Siempre estaré agradecida por la ayuda que recibí por medio de la oración cuando, hace algunos años, estuve envuelta en el aterrizaje forzoso de un pequeño avión.
El piloto y yo regresábamos de un vuelo de unos quinientos kilómetros cuando súbitamente nos encontramos con una densa niebla. Volamos más alto para poder encontrar nuestra ruta, pero sólo encontramos, debajo de nosotros, bancos de niebla en todas direcciones. Después de lo que pareció ser un tiempo interminable, y con la oscuridad cerrándose rápidamente sobre nosotros, el piloto dijo: “Estamos perdidos y no sé qué hacer”.
Mi madre había estudiado Ciencia Cristiana, y mi hermana y yo habíamos asistido a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, a la que yo había apreciado mucho. De modo que sabía que había llegado el momento de recurrir a Dios, como había aprendido a hacerlo.
No recordaba todo el Salmo noventa y uno, pero me vinieron partes de él al pensamiento, que me dieron valor. No sentía temor. Estaba casi oscuro cuando de repente, y muy a lo lejos sobre un lado, divisamos la silueta de la cima de una montaña y nos dirigimos hacia ella. “Tenemos que hacer un aterrizaje forzoso”, dijo el piloto, y allí me vino a la memoria el versículo once de ese Salmo: “A sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos”.
El piloto me dijo que me ajustara el cinturón de seguridad y que, inmediatamente después del impacto, desabrochara el cinturón y saliera del avión alejándome de él lo más rápido posible. En realidad, no recuerdo todos los detalles de lo que sucedió en los pocos minutos que siguieron. Recuerdo haber mirado hacia atrás y haber visto el avión con el motor aplastado contra un tocón, y la cola hacia arriba, en el aire. Ambos estábamos perfectamente bien, y empezamos a bajar la montaña. El terreno era bastante desigual, pero yo estaba consciente del cuidado protector de Dios.
Caminamos directamente hacia el pueblo más cercano. La luz de la primera casa que vimos nos pareció brillante y hermosa después de aquella larga oscuridad. Nos sentíamos muy agradecidos, y la gente estaba muy contenta de vernos, pues habían oído el avión volar en círculos encima de ellos y sabían que estábamos en dificultades. En silencio, di gracias a Dios por habernos mostrado el camino.
A excepción de algunos arañazos y magulladuras en las piernas, a causa de tropezar con las malezas, nos encontrábamos bien. Sentíamos frío y hambre, ya que debíamos haber aterrizado en nuestro destino seis horas antes.
Todavía siento una profunda gratitud por este importante ejemplo del cuidado, dirección y protección de Dios. Si nos hubiéramos desviado al bajar de la montaña, nos habríamos internado en una zona desierta. Una densa niebla envolvió todo el valle por más de una semana, lo cual es típico de esa zona en esa época del año. Esta gente tan amable nos llevó en su auto, unos treinta kilómetros, hasta el pueblo más cercano, en donde llamamos por teléfono a nuestros familiares, y pudimos tomar un ómnibus y llegar a nuestra casa a la mañana siguiente temprano.
Más tarde supe que una de mis hermanas se había sentido muy preocupada por mí la tarde del vuelo. Se había aferrado al Salmo noventa y uno, y había orado en silencio por mí hasta que se sintió libre de temor.
En ese entonces, no sabía tanto sobre la Ciencia Cristiana como sé ahora, pero confiaba en Dios. Estoy muy agradecida por esta Ciencia, y por las posibilidades que presenta de ayuda y curación, si estudiamos y practicamos sus enseñanzas. He tenido muchas más pruebas del cuidado de Dios, y cada día estoy aprendiendo un poco más del poder de la oración espiritualmente científica.
Salem, Oregón, E.U.A.
