Cuando plantamos una semilla lo hacemos esperando que se desarrolle y se transforme en un pequeño árbol y, con el tiempo, en un árbol grande. La semilla se va transformando mientras crece hasta que se vuelve un árbol con tronco, ramas y hojas. A medida que el árbol se desarrolla, es nutrido por la savia que lo ayuda a mantenerse fuerte y erguido, aun ante los ataques de tormentas y vientos. Cuando no hay obstáculo, la savia nutre todo el árbol.
En cierto sentido, podemos comparar nuestras vidas con el árbol. Somos alimentados, de manera ilimitada, cuando pedimos sabiduría a Dios, quien es Amor divino. El nos brinda salud, fortaleza y sustento. Su amor, manifestado a través del Cristo, la Verdad, nos alimenta y nos hace crecer espiritualmente.
Nuestra creciente comprensión de Dios comienza a liberarnos del materialismo y a llevarnos hacia la luz, de manera que podamos seguir al Cristo. El conocimiento y la comprensión nos alimentan y fortalecen.
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