Siempre estaré agradecida por la ayuda que recibí por medio de la oración cuando, hace algunos años, estuve envuelta en el aterrizaje forzoso de un pequeño avión.
El piloto y yo regresábamos de un vuelo de unos quinientos kilómetros cuando súbitamente nos encontramos con una densa niebla. Volamos más alto para poder encontrar nuestra ruta, pero sólo encontramos, debajo de nosotros, bancos de niebla en todas direcciones. Después de lo que pareció ser un tiempo interminable, y con la oscuridad cerrándose rápidamente sobre nosotros, el piloto dijo: “Estamos perdidos y no sé qué hacer”.
Mi madre había estudiado Ciencia Cristiana, y mi hermana y yo habíamos asistido a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, a la que yo había apreciado mucho. De modo que sabía que había llegado el momento de recurrir a Dios, como había aprendido a hacerlo.
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