Durante varios meses, cada vez que pasaba por cierta casa tenía un fuerte presentimiento del mal. De hecho, tenía la sensación de una presencia maligna y era tan perturbadora que inmediatamente comenzaba a orar.
Afirmaba la absoluta supremacía del bien, el poder predominante del Amor divino. Sabía que esto era precisamente lo que la vida de Cristo Jesús había significado. Mentalmente negaba que el mal pudiera tener presencia o poder alguno para contender con Dios. Rechacé la aserción de que el mal pudiera poseer a alguien o algo porque sabía que Dios, el bien, era el poseedor de todo.
Durante dos meses oré de esa manera cada vez que pasaba por la casa. Y una noche cuando caminaba hacia mi casa oí un gran estrépito y vi que algunos muchachos salían corriendo de esa casa. Una mujer joven salió gritando enojada. Aparentemente los muchachos habían estado aterrorizándola durante toda la semana y acababan de arrojar un ladrillo contra su casa.
Esto ya fue el colmo para ella. Se desahogó contando un desgarrador relato. Durante más de un año extraños accidentes y tragedias habían asolado su hogar. A medida que relataba todas las cosas extrañas y terribles que le habían sucedido, uno podía pensar que estaba leyendo una historia de horror. Ella creía que su vida estaba poseída por un mal terrible.
La situación me pareció tan tremendamente injusta que no pude menos que hablar del poder del amor de Dios. "Usted no tiene por qué soportar ese mal", insistí. "La Biblia nos dice: 'Resistid al diablo, y huirá de vosotros'. Sant. 4:7. ¡Liberarse del mal es su derecho divino! Es la ley de Dios".
El amor de Dios fluía plenamente durante el silencio que siguió. Iluminó su rostro y el mío, llenó la casa y lo inundó todo. Yo podía sentirlo. Al mismo tiempo el sentido de una presencia maligna desaparecía. Luego hablamos sobre la oración y el poder de la oración.
La vida de esta mujer cambió por este encuentro con el Cristo, la Verdad. Ya no existía ningún presentimiento del mal. El vandalismo también cesó de inmediato. El poder regenerador del Cristo había hecho, hasta cierto punto, todas las cosas nuevas. Esa es la naturaleza del Amor.
"Resistid el mal — toda clase de error — y huirá de vosotros", escribe la Sra. Eddy. Y agrega: "Podemos elevarnos, y finalmente nos elevaremos, a tal punto que nos valdremos, en toda dirección, de la supremacía de la Verdad sobre el error, de la Vida sobre la muerte y del bien sobre el mal, y ese crecimiento continuará hasta que lleguemos a la plenitud de la idea de Dios y ya no temamos que habremos de enfermar y morir".Ciencia y Salud, pág. 406.
La posesión demoníaca es la aseveración agresiva de una mentira, la mentira de que el hombre puede ser poseído por el mal. Es un síntoma de la creencia de que el mal es una entidad real que puede dominar y esclavizar a una persona privándola de su razón y de su consciencia. Ya sea que el mal se llame espíritus malignos, diablo, psicosis o demencia, esta mentira no tiene legitimidad, autoridad ni base en la realidad del Cristo.
Cristo Jesús reveló la integridad y santidad inviolable de la consciencia individual que deriva de Dios. En la realidad que Jesús vivió, la mentalidad y la vida del hombre no son vulnerables a los ataques y pretensiones de posesión por parte del mal. La consciencia y acción individuales son el reflejo mismo de Dios, la única Mente divina.
El hombre endemoniado de la región de los gadarenos fue salvado por el poder regenerador del Cristo, la Verdad. Al ser expuesta como ilegítima por el amor de Dios reflejado en Jesús, la mentira de una mentalidad maligna llamada Legión se destruyó por sí sola. Ver Marcos 5:1–15. El mal no puede encontrar ningún escondite seguro ante la presencia de la comprensión espiritual de que el mal no existe en la creación completamente buena de Dios. El mal es una imposición mental, no una realidad. Sólo puede parecernos que tiene autoridad y vida mientras creamos que existe y pasemos por alto el hecho de que el hombre está libre del mal, como lo probó Jesús.
Y puesto que la realidad no cambia, el poder del Cristo, que proviene de la comprensión de la verdadera naturaleza de la realidad, está siempre a nuestro alcance.
El mal no puede poseernos. Antes que el mundo fuese, Dios nos reclamó como Suyos. Somos de El, y nadie ni nada puede separarnos de Su amor, amor y protección que encontramos en Cristo.
