En esos momentos maravillosos en que la curación se produce con rapidez, hasta instantáneamente, es como despertar de un sueño. La oración ha producido un progreso importante en nuestro pensamiento, y de repente estamos conscientes de nuestra compleción y nos liberamos del temor, la enfermedad y la limitación que nos había invadido. En ese momento, comprendemos que estamos a salvo en el afectuoso cuidado de Dios y, como quien despierta de una pesadilla, nos damos cuenta de que el mal ya no nos tiene apresados.
Tales experiencias de curación son instructivas. Permanecen con nosotros y nos inspiran para orar y comprender con más profundidad el hecho espiritual de que el mal es irreal. Mediante la oración y la manera cristiana de vivir podemos hacer nuestro cada vez más ese hecho espiritual y demostrarlo. Lo que nos capacita para despertar de la discordancia — de hecho, lo que hace que despertemos — es la presencia del Cristo, la Verdad, en la consciencia humana.
Tal como en los tiempos de Jesús, la misión del Cristo es sanar y salvar a la humanidad. El Evangelio según San Juan nos presenta la singular identidad y misión del Maestro: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”. Juan 3:16, 17.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!