Los hijos de personas que sufren de alcoholismo generalmente son considerados como víctimas, ya sea porque se cree que han heredado la propensión a beber o porque han sufrido los efectos de un padre que bebe y, por lo tanto, son víctimas del ambiente de un hogar desafortunado.
Las enseñanzas y curaciones de Cristo Jesús traen verdadero consuelo a aquellos que enfrentan problemas de alcoholismo en la familia. La obra de Jesús presenta e ilustra vívidamente una perspectiva espiritual del hombre y de la creación: un concepto de la identidad como totalmente buena, no limitada por la estructura material (genes buenos o malos) ni por el ambiente material (experiencias de la niñez buenas o malas).
“La teoría verdadera del universo, incluso el hombre, no se encuentra en la historia material sino en el desarrollo espiritual”,Ciencia y Salud, pág. 547. escribe la Sra. Eddy en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, y esto ciertamente está de acuerdo con la revelación bíblica. El Salmista lo expresa de otra manera: “Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; tú sustentas mi suerte. Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, y es hermosa la heredad que me ha tocado”. Salmo 16:5, 6.
Estos hechos espirituales son la base sobre la cual se fundamenta la comprensión de nuestra identidad y herencia. No estamos estructurados para cumplir inevitablemente con un programa ya establecido por la creencia en los genes o en el temperamento de la familia, porque la composición genética no determina lo que es el hombre, ni tampoco el ambiente humano ni el nivel de atención que se recibió durante la niñez. Es Dios quien determina qué es el hombre. Dios, siendo Espíritu, el hombre, la imagen de Dios, debe de ser semejante a El: espiritual. Una comprensión de que esta realidad espiritual está presente ahora, hace evidente que el alcoholismo no tiene base ni posibilidad en la creación espiritual, y que su frecuencia se debe a una falta de comprensión fundamental de lo que es la realidad espiritual. Sin embargo, a medida que se comienza a ver que la materia no dirige al hombre — que el Espíritu, Dios, gobierna la vida, y no la materia — la curación tiene lugar.
Los hijos y nietos de personas que padecen de alcoholismo pueden sentirse verdaderamente alentados porque ninguno, en la realidad espiritual, es un alcohólico o tiene una tendencia natural para serlo. Ninguno, en realidad, puede sufrir de los efectos del problema de alcoholismo que haya en la familia. Toda nuestra herencia es “buena en gran manera”, como lo indica la Biblia, y no tiene ningún elemento malo, porque es espiritual y viene de Dios. Ver Gén. 1:26, 27, 31. Las verdades espirituales bien pueden contradecir lo que creíamos ser, pero hasta una tenue vislumbre de comprensión espiritual empezará a disipar la amenaza y la fuerza de un sentido mortal acerca de nuestra historia.
Tal vez, mi propia experiencia pueda ilustrar esto. Mi padre padecía de alcoholismo y, aparentemente, su abuelo también. La costumbre de beber que tenía mi padre, y su comportamiento inconstante, hacían sufrir emocionalmente a mi familia, y, a menudo, la atmósfera de nuestro hogar era tirante y fría. Tiempo después, cuando era una joven adulta, comencé a sufrir de depresión crónica y desesperación. Para entonces, ya era una estudiante sincera de Ciencia Cristiana, y estoy segura de que mi comprensión de la identidad espiritual, que obtuve mediante la Ciencia, impidió que fuera una bebedora, porque nunca consideré el alcohol como una fuente de placer, sociabilidad o desahogo. Estaba aprendiendo que todo el bien fluye del Espíritu, Dios, y que nunca se encuentra en la materia. Aún así, a menudo parecía que había heredado de mi padre ciertos rasgos mentales y emocionales propios del alcohólico; hasta me caracterizaba a mí misma como una alcohólica “seca”. Mis emociones no eran muy estables o maduras. El egocentrismo era prácticamente una forma de vida. No había profundidad en mi corazón, y mis afectos eran superficiales.
A pesar de que me sentía condenada a tener un carácter que no me gustaba, continué y profundicé mi estudio de Ciencia Cristiana. Mi convicción de la verdad de sus enseñanzas creció constantemente, aun cuando enfrentaba ataques de depresión y tristeza. Cuando el pensamiento mortal decía que no valía nada, la verdad espiritual me iluminaba el pensamiento con verdades acerca de Dios y Su creación, de la bondad y misericordia de nuestro Padre-Madre Dios, del poder de Su Cristo para superar todo lo que es desemejante a Dios. Persistí en el estudio de la Ciencia Cristiana, dejando que la luz de la Verdad divina iluminara mi consciencia. Paso a paso, las verdades espirituales comenzaron a tener más influencia en mi pensamiento que las aseveraciones materiales.
La lucha entre lo que parecía ser mi naturaleza y lo que estaba aprendiendo sobre la naturaleza verdadera del hombre a semejanza de Dios, era a veces difícil. Pero me aferré al conocimiento de que era natural para mí ser alegre, expresar cariño sin límites, ser expansiva en el alcance de mis afectos, comprendiendo que mi dignidad se hallaba en ser reflejo del Padre, y no en el resultado de algún criterio mortal. Esto requirió una gran espiritualización de pensamiento, reemplazando actitudes, creencias, prejuicios e inclinaciones materiales con la verdad espiritual. Descubrí que debía estar dispuesta a practicar esta comprensión aprendiendo realmente a amar y a expresar ese amor para con todos. No podía excluir de mis afectos a los que pensaba que me habían excluido a mí. En una ocasión, tuve que hacerme cargo del cuidado de un familiar, que tenía una actitud fría y desfavorable hacia mí, y aprender a llevar a cabo mi tarea con ecuanimidad y gracia. Tuve que aprender a ver el carácter verdadero de aquellos que estaban más cerca de mí, y amarlos, porque era mi naturaleza hacerlo, y no porque satisfacían mis expectativas personales.
Esto ciertamente incluyó a mi padre, aunque para ese entonces ya había fallecido. Siempre me había sentido muy resentida hacia él por todo lo que la familia había sufrido. Pero ahora este resentimiento se estaba disolviendo gradualmente a medida que mi pensamiento era transformado por la verdad. Comencé a ver que el hombre de Dios es la idea enteramente espiritual de un Dios bueno, y es incapaz de expresar nada que no sea caridad y bendición. Me di cuenta de que, dado que la historia material no es real, ningún efecto dañino puede provenir de ella. Mientras aprendía a amar de esta manera, y persistía en ello aun cuando era tentada a no hacerlo, un día la nube de depresión reapareció, pero yo estaba preparada
En ese momento estaba leyendo Ciencia y Salud, el libro de texto de la Ciencia Cristiana, por la Sra. Eddy. Por primera vez me di cuenta de que en realidad tenía la opción de elegir. Podía dejar que la depresión me ahogara, como siempre había ocurrido, o podía gobernar mis sentimientos a través del dominio otorgado al hombre por nuestro creador. Vi con claridad que podía renunciar a la creencia de que sentimientos y emociones humanas me estaban gobernando; el Amor divino era Todo y lo Unico, y mis sentimientos y afectos estaban sujetos únicamente al Amor.
Muy pronto me liberé de la forma de pensar tradicional basada en la biología y la psicología. Con enorme alivio continué leyendo un pasaje de Ciencia y Salud que trata sobre el dominio que nos ha otorgado Dios para gobernar el cuerpo. Me di cuenta de que esto también se podía aplicar a las emociones. La Sra. Eddy escribe: "El cuerpo parece actuar por sí mismo sólo porque la mente mortal nada sabe respecto de sí misma, de sus propias acciones y sus resultados — no sabe que la causa predisponente, remota y ocasional de todos los efectos malos es una ley de la llamada mente mortal y no de la materia". Comprendí inmediatamente que la causa de los "efectos malos" — la depresión crónica que parecía estar relacionada con el alcoholismo en la familia — era "una ley de la llamada mente mortal", el opuesto ficticio de Dios, la Mente divina, que dice que los genes materiales y/o el cuidado humano que se recibe a temprana edad determinan la salud y la felicidad. Todo mi ser se levantó en contra de esta ley falsa y dijo: "¡NO!"
Continué leyendo en el mismo párrafo, reemplazando nuevamente "cuerpo" con "emociones": "La Mente tiene dominio sobre los sentidos corporales y puede vencer a la enfermedad, al pecado y a la muerte. Ejerced esa autoridad otorgada por Dios. Tomad posesión de vuestro cuerpo y regid sus sensaciones y funciones. Levantaos en la fuerza del Espíritu para resistir todo lo que sea desemejante al bien. Dios ha hecho al hombre capaz de eso, y nada puede invalidar la capacidad y el poder divinamente otorgados al hombre".Ciencia y Salud, pág. 393.
Cuando terminé de leer, supe que había sido sanada de la depresión crónica y del miedo al alcoholismo. La melancolía, el desaliento y la tristeza de muchos años desaparecieron. Me sentí rebosante de amor, estimada y animada. Desde entonces, la felicidad y el buen humor han sido la norma de mi vida. Y lo mejor de todo es que sé que no se debe a mi naturaleza humana, sino a que Dios, nuestro Padre-Madre, es expresado por medio del hombre de esta manera, por medio de usted y de mí.
En esta experiencia, obtuve la convicción sólida de que el hombre de Dios no tiene herencia ni propensiones malas, ni vulnerabilidad alguna, sino que tiene todo el bien. La Sra. Eddy explica: "En obediencia a la naturaleza divina, la individualidad del hombre refleja la ley y el orden divinos del ser. ¿Cómo habremos de llegar a nuestra individualidad verdadera? Por medio del Amor. El Principio de la Ciencia Cristiana es el Amor, y su idea representa al Amor. Mediante la curación, se demuestra que este Principio e idea divinos son Dios y el hombre verdadero".Escritos Misceláneos, pág. 104.
Es revelador notar que la liberación de los aspectos negativos del alcoholismo no trae aparejada la autorización para beber, ni siquiera en forma moderada. ¿Por qué? Porque, aun con moderación, el consumo de bebidas alcohólicas niega la naturaleza espiritual del hombre, que está siempre satisfecha y en paz.
El Padre celestial está contento con Su hijo. El nos da todo el bien y nos ama, a cada uno, sin medida. El Espíritu divino, Dios — no la genética ni la crianza — determina nuestro ser y naturaleza. Cualquier característica del mal que haya en nuestra conformación o carácter es una imposición que podemos expulsar. No tenemos que soportar el mal, ni ser indulgentes con él, ni temerle, porque no es ley. Podemos insistir en que tenemos derecho espiritual a la bondad, la pureza, la integridad y la alegría, y eliminar cualquier característica o clasificación mortales, incluso la de "hijo de un alcohólico". Cada uno de nosotros es, ahora y siempre, el hijo de Dios, el heredero del bien, un miembro de la familia espiritual, perfecta y universal de Dios.
