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Edifiquemos nuestras vidas sobre la roca de la Verdad

Del número de enero de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una amiga mía se crió a orillas del Lago Como en Italia. La casa de su familia estaba justo al borde del agua y, por supuesto, aprendió a nadar a una edad temprana. Un día, una señora que se estaba alojando con la familia dijo que iría a nadar con ella. Cuando alcanzaron la parte más profunda del lago, un viento borrascoso sopló de repente e hizo que el agua estuviera muy picada. La niña se atemorizó mucho. Sintió pánico y comenzó a hundirse. La señora que nadaba cerca de ella le gritó: “¡Camila, pon los pies sobre la roca!” Luego nadó hacia la niña y la rescató.

La señora era practicista de la Ciencia Cristiana, y empleó el término roca como símbolo de la Verdad, puesto que no había realmente una roca cerca de la niña. La niña, quien también era Científica Cristiana, sabía lo que la señora quería decir, y su obediencia a esa orden la calmó y la ayudó a no ahogarse.

Mi amiga me cuenta que aún recuerda cómo sintió la presencia de Dios, afirmándola y sosteniéndola en su gran necesidad. Dice que aún hoy cuando siente confusión o pánico sobre cualquier cosa, recuerda esa orden que se le dio de niña: “¡Pon los pies sobre la roca!” Así vuelve a sentir la base firme de la Verdad sosteniéndola, y siente agradecimiento por la serenidad y seguridad que le da.

La Biblia se refiere a Dios como “la Roca”, simbolizando Su fuerza y durabilidad. En un cántico, que se le atribuye a Moisés, el legislador hebreo exhorta a su pueblo: “Engrandeced a nuestro Dios. El es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto”. Deut. 32:3, 4.

Todos buscamos estabilidad en nuestras vidas, la seguridad de que hay un fundamento seguro sobre el cual edificar, aun en un mundo donde los valores humanos parecen fluctuar siempre y estar sujetos a revisión y cambio. La naturaleza de Dios es sabiduría inmutable, y Su verdad es perpetuamente constante, como lo demostraron las enseñanzas de Cristo Jesús.

Jesús dio a sus discípulos un fundamento sólido y espiritual sobre el cual construir sus vidas. Sus parábolas expresan este sentido de fuerza y estabilidad. Por ejemplo, relató a sus seguidores el cuento de dos hombres que edificaron sus casas al lado de un río. Un hombre cavó hasta llegar a la roca profunda y edificó su casa sobre esta base sólida. El otro hombre no cavó, sino que edificó superficialmente sobre la arena. Las dos casas fueron azotadas por lluvia, inundaciones, vientos fuertes; la casa sobre la roca permaneció firme, pero la otra, sobre la arena, se derrumbó. Ver Mateo 7:24—27. Jesús alabó la prudencia del hombre que edificó sobre la roca. El relato demuestra que aquellos que siguen las enseñanzas de Jesús, y actúan de acuerdo con las mismas, estructuran sus vidas sobre la certeza del Cristo, la Verdad, no sobre la arena movediza del materialismo superficial.

Las enseñanzas de Cristo Jesús tenían un buen fundamento. Por ejemplo, estaban cimentadas firmemente sobre la verdad universal de los Diez Mandamientos. El cristianismo, tal como lo enseñó Jesús, cumple con toda la sabiduría de la ley y de los profetas que precedieron a Jesús. En pocas palabras él citó la esencia del Decálogo [los Diez Mandamientos], recalcando qué ingrediente esencial es el amor, que produce la fruición completa de la ley en las vidas y en las acciones de hombres y mujeres. Dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” y “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Mateo 22:37, 39; ver también Deut. 6:5 y Lev. 19:18. Le dio vida a la ley en su propio ejemplo al demostrar amor.

Los estudiantes de la Ciencia Cristiana encuentran que aun una comprensión, por pequeña que sea, de Dios como la Verdad inmutable que Jesús vivió, da forma y fundamento espiritual a sus vidas. Cuando uno comienza a alejarse de los sentidos físicos que no proporcionan seguridad, y se dirige a Dios en busca de información verdadera acerca del universo espiritual de Su creación, se hace evidente en nuestra experiencia humana un nuevo sentido de seguridad.

Mediante la Ciencia Cristiana aprendemos que Dios es la única causa y que la creación es Su reflejo. Descubrimos que causa y efecto están gobernados por el Principio divino infalible, y que la obediencia a la ley de Dios nos protege de la enfermedad y del peligro. La Sra. Eddy explica: “Que no hay sino un solo Dios o Vida, una sola causa y un efecto, es el multum in parvo de la Ciencia Cristiana; y a mi entender es la esencia del cristianismo, la religión que Jesús enseñó y demostró”.Escritos Misceláneos, pág. 25.

A medida que comencemos a comprender esta relación fundamental de Dios y el hombre como causa y efecto, descubrimos que ese reflejar comprende obediencia. La obediencia, comprendida de esta manera, deja de ser una simple exigencia moral; es, más bien, la expresión natural de nuestro amor por Dios. Este amor se convierte en fidelidad porque es inherente a la naturaleza verdadera del hombre, y el hombre es la imagen misma o reflejo de Dios. Esta es la esencia de las enseñanzas de Cristo Jesús; y él enseñó que se podían poner en práctica con sus obras compasivas y sanadoras. El amor cimentó todos sus logros.

En el capítulo “La oración” en el libro de texto de la Ciencia Cristiana hallamos estas palabras desafiantes: “¿Amas 'al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente'? Ese mandato incluye mucho, hasta la renuncia a toda sensación, afecto y culto meramente materiales. Ese es El Dorado del Cristianismo. Incluye la Ciencia de la Vida y reconoce sólo el dominio divino del Espíritu, en el cual el Alma nos gobierna y los sentidos materiales y la voluntad humana no tienen cabida”.Ciencia y Salud, pág. 9.

Podríamos pensar, en una primera instancia, que esto es un verdadero desafío, y que nunca podremos obedecer tal exigencia. Sin embargo, veremos que lo que se requiere de nosotros es abandonar sólo las creencias falsas de vida en la materia, con sus alegrías y pesares ilusivos, por la realidad permanente de la vida en Dios, el Alma. ¿Y qué valor tiene la mera materialidad frente a la presencia de la realidad y perfección espirituales? A veces sentimos que estamos lejos de renunciar totalmente al yo mortal y a la vida en la materia a cambio de una base más sólida de existencia, o sea, existencia en el Espíritu. Pero aun la búsqueda nos ayuda a reconocer, y gradualmente aceptar como real, las alegrías del Alma, las cuales siempre están a nuestro alcance para bendecirnos.

A medida que contestemos humildemente la orden de Cristo con un “Sí, yo amo a Dios”, comenzaremos a sentir más profundamente el amor que Dios nos tiene. El Amor divino sostiene cada paso que damos para lograr un fundamento estable sobre la roca de la Verdad. Esto no se hace de un día para otro. Enfrentamos tormentas cuando soplan los vientos contrarios de opiniones humanas, y cuando las dudas y las tentaciones nos azotan, pero toda nuestra perspectiva y experiencia gradualmente experimentan un cambio de marea. La base material de nuestro pensamiento está cediendo a la percepción y aceptación de valores espirituales duraderos. Hay paz. Y el Cristo, la Verdad, está siempre presente para iluminar el camino que avanza.

Nuestro deber a Dios, entonces, es amarlo con devoción y de todo corazón, con nuestras facultades espirituales, y con nuestro pensamiento más profundo. Aprendemos a medir el amor que sentimos por Dios con el amor que demostramos hacia los demás. Nos esforzamos por ver a todas las personas de la forma que quisiéramos que ellos nos vieran: en la gloria plena como hijos de Dios. Esta es una expresión esencial de la adoración. El espíritu del Cristo purifica nuestra perspectiva y da una nueva espontaneidad y vitalidad a nuestra práctica sanadora. Así descubrimos, día a día, que nuestro ser espiritual está a salvo en Cristo y siempre unido a Dios.

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