Primera reflexión: El descubrimiento es todo. Segunda reflexión: Hay una enmienda de capital importancia a esa primera reflexión. A menos que un descubrimiento — un poderoso descubrimiento espiritual — tenga continuidad, una manera de asegurarse de que el descubrimiento inicial no se pierda, la primera reflexión casi no tiene sentido.
El cristianismo ha beneficiado inmensamente a la humanidad con su poder de reforma y tendencia hacia un casi constante examen de conciencia; y en ello hay lecciones tremendas. Pero una de las lecciones más amargas del cristianismo es que la pérdida de la curación cristiana fue tal vez la más grande de las tragedias después del Calvario.
Esta puede ser la única y más importante razón de por qué el descubrimiento de la Ciencia Cristiana y la fundación de la Iglesia de Cristo, Científico, han producido ya un impacto tan poderoso en el mundo. La Ciencia Cristiana ha recuperado para el cristianismo y la humanidad las obras sanadoras del Cristo. La historia de la Ciencia Cristiana ha demostrado que la gente vuelve a descubrir por qué se justifican la fe en Dios y la esperanza en Su Cristo. Todo esto es posible no sólo porque la Ciencia del Cristo ha sido descubierta, sino porque la Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, también vio que el descubrimiento sólo sería completo si llegaba a ser permanente.
En los últimos años se ha vuelto popular hablar de carisma o de liderazgo carismático. Esos términos se han aplicado ampliamente no sólo a la religión, sino al liderazgo político y social de comunidades y naciones.
El término carisma originalmente tenía un sentido religioso. Se refería a la profunda inspiración espiritual que fluía a través de la vida de una persona. Podríamos considerar correctamente a los profetas del Antiguo Testamento y a los discípulos del Nuevo Testamento — como también a otros reformadores religiosos posteriores en la historia cristiana — como carismáticos cuando eran movidos por el espíritu de Dios para actuar.
Ciertamente para los Científicos Cristianos, Mary Baker Eddy es una inspirada reformadora cristiana. No obstante, ella misma vio las limitaciones del liderazgo carismático. Estableció claramente a través de sus escritos que al final hombres y mujeres tendrían que conocer a Dios directamente mediante la transformación moral y espiritual de sus propias vidas. Esa afirmación de la capacidad individual para conocer a Dios y para armonizar nuestra vida en conformidad con Su ley divina es una de las enseñanzas primordiales de su descubrimiento espiritual.
La Sra. Eddy escribió un breve artículo intitulado: “Digestión mental”, el cual apareció en The Christian Science Journal. Ver The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, págs. 229–230. En él enfrenta el estado de crecimiento que se alcanza cuando un descubrimiento religioso radical y espiritual da a luz a una organización unificada y cohesiva. Estamos hablando del cambio que se efectúa cuando un movimiento religioso evoluciona de un liderazgo personal y carismático a una Iglesia fundada sobre el reglamento de la ley.
La Sra. Eddy comprendió que su descubrimiento de la Ciencia Cristiana tenía que incluir no sólo una declaración fundamental de sus enseñanzas espirituales en un libro de texto, sino también un medio de preservar esas enseñanzas más allá de su presencia personal. Podríamos comparar tal desarrollo con la misión del Decálogo hebreo en la vida de los hijos de Israel, y con los Evangelios y más tarde con las epístolas del Nuevo Testamento en la primera comunidad cristiana.
Como resultado, el Manual de La Iglesia Madre fue el fruto de una exigencia divina hecha a la Descubridora de la Ciencia Cristiana de establecer la Ciencia Cristiana sobre un pacto espiritual eterno.
No obstante, si bien el Manual fue ciertamente una victoria espiritual, fue también, en cierto sentido, una derrota humana para las optimistas esperanzas de la Descubridora de la Ciencia Cristiana. Hay lecciones que aprender tanto de la victoria como de la derrota.
Fue una victoria porque el Manual provee la disciplina esencial que desarrolla y protege la comprensión de la ley de Dios y su práctica en los asuntos humanos. Pero fue una derrota porque la necesidad de tener tal manual indica la mano de hierro con que la mente carnal o mortal tiene asida a la humanidad.
Aun cuando la Sra. Eddy aceptó con gratitud la aceptación del Manual de parte de los Científicos Cristianos, también dijo: “Se me colma continuamente de elogios, y ¿Por qué? Por aquello que había esperado jamás sería necesario, a saber, leyes restrictivas para el Científico Cristiano”.Ibid., pág. 229.
La Descubridora de la Ciencia Cristiana era una cristiana realista tanto como una profeta con visión espiritual. Comprendió mediante experiencias obligatorias y costosas que el pecado, la enfermedad y la muerte podrían vencerse y serían vencidos, pero sólo mediante el poder autoinmolador del Cristo que influye sobre el pensamiento, móvil y métodos de curación humanos. Refiriéndose a la naturaleza imparcial de la disciplina cristiana del Manual, escribió: “Sus reglas son pertinentes no sólo para un miembro, sino para uno y todos igualmente. De esto estoy segura, que cada Regla y Estatuto de este Manual, aumentará la espiritualidad de aquel que lo obedece, y fortificará su capacidad para sanar al enfermo, consolar a los que lloran, y despertar al pecador”.Ibid., pág. 230.
En esas cincuenta y dos palabras, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana resume el carácter y misión cristiana de su Iglesia. La Iglesia establecida por el Manual es una comunidad de pacto, de gente que voluntariamente se reúne para honrar y vivir por la ley de Dios. No puede ser más que esto; no puede hacer menos si es que va a cumplir el propósito de Dios y preservar el conocimiento de la curación cristiana.
Si el Manual de la Iglesia de Cristo, Científico, es el fundamento de este movimiento de curación cristiana, entonces el pináculo de su disciplina cristiana bien podría ser “Una Regla para móviles y actos”. Ver Man., Art. VIII, Sec. 1. El Estatuto dice: “Ni la animadversión ni el mero afecto personal deben impulsar los móviles o actos de los miembros de La Iglesia Madre. En la Ciencia, sólo el Amor divino gobierna al hombre, y el Científico Cristiano refleja la dulce amenidad del Amor al reprender el pecado, al expresar verdadera confraternidad, caridad y perdón. Los miembros de esta Iglesia deben velar y orar diariamente para ser liberados de todo mal, de profetizar, juzgar, condenar, aconsejar, influir o ser influidos erróneamente”. Este Estatuto es la vanguardia no sólo de la Iglesia, sino también de la creciente comprensión espiritual que cada Científico Cristiano obtenga de la realidad de Dios y de la relación del hombre con El.
No obstante, este Estatuto es más que un punto álgido; es nuestra ancla que nos sujeta a la roca del Cristo. Todos los que se identifican con el nombre “Científico Cristiano” tienen que buscar la dirección de Dios al escudriñar sus corazones y examinar sus vidas. Hay una íntima obediencia dirigida por el Cristo que por sí sola desarrolla el poder de la curación cristiana y que está incorporada en esa “Regla para móviles y actos”. Sin este ánimo espiritual y moral, realmente no hay pacto; no habría vínculo de confianza y compromiso que uniera a los miembros de la Iglesia. Sin ellos, no habría Iglesia de Cristo, Científico, trabajando en el mundo, permaneciendo en el propósito de Dios, adelantando la causa de la curación por el Cristo.
