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¿Se esfuerza por lograr una carrera universitaria?

Del número de enero de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una carrera universitaria a veces puede parecer como una fábrica donde se manufactura gente. Uno pasa por un conjunto específico de circunstancias que lo amoldan y le dan forma. Uno “se convierte” en algo que es el resultado de la acumulación de experiencias y conocimientos. Durante ese proceso, posiblemente uno sienta que se ha convertido en un producto que se puede lanzar al mercado. ¿Se considera usted como incompleto antes de haber terminado los doce o dieciséis años que insume esa fase de desarrollo en sus estudios académicos? ¿Ha sido el producto (¡usted!) sometido a pruebas piloto, en empleos temporarios durante el verano?

Con toda la competencia que existe en el mercado, aparentemente no basta ser meramente un producto aceptable. Es preciso estar preparado al máximo, tras de haber hecho las elecciones “acertadas” a lo largo del trayecto: la escuela, las actividades, la vestimenta, la alimentación y las amistades acertadas. La importancia que se le da a esto puede tener un efecto devastador en quienes piensan que no tienen esperanzas de alcanzar ese nivel; puede ser algo desconcertante para el que se pregunta si este esfuerzo vale la pena; y, a menudo, puede ser frustrante y nada satisfactorio aun para quienes han puesto todo su empeño en lograrlo.

De vez en cuando, obtenemos una vislumbre de la profunda dimensión de nuestra existencia: al salir de la biblioteca a medianoche y contemplar la clara inmensidad de un cielo estrellado, al encontrar las palabras apropiadas para consolar a un amigo que fue tratado injustamente, o cuando, sin esperarlo, intercambiamos ideas con un profesor que nos intimidaba. Algo nuevo irrumpe en la rutina cotidiana y marca el comienzo de una perspectiva totalmente nueva. Esta puede ser evidencia de la actividad de Dios en la consciencia humana. Cuando comenzamos a prestarle mayor atención, percibimos la identidad de una manera que puede ser totalmente nueva para nosotros. La personalidad que parecía una masa tan sólida de elementos materiales da paso a una identidad determinada por cualidades espirituales.

Cuando estaba en tercer año de la universidad, tomé un curso independiente de cerámica, bajo la supervisión de mi consejera académica. Por cada una de las diez piezas requeridas en el curso, debía usar una clase de arcilla diferente, y una técnica de cocción distinta; además tenía que hacer mis propias mezclas para el vidriado y algunas otras cosas con las que no estaba familiarizada. Muchas veces iba a la oficina de mi consejera para mostrarle los bocetos, y sólo me decía que esperaba más de mí, que ella estaba segura de que yo prometía mucho más. Sin embargo, parecía imposible poder lograr algo nuevo o innovador.

Una tarde fui a la playa a orar sobre si debía continuar con la clase (y sobre la pregunta no formulada que no me atrevía a encarar, ¿era, después de todo, una estudiante que prometía?). De pronto, mientras mi mirada se extendía sobre el Lago Michigan y la ventosa playa, me vino este pensamiento: “Dios es Mente. Y tú eres en realidad el hombre de Dios, la expresión de la Mente, y expresas la gama completa de la inteligencia”. Di media vuelta y emprendí el regreso a la facultad. Cuando llegué a mi habitación, tenía suficientes ideas como para llenar páginas y páginas con diseños para el resto de las piezas. Todas fueron aprobadas y terminadas dentro del plazo fijado.

El concepto de que el hombre es un individuo producido en un lugar donde se manufactura gente, tiene muy poco en común con el hombre como expresión de la Mente. Si estamos buscando una definición acertada para el hombre que Dios creó, podemos tomar en cuenta esta declaración en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy: “El hombre es idea, la imagen, del Amor; no es físico”.Ciencia y Salud, pág. 475. El concepto espiritual del hombre nos proporciona una descripción precisa de nuestra verdadera individualidad, así como los medios para identificarnos como una idea espiritual y no como un objeto.

Todo lo que intente presentarnos como un intelecto material y físico deja muy poco margen para una apreciación del hombre espiritual. Incluso puede resistirse a darnos la libertad otorgada por Dios para descubrir nuestra identidad como el reflejo de Dios. Tal manera de pensar limitada y material no puede percibir el crecimiento y desarrollo espirituales. Y no tiene una idea de lo maravilloso que es descubrir los talentos, intereses, aptitudes y dones que permanecen ocultos. El pensamiento material alega, tanto sutil como abiertamente, que es ridículo considerarnos espirituales o creer que nuestro origen está en Dios o que estamos relacionados con El. ¡Llega al punto de argumentar sobre la posibilidad de que Dios pueda existir! Esta es la “mente carnal” a la que se refiere Pablo en la Biblia. El dice: “Los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden”. Rom. 8:7. Y cuando nuestra elección se basa en una suposición equivocada de una mente aparte, somos guiados incorrectamente.

De modo que tiene que haber un cambio para que podamos romper las limitaciones de las opiniones materiales sobre quién y qué somos. Debemos recurrir a Dios como nuestra única Mente. Cuando comenzamos a comprender que Dios es Mente, la fuente de toda la inteligencia, descubrimos algunas cosas sorprendentes sobre nosotros mismos como la imagen y semejanza de esa Mente. Aprendemos que expresamos las cualidades de la Mente (tales como percepción, exactitud, precisión, orden) y obtenemos mayor seguridad, mejor dirección y una verdadera satisfacción. El deseo de confiar en la Mente para que nos guíe es de por sí una manera de orar. Nos ayuda a empezar a dejar de lado el sentido de que somos simplemente un producto cuyo único propósito es el de ser presentado en una forma aceptable.

Por lo tanto, el progreso en realidad no consiste en acumular porciones de conocimiento o experiencia humanos. Implica darse cuenta de lo que Dios está haciendo con nosotros y descubrir cuál es nuestro verdadero propósito. Desde este punto de vista, la vida es más bien una aventura espiritual que un proceso para adquirir habilidades o experiencias. Obtenemos una nueva comprensión de la naturaleza espiritual, del crecimiento y desarrollo a medida que nuestra verdadera naturaleza y propósito son más claros.

Elegir cursos, reflexionar profundamente sobre las diferentes carreras universitarias, mantener las tareas y actividades de las clases organizadas y en su propia perspectiva, aceptar mayores responsabilidades, todo esto puede ser más productivo cuando ocurre como resultado del crecimiento espiritual. Demostrar de esta manera nuestra verdadera naturaleza y propósito, no es un esfuerzo egoísta o que busca el provecho propio. Cuanto más sabemos sobre nuestro ser espiritual, tanto más estamos preparados y capacitados para ayudar a otros a hacer la misma clase de descubrimiento. Los amigos a quienes proporcionamos consuelo, las ideas que compartimos, el gozo inesperado que encontramos en los sucesos cotidianos, nos muestran nuestra creciente comprensión de la verdadera naturaleza del hombre.

Los demás verán esta irradiación espiritual y querrán saber qué es y de dónde viene. Esta manera de compartir nos convierte en discípulos actuales de Cristo Jesús, porque estamos cumpliendo con sus instrucciones específicas: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. Mateo 5:16.

Un sentido más claro de nuestro propósito nos permite distinguir con mayor exactitud entre las demandas que Dios nos hace y las sugestiones que provienen de las opiniones, los deseos o la voluntad de la mente carnal. Determinar el tipo de “producto” que se va a presentar al mundo, es hacer concesiones a la mente carnal y tales compromisos retardan nuestro progreso espiritual. Pero comprender mejor el concepto espiritual de nosotros mismos — y actuar de acuerdo con el desarrollo espiritual — es elegir honrar a Dios y vivir como Su expresión.

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