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Un susurro que es como cuando “ruge un león”

Del número de agosto de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Qué supone usted que pensarían los Apóstoles Pedro y Santiago (o Matías, o cualesquiera de los otros como Bernabé o Pablo, si fuera el caso), si hoy entraran en cualquier iglesia cristiana?

Imagínese su sorpresa al ver la extensa organización, aun en una sola iglesia, y ni qué decir la de una gran denominación religiosa. Imagínese su asombro al ver la tecnología, las publicaciones y los programas.

La primera pregunta que harían los discípulos sería sobre la curación: "Ustedes hablan del Maestro como si lo conocieran y amaran como nosotros", podrían decir. "Oímos vuestras palabras y vuestras explicaciones; pero, háblennos sobre las obras sanadoras".

Podemos imaginarnos la conversación que surgiría. Se darían razones por las que la curación ya no es primordial para el cristianismo: el progreso de la medicina; el concepto de que Dios ahora sana mediante los médicos; el materialismo de la época; la inconveniencia de tener que cambiar todo nuestro enfoque de la vida, en lugar de hacer que algo "se solucione" mediante la medicina; lo irrazonable que es esperar que mucha gente tenga el suficiente ánimo espiritual para poder ser sanada.

Incluso, alguien podría tener la audacia de entablar una discusión teológica para explicar que la función primordial de la curación era sólo un medio temporario que Jesús usó para atraer la atención al propósito principal de la salvación.

Luego, tal vez podemos visualizar las expresiones de momentánea incomprensión en las caras de esos hombres del primer siglo que realmente estuvieron con Jesús. Tal vez su confusión se convertiría en tristeza a medida que su honradez, lúcida y sencilla, traspasara las apariencias, y vieran a qué extremo increíble ha llegado la mente humana para evadir la enseñanza de Jesús de que quienes creyeran en él harían las obras que él hizo. Ver Juan 14:12.

Si el cristianismo que sana fuera anticuado o inaplicable, entonces el cristianismo mismo estaría en camino de volverse solamente una reliquia impráctica que pronto sería devorada por un mayor "progreso" científico. Pero el hecho ineludible es que el cristianismo y la curación son uno. La lectura sincera de los Evangelios o del libro de los Hechos en el Nuevo Testamento evidencia esto de una manera que no se puede negar. En los Evangelios mismos, por ejemplo, se mencionan unos cuarenta casos de curaciones; casi una quinta parte del texto de los Evangelios se refiere a las obras sanadoras de Cristo Jesús.

Por lo tanto, una de las señales más significativas de los tiempos es un creciente interés en la espiritualidad y la curación cristiana. Asimismo, recibe una atención renovada la relación entre la teología y la curación, las palabras y las obras, la prédica y la práctica. El Heraldo de este mes, y del siguiente, comparte algunos comentarios e ideas de los que hoy practican la curación cristiana.

Sería fácil no ver estas pequeñas señales en una época que tiende a pensar en que los carteles iluminados del tamaño de campos de deportes son la única indicación de que un mensaje se está comunicando eficazmente. Es cierto que los que están diciendo algunas de estas cosas sobre la curación cristiana no tienen los púlpitos más elaborados o las congregaciones más numerosas. Es cierto que, con frecuencia, hay confusión entre ellos mismos, y están en desacuerdo entre ellos como también con la Ciencia Cristiana
Christian Science (crischan sáiens). No obstante, las señales están allí para quienes tienen ojos para ver: las señales del corazón. Esas señales podrían sonar como un susurro para los que están acostumbrados a escuchar gritos. Pero, como dice la Biblia, la voz de un ángel puede ser como cuando "ruge un león". Apoc. 10:3.

Mary Baker Eddy, quien fundó la Iglesia de Cristo, Científico, dijo en cierta ocasión: "En distintas épocas la idea divina toma diferentes formas, según las necesidades de la humanidad. En esta época toma, más inteligentemente que nunca, la forma de la curación cristiana. Este es el niño que hemos de atesorar".Escritos Misceláneos, pág. 370.

Comparada con un sentido humano de dimensiones e importancia, la curación por medios espirituales y cristianamente científicos puede parecer como un niño. Puede parecer sumamente pequeña en medio del ajetreo del mundo en busca de prestigio y poder. Podríamos ser llevados a suponer que este niñito sereno que está en el pesebre no tiene mayor importancia en los apasionantes asuntos del mundo. Sería un grave error. La curación mediante el Cristo revela la omnipotencia de Dios, el Principio divino, como nada más lo hace. Tampoco es esto declarar simplemente lo obvio: que el gran poder de Dios se manifiesta en el dominio sobre la enfermedad y en la liberación del pecado. El hecho es que, en nuestra rigurosa necesidad, nos es revelada una nueva comprensión tan vasta del Espíritu divino que nos exige aceptar la necesidad de redefinir por completo el poder y la realidad. Como muchos han comprobado, la experiencia de la curación divina viene a ser no tanto la experiencia de un cambio físico, sino el experimentar la ley, el poder y la dimensión espirituales. No podemos sino sentir cuán concreto, real y total, el Espíritu, Dios, es, y siempre ha sido.

Donde hay tal despertar a la presencia y al reino de Dios, está la curación por medio del Cristo. Esta es la manera en que fue a comienzos del cristianismo. Esta es todavía la manera en una era científica. Y la necesidad que hay de la humildad y pureza que recibe al Cristo, la idea divina, y su poder sanador que cambia al mundo, permanece inalterada desde hace ya dos mil Navidades.

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