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Despertémonos al Cristo y sanemos

Del número de agosto de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En esos momentos maravillosos en que la curación se produce con rapidez, hasta instantáneamente, es como despertar de un sueño. La oración ha producido un progreso importante en nuestro pensamiento, y de repente estamos conscientes de nuestra compleción y nos liberamos del temor, la enfermedad y la limitación que nos había invadido. En ese momento, comprendemos que estamos a salvo en el afectuoso cuidado de Dios y, como quien despierta de una pesadilla, nos damos cuenta de que el mal ya no nos tiene apresados.

Tales experiencias de curación son instructivas. Permanecen con nosotros y nos inspiran para orar y comprender con más profundidad el hecho espiritual de que el mal es irreal. Mediante la oración y la manera cristiana de vivir podemos hacer nuestro cada vez más ese hecho espiritual y demostrarlo. Lo que nos capacita para despertar de la discordancia — de hecho, lo que hace que despertemos — es la presencia del Cristo, la Verdad, en la consciencia humana.

Tal como en los tiempos de Jesús, la misión del Cristo es sanar y salvar a la humanidad. El Evangelio según San Juan nos presenta la singular identidad y misión del Maestro: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”. Juan 3:16, 17.

La Sra. Eddy percibió que Dios es el Principio divino de todo lo que realmente existe y que el Cristo manifiesta la omnipresente ley divina. Ella escribe en Ciencia y Salud: “La curación física en la Ciencia Cristiana resulta ahora, como en tiempos de Jesús, de la operación del Principio divino, ante la cual el pecado y la enfermedad pierden su realidad en la consciencia humana y desaparecen tan natural y tan inevitablemente como las tinieblas ceden lugar a la luz y el pecado a la reforma. Ahora, como entonces, estas obras poderosas no son sobrenaturales, sino supremamente naturales”.Ciencia y Salud, pág. xi.

Cada vez que vislumbramos con mayor claridad una verdad espiritual o sentimos la guía de Dios o nos liberamos de algún temor, dolor o angustia — aun en pequeña escala — estamos despertando, en cierto grado, del sueño de vida en la materia a la realidad de la Vida divina. Estamos respondiendo a la naturaleza del Cristo inherente a nosotros.

Tal como el Cristo está siempre presente, también está siempre activo, siempre haciendo algo, siempre comunicando el bien. Así que aun cuando un problema parezca prolongarse, que no cede, o que nos desalienta, podemos escuchar la guía e inspiración divinas y esperar que nos despierten del sueño de sufrimiento. La oración fervorosa pone a la consciencia humana en armonía con el Principio y ley divinos. La oración y la armonía son los resultados naturales de nuestro deseo y esfuerzo sinceros de conocer mejor a Dios, de hacer Su voluntad y de reflejar Su semejanza.

Recuerdo bien una experiencia de tal despertar espiritual que instantáneamente rompió el sueño de sufrimiento y trajo curación. Yo había estado orando respecto a una dolorosa condición física por algún tiempo y, finalmente, decidí pedir ayuda a una practicista de la Ciencia Cristiana. Le describí algo detalladamente la condición y mi temor y angustia. Pero ella no se impresionó en lo más mínimo. De hecho, su respuesta inmediata fue una reprimenda más que un consuelo. Pero era exactamente lo que yo necesitaba. Citando una declaración de Ciencia y Salud, dijo: “Para el sanador según la Ciencia Cristiana, la enfermedad es un sueño del cual es necesario despertar al paciente”.Ibid., pág. 417.

Instantáneamente vi que la condición misma era un sueño, una proyección en el cuerpo de una manera de pensar temerosa y no una parte de mi ser como idea espiritual de Dios. No era una condición real (a pesar de que ciertamente parecía real), sino una mentira respecto a mí contra la cual estaba luchando. ¡Qué alivio! La condición simplemente desapareció. La clara percepción de la practicista de esa verdad espiritual a la que el temor había obstruido temporalmente en el pensamiento, ayudó a que yo despertara a mi estado verdadero como idea de Dios.

Una maravillosa seguridad de la presencia del Cristo inundó mi pensamiento y permaneció conmigo por varios días. Una breve reaparición del dolor fue rápidamente desvanecida un par de días después. Estaba yo en un museo rodeada de enormes esqueletos de dinosaurios y un enorme mamut embalsamado. Cuando comenzó el dolor vi esas enormes reconstrucciones de animales. “Ciertamente, no hay más realidad en esta sugestión de dolor que vida en esos animales”, me dije. Con eso, el dolor terminó, el temor desapareció y esa condición jamás volvió.

Esa experiencia me enseñó una valiosa lección. En el momento en que acepté la verdad espiritual de todo corazón en la consciencia, sané. En cada una de esas dos experiencias de “despertamiento”, estuve momentáneamente inconsciente y despreocupada respecto a mi cuerpo y en total armonía con el hecho espiritual de mi ser perfecto en Dios. Me estaba regocijando en la verdad por amor a la verdad y no por lo que pudiera hacer por mí. La curación se efectuó con rapidez.

Tales experiencias de discernimiento espiritual nos capacitan para percibir que el mismo Cristo que facultó la obra sanadora de Jesús está aquí y ahora, y operando como ley; una ley para ser comprendida y obedecida en la curación del enfermo y del pecador. La Ciencia Cristiana atestigua que la Vida en el Espíritu está a mano y que el despertamiento al Cristo, la Verdad, es un proceso progresivo y continuo en la vida de todos los que buscan este despertamiento.

No obstante, no toda curación viene rápidamente. El sueño mesmérico que estamos experimentando puede parecer tenaz y obstinado. Pero jamás es irremediable o incurable. ¿Por qué? Porque la ley de armonía del Principio, cuando se percibe y aplica correctamente, penetra la lobreguez y la confusión provocados por el sueño mortal espantoso y revela la realidad presente del Dios perfecto y el hombre perfecto. Esto no es cuestión de tiempo, sino de percepción espiritual. La Verdad revela que la armonía es real y la discordia innatural e irreal, un estado ofuscado de la mente.

Para obtener curación y un continuo crecimiento espiritual, se necesita persistencia y esfuerzo sincero. El tener más confianza en Dios y el someterse a El, nos revelará lo que necesitamos saber, nos revelará qué pecado o falsa creencia necesitamos desarraigar de nuestro pensamiento y conducta. El deseo sincero de renovación espiritual nos traerá el despertamiento necesario y, finalmente, la curación. Como un muy amado himno nos asegura: “Sin temor ¡Marchad! ¡Marchad! el pecado vencerás, / la victoria Dios te da, con Cristo triunfarás”.Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 296.

La oración sincera y humilde, con frecuencia descubre las sutiles creencias que pueden estar impidiendo nuestro despertar al Cristo, y con ellos, nuestra curación. Una de tales creencias surge de la doctrina del pecado original: la creencia teológica de que el hombre, desde Adán, es esencialmente imperfecto y pecador, separado de Dios, el bien, inadecuado para ayudarse a sí mismo, e indigno del amor y redención de Dios. Pero Cristo Jesús levantó esa carga terrible, como el escritor de Romanos tan claramente dice: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”. Rom. 8:1, 2.

En el tercer artículo de fe de la Ciencia Cristiana, la Sra. Eddy resume lo que esta Ciencia enseña respecto al pecado y la redención: “Reconocemos el perdón del pecado por Dios en la destrucción del pecado y en la comprensión espiritual que echa fuera al mal como irreal. Pero la creencia en el pecado es castigada mientras dure la creencia”.Ciencia y Salud, pág. 497.

Por supuesto, tenemos que enfrentar nuestros propios pecados y fallas de carácter y arrepentirnos sinceramente, es decir, cambiar de manera radical nuestra forma de pensar, para ser perdonados. Pero en la Ciencia aceptamos que el hombre, el hombre verdadero, es creado impecable, a imagen de Dios. El hombre es inmortal, espiritual, y no pertenece a la raza pecadora de Adán. Por tanto, el pecado es una imposición a nosotros mismos y no una parte innata de nuestra naturaleza. Tenemos que reclamar la entidad espiritual e intachable del hombre y armonizar nuestros pensamientos y acciones con la ley moral y espiritual si hemos de experimentar constante curación cristiana. El sincero examen de consciencia es un elemento clave para ello.

Otra creencia que puede retardar nuestro despertar espiritual, y con ello la curación que necesitamos, es el temor de perder todo lo que es bello, bueno y agradable en la vida humana si siempre damos preferencia a Dios en nuestra vida. Jesús desenmascaró esa mentira y aconsejó a sus seguidores: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Mateo 6:33. No hay duda que dar preferencia a Dios nos aleja de mucho de lo que el mundo considera que es bueno y satisfaciente. Pero el sacrificar lo mundano es, en realidad, abandonar lo menos por lo mucho: algo temporal por la satisfacción y paz permanentes de hacer y ser lo que Dios quiso que fuéramos e hiciéramos. Para el Científico Cristiano eso significa amar a Dios y a nuestro prójimo con todo nuestro corazón. Sí, requiere sacrificio. Significa tomar la cruz. La Ciencia Cristiana es, después de todo, la manera de conocer a Dios. No es un sistema para cuidar la salud y lograr la autosuperación humana destinada a hacernos felices en la materia. Pero ninguna manera de vivir es más satisfaciente o verdaderamente digna de vivirse.

Otra cosa que puede detener nuestro progreso es un concepto equivocado de lo que es el tratamiento en la Ciencia Cristiana. Si estamos procurando mejorar un cuadro humano malo mediante la oración, necesitamos elevar más alto nuestro pensamiento. Dios no conoce el mal. En la Ciencia oramos por adquirir la visión espiritual que eleva nuestra vista más alto para percibir mediante el sentido espiritual que la armonía ya es un hecho. Oramos para ver que el hombre, el hijo de Dios, conoce y expresa ahora esa armonía, salud y bienestar. Oramos porque queremos conocer y comprender mejor a Dios, no sólo porque queremos que El disminuya nuestros problemas. Nuestro deseo y nuestro corazón tienen que ser correctos para que nuestra oración sea eficaz.

Entonces ponemos en práctica nuestra oración demostrando lo que comprendemos de la Vida como Espíritu, expresando en nuestra vida diaria la presencia y el poder sanadores del Cristo hoy en día.

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