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Me sería muy difícil imaginar el curso que habría tomado mi vida...

Del número de enero de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Me sería muy difícil imaginar el curso que habría tomado mi vida de no haber conocido la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) en mis primeros años en la universidad. Durante mi infancia mis padres me habían inculcado un profundo amor hacia Dios y el deseo de conocerlo mejor, pero me resultaba cada vez más frustratorio tratar de conciliar lo que había estado aprendiendo en la escuela con el cuadro más bien humano de Dios que me habían enseñado.

Para cuando comencé la universidad era cínico y agnóstico, porque para mí no tenía sentido creer en un Dios misterioso, que no tenía poder y era caprichoso. Aunque sabía los Diez Mandamientos y me habían enseñado que Dios es Amor, deseaba algo más que una mera creencia; necesitaba saber el “por qué” y el “cómo” de la ley espiritual, y convencerme de que Dios no era un mito. Un pasaje de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy describe apropiadamente mi estado de pensamiento en ese momento. Dice: “Un concepto mortal, corpóreo o finito de Dios no puede abarcar las glorias de la Vida y del Amor incorpóreos e ilimitados. De ahí que el insatisfecho anhelo humano desee algo mejor, más elevado y más sagrado de lo que proporciona una creencia material en un Dios y un hombre físicos" (pág. 258).

Cuando estaba en la escuela secundaria me convertí en adicto a la mariguana y al alcohol, y comencé a fumar mucho, aunque varias veces traté de abandonar este hábito. También experimenté con drogas más fuertes y psico-fármacos. Cuando comencé el primer año en la universidad, sufría severos ataques de depresión y paranoia, porque sabía que todo eso estaba mal, y temía que mi vida y mis proyectos peligraran.

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