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Mejor que nadar en el río

Del número de agosto de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El campamento de verano quedaba lejos de mi casa y de mi familia. Pero me gustaban todas sus actividades.

Se hacían caminatas antes del desayuno, que después tomábamos con tocino y panqueques preparados al aire libre, junto al río. Por la noche, había golosinas que asábamos al fuego. Aprendíamos las canciones más divertidas y hacíamos títeres con los que representábamos obras.

Pero lo mejor de todo sucedió durante el verano en que yo tenía once años y aprendí finalmente a nadar. Cuando llegué, tenía que nadar en la piscina de los principiantes, una especie de corral de madera con tablas en el fondo. Pero al final de mi estadía ya estaba preparada para hacerlo en el río. Podía nadar hasta el medio del río, donde estaba anclado un desembarcadero.

Me divertía mucho, pero extrañaba a mi familia; a veces por la noche me sentía terriblemente sola. Y, para peor, una tarde resbalé en el suelo mojado al entrar en la cabina de duchas y caí rodando por la escalera hasta el piso, que era de hormigón. Las otras chicas se acercaron corriendo y me preguntaron: —¿Te lastimaste? ¿Quieres que te acompañemos hasta la enfermería del campamento?— Estaban preocupadas.

Les dije que iba a estar bien, y les agradecí sus deseos de ayudarme. Apenas podía pararme y me dolía la espalda. No podía caminar sin doblarme. Estaba asustada, y en ese momento sí que extrañé a mis padres, su amor y su ayuda. Me sentí muy sola. Caminé lentamente hasta mi cabaña. Lo único que quería era un lugar tranquilo para estar sola. Tomé mi Biblia y Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, y cojeando busqué un lugar solitario bajo la sombra de un árbol.

¡Estaba tan contenta de tener mis libros! Siempre me habían prestado ayuda al leerlos, de modo que empecé a leer la Lección Bíblica La Lección Bíblica de la Ciencia Cristiana para cada semana se encuentra en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. y me sentí más tranquila. Luego pensé en un versículo de la Biblia que había memorizado: "El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos". Deut. 33:27.

Esto me ayudó a darme cuenta con toda claridad de que los brazos de Dios siempre me habían rodeado. Dios me amaba y El nunca me había abandonado. El lo sabía todo y sólo conocía el bien. Nada malo, ninguna equivocación o tropiezo podía tocar al hijo de Dios. Y un accidente era una equivocación, un error en cuanto a lo que ocurre en el amor de Dios. Entonces pensé en algo que había aprendido en la Escuela Dominical: Dios, el bien, nos protege, nos guía, nos gobierna, nos ama y nos eleva. Mis padres probablemente me hubiesen hecho recordar todo esto. Yo estaba muy agradecida por tener estos buenos pensamientos aun cuando no tenía a nadie con quien conversar.

Seguía sentada bajo el árbol, pero ya no tenía miedo. Sabía que Dios estaba ahí mismo conmigo, así que, en realidad, no estaba sola. Sentía la amorosa presencia de mi Padre-Madre Dios. Estaba completamente segura de que las palabras de la Sra. Eddy "El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana" Science and Health (Ciencia y Salud), pág. 494: "Divine Love always has met and always will meet every human need." eran totalmente ciertas. Y eso significaba que Dios, el Amor, estaba respondiendo a mi necesidad en ese mismo momento.

Cuando llegó la hora de ir al comedor para cenar, caminaba mucho mejor. Más tarde, cuando nos reunimos alrededor de la fogata, ya caminaba normalmente y ni siquiera recordaba que me había caído. Oí lo que dos chicas decían: —¿No es esa la chica que hoy se cayó por la escalera?— La otra contestó: — Sí, creo que es ella, pero está bien.— Eso fue el final del asunto para ellas, y para mí.

Estaba contenta de que no me prestaran más atención. No quería que me tuviesen lástima ni que me trataran de manera especial. Sólo quería continuar confiando en Dios, sintiendo Su amor.

¡Qué bueno era estar con mis amigos del campamento! Eramos como una enorme familia y podía sentir ese amor, tal como lo sentí cuando volví a casa con mi familia. Como dije antes, aprender a nadar ese verano fue algo importante. Pero descubrir que mi Padre-Madre Dios estaba siempre presente y dispuesto a sanarme, ¡eso fue lo mejor!

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