El campamento de verano quedaba lejos de mi casa y de mi familia. Pero me gustaban todas sus actividades.
Se hacían caminatas antes del desayuno, que después tomábamos con tocino y panqueques preparados al aire libre, junto al río. Por la noche, había golosinas que asábamos al fuego. Aprendíamos las canciones más divertidas y hacíamos títeres con los que representábamos obras.
Pero lo mejor de todo sucedió durante el verano en que yo tenía once años y aprendí finalmente a nadar. Cuando llegué, tenía que nadar en la piscina de los principiantes, una especie de corral de madera con tablas en el fondo. Pero al final de mi estadía ya estaba preparada para hacerlo en el río. Podía nadar hasta el medio del río, donde estaba anclado un desembarcadero.
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