En el año 1970 conocí la Biblia, que nunca había leído, si bien mi familia pertenecía a una determinada religión. La Biblia me la obsequió una compañera de trabajo. Durante los años siguientes, continué leyendo las Escrituras y traté de encontrar alguna religión que me explicara los puntos oscuros que nadie me podía aclarar.
En ese tiempo, cada invierno, y cuando había cambios bruscos de tiempo, sufría de una congestión e inflamación de la nariz y garganta. Todo esto se calmaba sólo con inyecciones que, según los médicos, no era conveniente que se dieran a menudo. Además, padecía de angina infecciosa, que se presentaba dos veces al año y para la cual recibía atención médica y tomaba medicamentos. También, necesitaba beber un depurativo en ayunas, y tomar infusiones digestivas después de las comidas.
Cierto tiempo después de haber comenzado a leer la Biblia, una tarde fui al cine, cerca de donde trabajo, donde exhibían la película Desaparecido ("Missing"). Se trata de la historia, basada en un hecho real, de un Científico Cristiano norteamericano que viaja de los Estados Unidos a Chile en busca de su hijo desaparecido. En ese momento empecé a preguntarme de qué se trataría la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), de la que nunca antes había oído hablar.
Al día siguiente, consulté la guía telefónica donde encontré listada una iglesia filial que se hallaba a pocas cuadras de mi oficina. Cuando terminé de trabajar fui a la iglesia. Todavía recuerdo el amor con que los miembros me recibieron, respondiendo a mis preguntas y dándome dos ejemplares de El Heraldo de la Ciencia Cristiana, edición en español, que fui leyendo en camino a mi casa.
Al día siguiente, adquirí un ejemplar del libro de texto, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Lo leí, lo estudié y me di cuenta de que había encontrado la verdad por la que tanto había esperado.
Con el estudio de la Biblia y de Ciencia y Salud, y con la ayuda de una practicista de la Ciencia Cristiana quien con todo amor aceptó orar por mí, en corto tiempo me sané por completo de la inflamación de la nariz y la garganta, de los ataques de angina, del nerviosismo, de los diarios dolores de estómago y de cabeza, y de otros problemas que me esclavizaban.
Mi esposa y mis tres hijas también han recibido muchas bendiciones y curaciones por medio del estudio de esta Ciencia.
Cuando mi hija Glenda tenía ocho años, se encontraba jugando en el jardín de nuestra casa con sus hermanas Jessica y Sabrina, cuando fue picada por una abeja, y llorando a gritos pedía ayuda. De inmediato, salí a socorrerla. La levanté en mis brazos y llevándola dentro de la casa le recordé las verdades espirituales que había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana.
Le mencioné la historia de Daniel que se relata en la Biblia, quien fue salvado en el foso de los leones (ver Daniel, capítulo 6), y de Pablo, quien resultó ileso después de la mordedura de una víbora (ver Hechos 28:1–5). Luego leímos un testimonio de El Heraldo de la Ciencia Cristiana, que relata la curación de un niño que había sido picado por una gran cantidad de avispas. Finalmente, leí en voz alta de la página 393 de Ciencia y Salud.
En menos de una hora, la inflamación y el dolor habían desaparecido por completo, y Glenda continuó jugando como si nada hubiera ocurrido.
Es poco decir que estoy profundamente agradecido a Dios por todas estas bendiciones, por la instrucción en clase de Ciencia Cristiana y por ser miembro de La Iglesia Madre y de una iglesia filial.
Buenos Aires, Argentina
