Mientras disfrutaba de unas horas en la piscina local bajo un fuerte sol de verano, conversaba con una vecina a quien había visto sólo en dos oportunidades previas. Nuestras conversaciones anteriores habían versado sobre la comunidad, pero en esta ocasión hablamos sobre nuestras familias, y me preguntó dónde trabajaba mi esposa. Cuando contesté que enseñaba piano y que era la organista de la Iglesia de Cristo, Científico, cerca de la universidad, casi en seguida tuve que contestar a varias de sus preguntas sobre la curación en la Ciencia Cristiana.
Renuente a entrar de inmediato en explicaciones sobre la curación espiritual, hablé primero sobre la idea de que el pensamiento influye en la salud. Mi vecina estuvo de acuerdo, pero entonces me preguntó de manera muy directa: “¿Pero qué ocurre si es algo serio? ¿Qué pasaría si usted tiene apendicitis?” Aunque al principio estaba indeciso de hablar sobre un tema tan serio de manera casual, ya había enfrentado esa situación varios años atrás durante un viaje de negocios, de manera que le conté a mi vecina lo que me había ocurrido. Quería explicarle por qué uno preferiría la curación espiritual en un momento de apuro, en lugar de recurrir a la medicina material.
Antes de ese viaje de negocios, tenía la tendencia a dividir las actividades en mi vida en dos partes. Una era el tiempo que empleaba en estudiar la Biblia — especialmente las enseñanzas y curaciones de Cristo Jesús — y Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, y la otra el tiempo que pasaba tratando de enfrentar la vida diaria. Lamentablemente, las dos no siempre combinaban.
Cada día me despertaba con la buena intención de progresar espiritualmente, pero pronto los problemas desviaban mi pensamiento de esa elevada perspectiva. No lograba reconocer que esas dificultades eran el campo de prueba de lo que estaba aprendiendo acerca de Dios. Leía hermosos versículos sobre la paciencia en los Salmos y, luego, perdía toda paciencia cuando me cruzaba con un conductor agresivo. Me maravillaba al leer la historia sobre la ofrenda de la viuda, Ver Marcos 12:41–44. y luego me quejaba porque el cheque de mi sueldo no era suficiente. Lentamente comencé a darme cuenta de que la comprensión espiritual que obtenía de mi estudio tenía que ser manifestada diariamente.
La pregunta de mi vecina me hizo recordar esa época en que estaba luchando por poner en práctica diariamente las enseñanzas de la Ciencia Cristiana. Mientras participaba en un seminario de negocios en una ciudad lejana, tuve que enfrentar un serio desafío físico. Los síntomas parecían ser de apendicitis. Una noche me vi forzado a abandonar la conferencia y volver a mi habitación. Allí perdí el conocimiento y me desperté con un agudo dolor y temor. Siempre me había apoyado en la Ciencia Cristiana para sanarme, pero esto parecía más grave de lo que hasta ahora había tenido.
Crucé con dificultad por encima de la cama para alcanzar el teléfono, lo levanté, pero hice una pausa antes de llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana para pedir ayuda. Oré, simplemente para sentir la proximidad de Dios que a menudo había sentido, y las palabras de San Pablo vinieron a mi pensamiento: “Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios”. Rom. 8:38, 39. Esta fue una respuesta que apaciguó mi temor.
El amor protector de Dios me había consolado muchas veces, y ahora sentí que el dolor se calmaba. Llamé a un practicista quien, por medio de la oración, me ayudó a ver que estaba completamente protegido por el amor de Dios. Comencé a ver las cosas de otra manera. El libro de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, dice: “No hay más que un camino que conduce al cielo, la armonía, y Cristo en la Ciencia divina nos muestra ese camino. Es no conocer otra realidad — no tener otra consciencia de la vida — que el bien, Dios y Su reflejo, y elevarse sobre los llamados dolores y placeres de los sentidos”.Ciencia y Salud, pág. 242.
Oré y estudié pasajes en Ciencia y Salud y en la Biblia durante toda la noche y obtuve gran consuelo y entendimiento espiritual. Al día siguiente, pude concurrir a la sesión del seminario, y en una semana todos los síntomas de esa condición habían desaparecido. ¿Por qué había recurrido únicamente a Dios para sanarme en ese momento crítico? La respuesta se resume en una palabra: confianza. La naturaleza misma de nuestra relación con Dios es la base de esa confianza, porque Dios es Espíritu y Amor infinitos, y nosotros en verdad somos Sus hijos e hijas espirituales. A medida que aceptamos que nuestro verdadero propósito en la vida es glorificar a Dios, comenzamos a sentir que jamás estamos separados de El. Muchas experiencias nos van a guiar más profundamente hacia este propósito, pero nunca debemos temer que pueda haber alguna situación que no esté bajo el gobierno de Dios. Dios, nuestro Padre-Madre, quiere únicamente el bien para nosotros. Nunca podemos estar en una situación que no podamos superar a través de la oración consagrada y afirmativa. Como hijos de Dios, estamos bajo Su cuidado, y, ¿quién o qué puede derrotar al Todo-poder?
De manera que cuando nos sentimos amenazados, es natural que recurramos al protector supremo, el Padre que siempre responde a nuestras necesidades, la fuente de redención que nunca nos falla. El personaje bíblico David, nos mostró esta confianza en Dios — fortalecida por la experiencia — cuando rechazó la armadura y la espada de Saúl y combatió a Goliat con una honda de pastor. Dijo de las armas de Saúl: “Yo no puedo andar con esto, porque nunca lo practiqué”. Y dijo a Goliat: “Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado”. 1 Sam. 17:39, 45. Y con la ayuda de Dios venció al gigante. Todos podemos experimentar la protección de Dios en nuestra vida, día a día, paso a paso. Armados con el conocimiento de que nuestro Dios es Todo-en-todo, ganaremos constantemente la confianza en el hecho de que nada puede interponerse entre nosotros y el amor protector y sanador de Dios. Jamás estamos separados del amor de Dios, y este amor sana.