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La savia enaltecedora del Cristo

[Original en español]

Del número de agosto de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando plantamos una semilla lo hacemos esperando que se desarrolle y se transforme en un pequeño árbol y, con el tiempo, en un árbol grande. La semilla se va transformando mientras crece hasta que se vuelve un árbol con tronco, ramas y hojas. A medida que el árbol se desarrolla, es nutrido por la savia que lo ayuda a mantenerse fuerte y erguido, aun ante los ataques de tormentas y vientos. Cuando no hay obstáculo, la savia nutre todo el árbol.

En cierto sentido, podemos comparar nuestras vidas con el árbol. Somos alimentados, de manera ilimitada, cuando pedimos sabiduría a Dios, quien es Amor divino. El nos brinda salud, fortaleza y sustento. Su amor, manifestado a través del Cristo, la Verdad, nos alimenta y nos hace crecer espiritualmente.

Nuestra creciente comprensión de Dios comienza a liberarnos del materialismo y a llevarnos hacia la luz, de manera que podamos seguir al Cristo. El conocimiento y la comprensión nos alimentan y fortalecen.

A través del Cristo, podemos enfrentar las tormentas y luchas de la adversidad sin temor, porque Cristo, la Verdad, nos fortalece. La sabiduría inspirada que recibimos del Cristo, nos vuelve fieles y seguros vencedores sobre las condiciones adversas que nos desafían. El Apóstol Pablo nos dice: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Filip. 4:13.

Podemos comprender esto más claramente al analizar con cuidado la parábola de Cristo Jesús sobre los talentos. Ver Mateo 25:14–29. Jesús comparó el reino de los cielos con un hombre que, antes de irse de viaje a un lejano país, distribuyó sus bienes a sus siervos para que los cuidaran durante su ausencia. Entregó cinco talentos a uno, dos a otro y uno al último, dando a cada uno “conforme a su capacidad”. Cuando el hombre regresó, el siervo que había recibido cinco talentos y el que había recibido dos, le devolvieron los talentos que les había entregado, más el ciento por ciento de las ganancias que habían hecho. Pero el tercer siervo le devolvió únicamente el talento que originalmente había recibido.

A los dos primeros, el hombre dijo a cada uno: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré”. Pero al último, para hacerle ver su error, le dijo: “Quitadle... el talento, y dadlo al que tiene diez talentos”.

En Escritos Misceláneos, la Sra. Eddy dice: “¡Cuánto más fieles debiéramos ser sobre las pocas cosas del Espíritu que pueden hacernos sabios para la salvación!”Esc. Mis., págs. 342–343. Dado que la sabiduría es la base de nuestro crecimiento, tal vez sea conveniente hacernos estas preguntas: En nuestras oraciones ¿pedimos mayor sabiduría o simplemente ser liberados de algún problema físico? ¿Cuáles son nuestros motivos? Cuando oramos leal y sinceramente para ser iluminados y para conocer mejor a Dios, al hombre y al Cristo, nuestras oraciones tienen respuesta y recibimos más de lo que pedimos en mil bendiciones inesperadas. Las puertas se nos pueden abrir por vías y formas que nunca hemos imaginado.

Si en nuestras oraciones pedimos mayor fortaleza, mayor sabiduría para crecer, Dios nos ilumina, y la amorosa guía y palabra de Cristo nos muestra el camino. Somos fieles “sobre las pocas cosas del Espíritu”, y somos bendecidos con mayor armonía y felicidad.

¿Tenemos los mismos motivos que Salomón cuando oramos? El oró: “Da, pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo”. 1 Reyes 3:9. La respuesta a nuestras oraciones puede venir de la manera más inesperada. Cuando pedimos “un corazón entendido” dejamos de lado el yo humano con su voluntad egoísta; nos alejamos de las ansiedades y los deseos humanos; y damos entrada en nuestra consciencia a la sabiduría y verdad espiritual.

Esta oración de crecimiento espiritual ayudó a un estudiante de Ciencia Cristiana cuando se vio enfrentado con una crisis que lo hizo dudar. Este estudiante se había vuelto a Dios con sinceridad, pidiéndole guía divina para resolver su problema con un abogado que lo estaba defendiendo en un pleito. Había dejado de lado humildemente su ego humano y pedido a Dios, con todo su corazón, que lo iluminara a fin de poder encontrar una solución sanadora a su problema. A pesar de que había tomado todos los pasos posibles en sus esfuerzos por resolver esta dificultad, no se veía ninguna solución. El necesitaba iluminación a fin de poder ver al prójimo como el hijo perfecto de Dios. Pero a medida que oraba se dio cuenta de que debía cambiar de abogado. La sabiduría se fue desarrollando de la mejor manera para hacer este cambio y conseguir otro abogado. Poco después de que el nuevo abogado tomó el caso, éste fue resuelto con éxito.

A medida que comprendemos que nosotros y los demás somos hijos perfectos de Dios, somos alimentados y fortalecidos más y más. Si vivimos teniendo esto presente, encontramos que nuestros deseos y ambiciones se vuelven cada vez menos materiales y más espirituales. Comenzamos a dejar los falsos conceptos de la existencia y a comprender que Dios, la Mente divina, siempre nos gobierna con Sus leyes. Sabemos que estamos creciendo en nuestra obediencia a El, a medida que confiamos cada vez más en la savia enaltecedora del Cristo.

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