vista ritualista en cuanto a la religión. En cierta ocasión muchos se apartaron. No obstante, sus fieles seguidores empezaron a ver que el progreso espiritual es esencialmente regeneración espiritual. Cuando Jesús preguntó a los doce discípulos si ellos también querían irse, Pedro respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Ver Juan 6:63–68.
La renovación espiritual no es algo que se reserva para períodos sin dificultades. El creer que podemos tener una curación ahora, pero que podemos posponer el crecimiento espiritual para un tiempo más conveniente, es una concesión peligrosa a la suposición equivocada de que nuestro bienestar depende sólo de nuestro estado físico. La armonía del ser del hombre depende sólo del Espíritu y se demuestra a medida que nos esforzamos por expresar más de las cualidades del Espíritu que constituyen nuestra naturaleza verdadera.
El hombre inmortal — nuestro ser verdadero — mora permanentemente en la atmósfera más elevada y más santa, en la consciencia del Amor infinito. En este reino de Dios, el bien eterno, no hay niveles de comprensión que varían. El hombre siempre es conocedor de la realidad, la armonía, la acción y el ser perfectos. Esa es su perspectiva constante como reflejo de la Mente que todo lo sabe y todo lo ve.
Aun cuando el crecimiento espiritual nos conduce hacia la curación, no tenemos que esperar a que transcurra un tiempo prolongado para sanar. El saber que Dios está en completo control y que gobierna armoniosamente a Su idea espiritual, el hombre, es un estado de pensamiento espiritualmente equilibrado y listo para la curación. Cuanto más pronto adoptemos la realidad espiritual como nuestro propio punto de vista, tanto más fácilmente discerniremos en la Ciencia divina la verdad específica que anula y destruye el error que nos esté perturbando.
La curación más rápida y mejor es una meta deseable. El alivio de la discordancia física y el mejoramiento de las condiciones humanas pueden servir de señales de progreso. Sin embargo, el progreso espiritual es nuestra necesidad principal, pues es el medio por el cual logramos todo bien. Cuando deseamos sobre todas las cosas expresar, en mayor medida, nuestra naturaleza verdadera y espiritual, y ponemos esta meta ante todo en nuestra vida, comprenderemos la promesa de nuestro Maestro: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Mateo 6:33.
Cada kilómetro de mi ascensión a las montañas es alegre. Me regocijo durante todo el camino. En el sendero que conduce hacia el cielo cada momento también puede ser lleno de regocijo. El crecimiento espiritual no es un trabajo fatigoso. Podemos amar todo lo que éste entraña, sabiendo que nos está despertando para que veamos la verdad de que Dios está con nosotros, que nos ama, y que siempre cuida de nosotros.
Morando en regiones elevadas — la consciencia del Cristo — no sólo tenemos curaciones maravillosas, sino que nos regocijamos en el constante aumento del bien: inspiración cada vez más elevada, pensamientos más puros, mayor dominio, más amor desinteresado y paz más profunda.
